El trueno cae y se queda entre las hojas

viernes, 26 de abril de 2024



Los raros no son iguales: cada uno es raro a su manera

Los guapos

Había abandonado este blog por imposiblidad de encontrar un tiempo. Pero de vez en cuando vuelvo a él para reencontrarme con la crítica literaria. En ella comencé y nunca hay que olvidar el pasado.

He leído Los guapos (2024) de Esther García Llovet. Mi dedicación a las artes escénicas me ha impedido abordar sus anteriores relatos. He de decir que Sánchez me atrae y algún dia la leeré. Su prosa ágil, endiablada y plácidamente grácil me invita a seguir a esta autora.

La mayor virtud de la novela, además de su buena escritura con un estilo personal, es saber poner el punto final cuando la narración no da más de sí. De ahi que ese "La respuesta es SÍ" de la rubrica sea un momento de distensión abierto entre los sucesos misteriosos que vive Adrián Sureda, el falso periodista que aparece por los arrozales frente al cámping valenciano de El Saler para enfrentarse a un coro de aficionados a lo oculto y a los extraterrestres después de la aparición de unos misteriosos círculos de formas geométricas en un campo sembrado.

Adrián es un antihéroe. El fracaso se le asoma por su déficit de atención. Ahora es organizador de eventos y festivales musicales. Viaja a Valencia a comprar fuegos artificiales para la inauguración de un parque de atracciones. Un tipo aparentemente normal envuelto en unas situaciones de personajes estrambóticos que muerden al lector. Estrambóticos pero sobre todo marginales. García Llovet nos pone frente a Ocho, el gato montés con una corona del Burger King, fantasmas, un director del cámping extraño, Vicente, la fornida guardia de seguridad Willy que come pipas continuamente y que es el desencadenante del desenlace con su plan, también dedicada a un programa de radio esotético en sus ratos libres, el Carabinero, Mornell la abandonada en un río cercano, el anciano paseador de perro detenido por la Guardia Civil por pirómano, y otros que construyen un microcosmos de lo irracional. Se multiplican los episodios disparatados y divertidos como el intento de secuestro del niño japonés, el enfrentamiento con los tres pijos quinceañeros, con otros inverosimiles como los tres dromedarios pastando en los arrozales de la Albufera, junto a momentos terroríficos como el de la gasolinera o esa elevación de Willy. Pero la rareza no está excenta de puntos bellos o reflexiones metaliterarias como "un buen argumento tiene que ser breve y tiene que ser conciso, firme, tenso, como la cuerda por la que camina el funambulista sobre el abismo". Así es esta narración.

Reconozco que la extrañeza de la novela tan bien contada me entusiasmó. Sobre todo por lo anecdótico, el toque concreto de las situaciones de cada personaje. Sin embargo, no sé si es una novela de misterio, humorística, una sátira social o un ejercicio estilístico para mezclar distintas cualidades. El toque ocultista y esotérico preside el enigma pero es demasiado confuso. El final deja un poco indiferente. ¿García Llovet nos está diciendo que estamos en una sociedad llena de personajes desequilibrados? Pero no lo acaba de rematar con claridad.

Lo mejor es el conjunto de seres que no lograrán salir de su precariedad y su fracaso personal. Ni siquiera el protagonista. Y, por supuesto, la prosa, casi siempre coloquial, con un preciso manejo de los diálogos, y una capacidad para el pequeño episodio asombrosa. Cada episodio debe ser leído como si fuera autónomo para poderlo disfrutar. Por eso, falta quizá una mayor concreción de un argumento que valide esta calidad narrativa.

Novela que se deja querer y se disfruta. Aunque no pase a la historia de los grandes relatos sí que consigue que el lector disfrute de buenos momentos y entre en una historia que es una suma de anécdotas sin más trascendencia que la de ser literatura placentera por la extrañeza de sus personajes y sus actos.


viernes, 21 de octubre de 2022

 

  

        El pasado está en mi presente

            Mientras estemos muertos

                José Ovejero

                Madrid, Páginas de Espuma, 2022, 153 páginas.



        José Ovejero ejemplifica en su nueva novela Mientras estemos muertos bastantes ideas expresadas en La ética de la crueldad, premio Anagrama de ensayo en 2012. Diez años después nos ha obsequiado con esta narración que muestra una de las premisas de ese ensayo: la crueldad es omnipresente y también en la vida cotidiana. Formula una representación de la misma intentando golpear al lector con la imaginación haciendo sentir los golpes para romper su pasividad y provocarle una reacción con escenas donde la violencia psicológica está presente.

Ovejero (1958) siempre trató de impactar al lector, como en sus novelas Las vidas ajenas (2005) y La invención del amor (2015). Con realismo tremendista cuenta la historia de una familia de clase obrera, inmigrante, que va progresando en los años del tardofranquismo.  El hijo narra la vida familiar con sus tensiones, la violencia doméstica silenciosa, a veces algo sádica, sus amores y el péndulo de su clase social. De todos ellos desea escapar, como los animales entre los que crece.

En quince capítulos nos narra su crianza con un padre autoritario y una madre silenciada, entre unos hermanos nacidos en la época del baby boom. Cada uno puede leerse como un relato autónomo, como un cuento separado del resto. La crueldad está presente al ser innata al ser humano y llega a crear situaciones psicológicas complejas. Casi de terror en la etapa infantil. Ya en el primer capítulo, “Matar a un perro”, vivimos esa proyección de dominio paterno con educación en la violencia con una metáfora como es la caza. Enerva observar cómo el padre presiona al narrador-protagonista para matar al animal. Prosigue con la historia de sus abuelos y la fuga de Perro, que será semejante a la continua del personaje de los espacios habitados en el pasado. Le siguen las crueles historias de colegio, donde también vive la violencia, el servicio militar, el impacto de los primeros contactos con el sexo, el suicidio, la muerte de familiares, el ascenso social, la creación literaria y el amor en los capítulos “Do you love me” y “Él, ella”, hasta que llega la muerte del padre, con dos versiones en realidad complementarias, un recurso hábil para dar una visión completa en perspectiva desde lo personal.

Sin duda, uno de los aspectos destacables es el metaliterario. Ovejero nos habla de los procesos de escritura, de la inspiración y hasta del estilo. Incluso cita al escritor Manuel Vilas en su relato sobre las botas de trescientos cincuenta euros, otra forma de plantear el arrepentimiento y el progreso socioeconómico personal. Lo contrapone al de esos escritores criados entre bibliotecas “del salón de papá y mamá”. Unos acercamientos que existen en la realidad. Curiosas alusiones a las invitaciones a la Zarzuela con unos párrafos sin desperdicio.

Una autoficción en toda regla, con lo biográfico salpicado por la invención continua donde incluso el autor aparece (“Las orejas de Ovejero en movimiento”, “Ovejero el transgresor”). Memoria e invención se unen hasta su fusión. Una novela donde lo pulcro queda diluido en los golpes de su prosa que provocan incomodidad pero al mismo tiempo avidez lectora. Solo por la lectura del capítulo “Agfa Synchro Box” ya merecen la pena su páginas. O por “Él y ella” escrito en párrafo único al que se añade otro de remate en seis líneas. “Ahora floto, cabrones”; una frase de la novela que es un buen resumen de la intencionalidad del protagonista: pasar factura a los orígenes.

©José Vicente Peiró


miércoles, 28 de septiembre de 2022

     



GUARDIANES DE LA MORAL

Ficciones, las justas (La nueva moral en el cine, la música y la pornografía)

Jesús García Cívico – Eva Peydró – Carlos Pérez de Zirira – Ana Valero.

Editorial Contrabando, Valencia, 2022, 177 páginas. Ensayo.

 

Estamos conociendo la existencia de manifestaciones en Irán en protesta por el asesinato de una joven de origen kurdo en una comisaría porque llevaba el velo, el hijab, mal colocado. Un acto reprobable y desproporcionado que, en realidad, ha provocado una reacción contra los dictados patriarcales derivados de una inadaptación de preceptos morales o religiosos. Un acto de unos llamados “Guardianes de la moral”.

Pero qué antiguos son los dirigentes religiosos iraníes. Esta manera de guardar la moral vigente hoy es vetusta y está obsoleta. Hoy en día tenemos otros métodos, sobre todo en el mundo capitalista de raíz cristiana, más sofisticados y derivados de la concepción excesiva de los medios de comunicación como cuarto poder, a lo que habría que añadir al servicio de los poderosos. Una nueva moral derivada del fracaso de la educación, que nos enseñó a leer y a escribir para ser objetos laborales y consumistas en lugar de fomentar el pensamiento crítico  y así tener en estado de ataraxia a la población, que deja de tener valor y se sumerge en un pensamiento único que protege el sistema capitalista egoísta e individualizado, alejado del concepto globalización porque solo sirvió para lo económico. Nada más hay que asistir al actual debate de los impuestos en España para darnos cuenta de la sarta de mentiras lanzadas a lo emotivo, porque da lo mismo el conocimiento de la materia: vivan las sensaciones. Esto lo digo yo, no el libro Ficciones, las justas (La nueva moral en el cine, la música y la pornografía), pero después de haberlo leído.

Jesús García Cívico, Eva Peydró, Carlos Pérez de Zirira y Ana Valero, sus autores, examinan esta nueva censura de moral férrea que nos invade a partir de ejemplos de objetos artísticos y su impacto como cambios culturales en un ámbito general y en el cine y el audiovisual, la pornografía y la música respectivamente. García Cívico resume las ideas que tienden a la práctica popular de retirar el apoyo a personajes públicos y empresas cuando existe algo políticamente incorrecto que determinados sectores consideran discriminatorio u ofensivo. Esto ha generado una nueva sensibilidad con un moralismo artificial instaurador de un cambio cultural hasta llegar a la nueva expresión llamada “cultura de la cancelación”, esbozando ejemplos que serán más detallados en cada estudio.

García Cívico titula el suyo “La nueva sensibilidad: tentativas de comprensión desde el cambio cultural”. Son textos estructurados como píldoras que ejemplifican esta nueva moral que incluso acude al pasado para censurar conductas que en otros tiempos estaban normalizadas. Por sus líneas pasan los casos del futbolista Maradona y los calificativos recordados después de su fallecimiento, el uso de la palabra “negrito” en referencia a Edinson Cavani, también futbolista, que en Uruguay no tiene el valor despectivo que se le atribuyó por estos censores de la moral, falsedades como el “Tour de la Manada” que nunca existió, la elevación de Dora Maar para acusar a Picasso de ser su sombra y un maltratador, los casos del #MeToo, la degradación de Woody Allen y Roman Polanski a la categoría de monstruos, la situación de Kevin Spacey y otros muchos ejemplos. La sumisión de la mujer, la homofobia y el desprecio étnico son ideas a combatir pero han dejado muchos cadáveres sociales. Bajo la moralización explícita se ha sojuzgado a la ficción, confundiendo a la persona con su producto artístico, lo cual está provocando que muchas obras clásicas estén condenadas al ostracismo. Y las redes sociales han sido el medio más potente para expandir una idea censora que lleva como consecuencia la cancelación.

La orientación de conductas es el objetivo de esta moral social que actúa lentamente como una serpiente a la caza de un roedor. Sin embargo, el crítico no debe obviar el trasfondo ideológico de una expresión cultural para lo cual adoptará los criterios de exigencia y rigor. García Cívico, con este sentido, no plantea soluciones sino que establece preguntas acerca de la licitud de esta nueva moral que, de forma hipócrita, acepta las orgías de Berlusconi y las aplaude. No hay cancelación para los políticos populistas pero sí para la cultura.

El ejemplo de Bernard Pivot y su programa de televisión Apostrophes con respecto  al escritor Gabriel Matzneff en los años noventa del siglo XX ilustra muy bien los cambios. Cuando expresó sus artes de seducción con niños y niñas de diez a quince años, solo reaccionó contra la idea de que la literatura sirva de coartada contra la pedofilia Denise Bombardier. Todo ha cambiado: lo que antes era y hasta naif  o una boutade exhibicionista asumida, hoy escandaliza. El problema está en el ejercicio del “judo moral”. Hoy en día la batalla diferencial se gana con likes y parece el objetivo de esa izquierda wake que ha sustituido a la preocupada por la distribución de la riqueza, la igualdad social por la defensa de identidades de las minorías. Ello ha creado una nueva sensibilidad identitarista de pertenencia a clases, para caer en un relativismo cultural peligroso, examinado con lupa por García Cívico para hacernos reflexionar si en ese magma absurdo en que nos estamos moviendo no acabaremos en manos de quienes precisamente son más censurables que los censurados.

Eva Peydró camina por la censura en la ficción audiovisual. Recuerda que se sistematizó corporativamente en Europa a partir del Concilio de Trento, con las listas de libros prohibidos, suprimida hace relativamente poco, en 1966 con el Concilio Vaticano II. En él se incluían autores como Balzac y Sartre y obras cumbres como Madame Bovary de Flaubert y Los miserables de Hugo. Da un repaso por el puritanismo, estudiando a fondo la cinematografía en los Estados Unidos y el conocido código Hays. Y también en España, con toda la historia de nuestra censura desde su asentamiento en la dictadura de Primo de Rivera  y su institucionalización durante el Franquismo. Prosigue para ejemplificar la cultura de la cancelación con casos de #MeToo  y actrices como Whoopi Goldberg, Kevin Spacey, Woody Allen y Polanski, planteando si debemos ocultar la filmografía de James Fox porque tuvo relaciones con Angelica Huston cuando ella contaba con diecisiete años, o Lars von Trier, porque declaró en su día que simpatizaba un poco con Hitler y fue acusado de acoso por la cantante Björk, para rematar con una detallada narración acerca del caso de Bertolucci y El último tango en París, antes idolatrado precisamente por padecer la censura y hoy vilipendiado a causa de unas palabras de la actriz María Schneider por un rodaje de hace cincuenta años. ¿Y qué hacemos con desapercibido cine de John Waters? Muy interesante es la consideración de la interpretación de personajes de una raza por actores de otra raza. Y un excelente remate con el macartismo.

Ana Valero comienza indicando que acercarse a la historia del sexo es acercarse a la historia de la censura. La sexual es la obra transgresora por antonomasia. Plantea un recorrido desde la Grecia clásica para llegar al concepto moderno de pornografía que pervive y que deriva de la era victoriana del siglo XIX. Pero el artista pone su mirada en lo que la sociedad califica de obsceno, siguiendo la frase de Strindberg sobre la definición del artista como aquel que pone la mirada donde los demás la retiran. Valero va desgranando ejemplos muy representativos de prohibiciones, algunas curiosas como la de Ulises de James Joyce o la censura de parte del argumento tan poco erótico de El proceso Paradine de Hitchcock por el código Hays. La conclusión es que el sexo sigue siendo incómodo en el siglo XXI y esboza varios ejemplos acaecidos en la pasada década para demostrar la existencia de una censura sobre las obras de arte en varios museos, hasta llegar a la extensión de la pornografía en los años setenta pasados, hoy en día denostada por el feminismo antipornográfico que lo acusa de ser un potente mecanismo perpetuador del sexismo y la violencia contra las mujeres con la estereotipación de los cuerpos y la cosificación de la mujer. ¿Qué hacemos con los desnudos pintados hace cinco siglos? Si las redes sociales censura de forma automática un pezón femenino alegando provocación sexual, ¿no se estará fomentando la reafirmación del descontrol de los instintos masculinos? Esto me lo planteo después de la lectura de las últimas páginas sensacionales para quienes amamos el erotismo en todas las ramas culturales.

Pérez de Ziriza nos hablará de la música. Aunque discuto su afirmación inicial de que vivimos tiempos de transición: no, la transición hasta esta nueva moral de la cancelación ya la padecimos y ahora estamos en plena moral que en algunos países ya está llevando a la ultraderecha al poder por el efecto acción-reacción. Lo afirmado por Gramsci de épocas de claroscuros no me queda diáfano en estos momentos de variopinta censura moral de masas gregarias segmentadas. Pero lo acertadísimo del ensayo es su tratamiento de la cultura de la cancelación en los conciertos musicales, desmitificando las acusaciones de machismo a algunos estilos y revisando las prohibiciones en ámbitos públicos, algunas de ayuntamientos socialistas por la creación de un fango donde la ultraderecha se desenvuelve de maravilla, como en el caso de Zahara. ¿Y qué pasaría hoy con algún tema de Loquillo o Los Planetas? ¿Entenderán que “Me gusta ser una zorra” costó el puesto de director de televisión a José María Calviño? Pero no es solo el supuesto machismo sino conceptos como la supresión de cualquier canción que contenga la palabra alcohol. Excelente el repaso a la historia de Ryan Adams, que pasó del éxito al linchamiento público, acusado por siete mujeres de abuso sexual, y de Calamaro y C. Tangana, para rubricar con el oportunismo, seguramente crematístico, de aquel niño que fue portada del legendario disco Nevermind de Nirvana. La ridiculización judicial dejó en entredicho al adulto que fue niño.

Un libro excelente, necesario, escrito con una prosa divulgativa capaz de llegar a cualquier lector (salvo a quienes olvidaron que leer es algo mal que juntar letras) a unir a otros editados en estos últimos años, como Lo que la posverdad esconde de Enrique Herreras. Estamos en una nueva época; un momento donde hemos sustituido el pito y la gorra del policía por una campaña en redes sociales. No sabemos cuál será el resultado final de esta época con esta censura y conductas de cancelación pero sí que la corrección política es un pantano fangoso que va menoscabando la libertad de expresión hasta producir un cambio cultural de consecuencias imprevisibles. Libro imprescindible para quienes queremos entender la historia sociocultural del presente.

José Vicente Peiró

28 de septiembre de 2022

martes, 8 de marzo de 2022

 

ARIODONTE: UNA NO CRÍTICA DE METERTE DONDE NO TE LLAMAN

Ariodante

Fecha de estreno: 1 de marzo de 2022. Fecha de la crítica: 3 de marzo de 2022. Les Arts




Líbreme el cielo de meterme donde no me llaman como para hablar de Ariodante de Händel, ópera exhibida en el Palau de Les Arts de València. Soy crítico de Artes de Escénicas pero no de música ni de ópera. También un músico amateur con conocimientos justitos; de esos chicos de la EGB primeriza que salieron de los colegios e institutos cuando no existía la asignatura de música, se aprendía solfeo en academias privadas que los currantes no podían pagar y la flautita de “La Barcarola” de los Cuentos de Hoffmann de Offenbach era un aparato desconocido o al menos exótico. Teníamos mucha religión y Formación del Espíritu Nacional como para estudiar música. Afortunadamente, existía un músico salesiano en mi cole, Juan Montesinos, que entre sus clases de Lengua Española nos colaba las corcheas, por no hablar de sus clases lecciones de negras y compasillos excelentemente estimuladoras. Incluso nos enseñó algo tan útil como el que la poesía tenía ritmo.

Así que soy de esa generación ágrafa en música a la que hace cincuenta años no la educaron para distinguir un violín de un violonchelo o un gallo de una paloma. Aunque vistos los gustos musicales de tanta población habrá que señalar a los políticos y pedagogos escolares para decirles que sus leyes no han servido para educar en la sensibilidad musical sino para hacer lo mismo que nosotros: depender de la familia y de la interioridad personal para no ser un siervo de las canciones de moda pegadizas. Sensibilidad y buen gusto, para un tercio de la sociedad solo.

Algo cambió en BUP. Pasamos a tener como asignatura la historia de la música sin saber casi nada de conocimientos musicales teóricos o prácticos. Pero opté por aquello que sí estaba en el libro de Editorial Didascalia: una excelente historia de la música clásica desde sus orígenes remotos hasta las atonalidades  de Schöenberg y de Stockhausen más tarde. Ello me animó a, por mi cuenta, ir penetrando en el solfeo pero reconozco que el autodidactismo y Radio 2, luego Radio Clásica, no son los mejores métodos para ser hábil en la lectura de partituras, aunque poco a poco me enfrenté a los silencios y a las pausas como percusionista amateur. Hasta descubrí que el silencio tiene tanto arte como el sonido. También he de decir que he estudiado más musicología y vidas y obras de músicos que partituras. Me han interesado siempre los escritores.

Así que no sé qué pinto ahora escribiendo de una ópera. No tengo la competencia de mi colega de página en Las Provincias, el gran César Rus, ni la minuciosidad del recordado y añorado anotador durante los conciertos Alfredo Brotons. Recomiendo las lecturas de ambos y otro gallo nos cantaría si este país supiese qué es un crítico de cualquier clase y no lo distinguiese por ser un frustrado creador o un malvado que está al quite de cualquier pequeño fallo para cargarse el trabajo de años, aunque también reconozco que hay críticos a los que les gusta ir a la contra del acto artístico y parece que no les guste el teatro o la literatura, por hablar de mis disciplinas. No entiendo cómo nadie se ha preocupado por editar las críticas de Alfredo Brotons a estas alturas en un libro de homenaje, cuando además la empresa donde publicaba tiene (o tenía, ya no sé) editorial. Porque la crítica despierta el sentido crítico de las personas, valga la redundancia. Quizá sea una de las causas por las que su denuesto se ha puesto de moda, cuando no por cuestiones puramente económicas, hay que pagar la colaboración del crítico y el periodista de redacción lo lleva en su sueldo aunque sus conocimientos de la materia se adquieren con la lectura de la Wikipedia. O porque ha habido mucho exhibicionismo de algunos críticos. Bueno, un olvido más de esta Valencia tierra de las flores, de la luz y del amor… pero no de los detalles que escapen del si me sirves me vales. No somos pródigos en cariño a nuestros artistas y nuestros actores de la cultura, entre los que están los críticos.

Disculpen todo este rollo pero esto es una “no crítica”. Y como es lo que fundamentalmente ejerzo en mi blog reitero que emprendo algo para lo que no estoy preparado. Y como no estoy preparado me limito a decir que este Ariodante de Händel me gustó y disfruté. Mis verdaderas intenciones para asistir al estreno en el Palau de les Arts eran por dos motivos: mi amor a la música barroca, incluyendo cualquier ópera cargada de arias da capo y recitativos, y en particular a este compositor, y la contemplación profesional de la dirección de actores, la escenografía y la iluminación en la ópera actual. Porque acostumbrado a vivir en el teatro y la danza contemporánea entre el minimalismo, palabreja que se usa como eufemismo de pobreza, tampoco está mal asistir a una función con medios económicos amplios para construir un decorado que, sin ser tan fastuoso como en otras óperas, sí tenía sus atractivos y su funcionalidad. Así que se unió una mezcla de gozo artístico con examen profesional de crítico de Artes Escénicas.


No voy a opinar del campo musical. Eso para quienes saben. Pero como aficionado melómano, y ahondando en los comentarios, sobre todo del amigo de Opera World que tenía al lado y de César mi compañero de página en los descansos y en su crítica del sábado en Las Provincias, la Orquesta de la Comunidad Valenciana brilló a un nivel mágico, con una diligencia máxima en la dirección de Andrea Marcon, experto en el estilo barroco. También me lo pareció a mí, porque la sensibilidad me afloró al máximo y me dejé llevar por esos sonidos tan característicos y a veces tan bellamente repetitivos de Händel. Soy de los que solo aplauden al final de una obra o antes de sus descansos, como siempre ha sido, pero no me quedó más remedio que hacerlo efusivamente con la extraordinaria interpretación del “Scherza infida” tanto en el plano musical como en el sentimiento puesto por la mezzosoprano Ekaterina Vorontsova. Qué belleza.

También me pareció que brillaron a excelente nivel los vientos, donde el canto de Händel se sentía en las trompas, trompetas, oboes y un excelente fagot, como la cuerda, muy potente sobre todo en algunos momentos del segundo acto. Me cautivó mucho la parte del bajo continuo de los clavecinistas Giulio de Narco e Inés Moreno, el violonchelo de Alex Jellici y la tiorba de María Ferré, ese instrumento signo de melodía antigua que cuando lo citas parece que sepas de música.

Dicho esto, y visto que usted ya ha comprobado que en música sólo me dejo llevar por la emoción y mi sensibilidad, o sea, mis gustos, me voy a la parte artística y teatral. Ahí estoy a mis anchas, aunque no me quedará más remedio que referirme a alguna cuestión musical cuando hable de los intérpretes porque es indestructible la unión entre voz y actos de un personaje: autonomía no es lo mismo que independencia.

La dirección escénica era del londinense Richard Jones (1953). Atractivo por ser un director discutible en otros tiempos en que aún no habíamos visto de todo en un escenario. Aún recuerdo la que se lio en aquellos tiempos donde gozábamos de la paradoja del éxito del paso de España a la modernidad en el famoso 1992 olímpico con una crisis económica que nadie entendió y que nunca se supo si fue porque estos fastos nos arruinaron pero no se podía decir o porque había que irse adaptando al euro y faltaba menos de una década. Lo cierto es que su propuesta de El anillo del nibelungo en el Coven Garden de Londres fue denostada e incluso portada del Sun. Eran otros tiempos. Hoy ya nos hemos acostumbrado hasta a las extravagancias.

También tuvo sus reproches en el teatro. Su adaptación de El sueño de una noche de verano de Shakespeare le valió el calificativo peyorativo de “vándalo” por sus jugueteos. Decían que era una barbaridad sin teatralidad ni magia. En fin, fue atacado  por eso que llamamos “ataques de director”, que para algunos es muestra de genialidad y para otros falta de respeto al sentido de la obra. Lo cierto es que no ha parado de dirigir óperas y críticos como David Pountney lo ha valorado como el mejor director británico del  momento.

Ese jugueteo también es palpable en su propuesta escénica de Ariodante, estrenada en 1735 y que no llegó a verse en España hasta 2006 en el Liceo de Barcelona. Para empezar, haciendo aún más escocés de los años setenta del pasado siglo el libreto de Antonio Salvi extraído de los libros quinto y sexto del Orlando furioso de Ariosto. De esta forma, el vestuario de Ultz, que puede parecer pobre, está adecuado a los pantalones y jerséis de aquellos años entre lo jipi, lo hortera, el mal gusto y lo macarra. No falta el rey escocés con su kilt, que se convierte en característica de máximo mandatario, ni ese duque de Albania aspirante al trono y rival de Ariodante, Polinesso, interpretado por el contratenor francés Christophe Dumaux, religioso con sotana incluida que muestra su verdadera personalidad impulsiva cuando se la quita y descubre su aspecto de garrulo de vaqueros y tatuajes. Un buen juego con el doble carácter del personaje, sacrosanto en apariencia y depravado en el fondo.

La dirección de los actores principales fue fabulosa. Bien manejados en la expresividad, en el contorno de sus movimientos y en la adecuación del gesto a la interpretación operística. Aunque la entrada de Ariodante, Ekaterina Vorontsova fue demasiado tenue y apocada, pero a partir de su regreso después de su ausencia logró un esplendor absoluto tan convincente que fue cuando despertó las mejores sensaciones, culminadas por el aplauso largo tras el “Scherza infida”. Muy correcta Ginevra, la soprano Jane Archibald, ágil y conmovedora en su enorme depresión y su rebeldía interior ante las acusaciones de adulterio. Como convincente el rey, el bajo Luca Tittoto, que en todo momento convencía de su autoridad. David Portillo, impetuoso correteando, y Jorge Franco también estuvieron correctos.

Pero si hubo una interpretación por encima del resto y destacable incluso por la potencia de su voz y la expresividad de sus gestos y movimientos fue la de la soprano estadounidense Jacquelyn Stucker como Dalinda. Sensacional ejercicio interpretativo que encandiló. Supo situar su personaje en el papel antagonista de Ginevra, ser el centro involuntario del engaño y arrastrar su culpa cuando se  descubre, y sus deseos para acabar siendo la pobre chica maltratada por las circunstancias. Parecía que lo suyo fuera el teatro tanto como el bel canto.

Pero donde flaqueó la dirección de actores de Jones fue en el supuesto coro. Digo supuesto porque eran más bien figurantes, salvo en los dos momentos cantados del primer y tercer acto. No sé para qué estaban tanto tiempo en el escenario, incluso para los momentos donde el rey hubiese necesitado más intimidad. Esa salida en fila india tampoco fue muy lúcida, así como las danzas, más parecidas al paso de jota que al de un elegante minué, muy poco elaboradas coreográficamente, o al menos así me lo pareció porque no decían nada del otro mundo a quienes estamos acostumbrados a la danza contemporánea donde ya hemos visto de todo también. Aún me pregunto si era necesario no disimular mejor al gaitero escocés interpretando en las fiestas porque parecía de cine mudo cómico, y podría haberlo escondido un poco en un lateral en lugar de en el centro y así darle la dimensión espacial real y no quedase como un tópico necesario porque sin gaita no hay Escocia.

Y partiendo de estos figurantes y a veces coro, observamos que servían sobre todo para cambiar tanto mobiliario de sitio. Porque ahora toca hablar de la escenografía natural asequible, que es esa que mantiene la textura propia de la realidad, y tanta mesa y sillas enclaustraban al coro y le impedía o entorpecía algunos movimientos. También quizá los gestos de las conversaciones entre ellos podrían haber sido un poco más elaborados porque en ocasiones parecían de teatro amateur.

Ello me hace pensar en la escenografía del palacio real, cabaña en su interior dividida en tres espacios: cocina, sala central y habitación. Con un porche de entrada a la izquierda del espectador, bien utilizado para las justas escenas al aire libre. Maravilloso, en serio. Ojalá viésemos más escenografías como esta en el teatro. Pero ese espacio central estuvo desaprovechado (¿por el exceso de mobiliario susodicho?), mientras que en los dos laterales sucedía lo más interesante para un amante de teatro. En la cocina se palpaba la inquietud de Dalinda y en la habitación la desesperación de Ginevra. De hecho, me pareció más interesante el juego de miradas y reproches de ambas mujeres en el momento final en que Ginevra decide sacar su rebeldía y pensar por sí misma que lo que estaba sucediendo en la apoteosis festiva final de la escena central.



Es precisamente en la habitación donde sucede el momento argumental más conjuntado entre la música y la interpretación. Fue lo más interesante teatralmente. Es la escena sexual de Polinesso y Dalinda. Durante el canto de Ariodonte se para la acción en la habitación pero cuando queda la orquesta se produce el abuso consumado de Polinesso. Extraordinario juego de intercambios entre música y teatro. Tampoco estuvo mal la irrealidad de las puertas, con llave incluso, como pequeña barrera que nunca obstaculizó la visión de las escenas, o el sentido de colgar tantos retratos de la hija, demostrando el amor de su padre el rey, o la de colocar las guirnaldas de corazones, con bandera escocesa incluida, quitados cuando se descubre la supuesta infidelidad. Y los cuchillos. Era coleccionista este rey. Así, pues, la escenografía de Ultz sí tenía un alto componente para el juego dramatúrgico y lo consigue, aunque, reitero, la dirección le podría haber sacado más partido a la parte central y al coro.

Mención aparte merecen los títeres de Finn Caldwell y Nick Barnes. Finalizar los actos con la expresión de los sueños o del futuro deseado por medio de su manejo está muy logrado. Con el amor en el primer y el tercer acto y la formación de una familia llena de hijos, pequeño detalle cómico, frente a la imaginación de Ginevra en el segundo, ataviándose como mujer fácil que acaba prostituyéndose y ejerciendo el oficio de bailarina erótica de pole dance. Aunque en esos momentos me acordé del poder de los títeres de Bambalina o de Ana Kurikka y Joan Ballester con Nacho Diago. Igual de buenos que  los británicos. No entiendan mal, que no he dicho por qué no había artistas valencianos, que no somos chauvinistas y creemos en la libertad artística.

Esperaba mucho más de la iluminación de Mimi Jordan Sherin. Avalada por haber trabajado en los mejores teatros del mundo, daba la impresión de que iba a existir un diseño con muchas variaciones de tonalidad. No fue así. La combinación de luces no ofrecía apenas matices entre el máximo esplendor y el tono intimista. En el teatro español actual vemos diseños de iluminación mucho más elaborados y laboriosos con la ambientación, sin que parezcan árboles  navideños. Incluso me pareció necesario haber realzado mucho más a Ariodante en el proceso de su dolor ante el engaño o a su regreso del naufragio.

Dicho esto, me ha servido para seguir comprobando el empuje de lo teatral dentro de la ópera actual. Hoy es fácil de comprobar en nuestro ordenador aquellas óperas donde la interpretación era inverosímil o el verismo era una obligación. Ahora todo es creíble, a pesar de argumentos como el de Ariodante con el sentido del honor y la virtud por bandera, tan anticuados, a lo que responde la reacción de Ginevra en el desenlace y que ahora podemos citar ya que no la podrán ver: un verdadero corte de mangas a todos los que la han engañado o condenado por algo que no cometió. ¡Hombres estúpidos con los duelos y el honor! ¡Que les den!, nos dice cuando elige vestuario ella misma ante Dalinda, que quedará cargada con la culpa por su deseo de consecuencias incalculadas. Y ese gesto señalado de autenticidad, que no es irse a hacer autostop sino tomar las de Villadiego diciendo aquí estoy yo para hacer lo que me plazca. Así que todo queda, afortunadamente, como un canto a la decisión de la mujer y contra las costumbres masculinistas y las rigideces morales.

Muy bien los puntos intimistas. Menos redondos los corales. Muy bien la escenografía. Menos la iluminación. Pero disfruté con la propuesta de Richard Jones, atrevida, fresca y valiente. Y más aún con la orquesta, que para una de las partituras menos conocidas de Händel deleitó hasta poner los pelos de punta. Cuatro horas en las que me mantuve entusiasmado y quieto en mi silla, salvo en el primer acto donde había una pareja hablando en la fila delantera y ella continuamente escribiendo en su teléfono móvil. Parecían turistas en la ópera. Afortunadamente se aburrían y se fueron en el primer descanso.

Reitero mis excusas por meterme donde no me llaman. Pero no podía dejar de creer en la ópera también como gran espectáculo teatral con música. Y más cuando su argumento es bastante simple pero con anagnórisis como los del Barroco, lo cual no exime de tener calidad. Al fin y al cabo, ¿qué son los musicales actuales sino una copia actualizada de la ópera pero dirigida a públicos poco exigentes? Tampoco sus temas se alejan mucho, porque lo del amor y las virtudes andan por la historia de la música como Pepe por su casa.

Perdón por la intromisión. No es falsa modestia: es la sinceridad de la no crítica.

J.V. Peiró

FICHA ARTÍSTICA

Dirección musical: Andrea Marcon. Dirección de escena: Richard Jones. Escenografía y vestuario: Ultz. Iluminación: Mimi Jordan Sherin. Coreografía: Lucy Burge. Dirección de escena de marionetas: Finn Caldwell. Diseño de marionetas: Nick Barnes, Finn Caldwell. Intérpretes: Luca Tittoto, Ekaterina Vorontsova, Jane Archibal, David Portillo, Christophe Dumaux, Jacquelyn Stucker, Jorge Franco. Cor de la Generalitat Valenciana dirigido por Francesc Perales. Orquestra de la Comunitat Valenciana

Producción del Festival d’Aix-en-Provence, en coproducción con la Dutch National Opera & Ballet, Canadian Opera Company y Lyric Opera de Chicago.

jueves, 3 de marzo de 2022


TRES PERSONAS DISTINTAS EN UN ESTILO VERDADERO

Cardiovascular / Lluvia / Inquilinos

Paula Llorens

València, El Petit Editor, 2021, 117 págs. 



Tres obras de Paula Llorens editadas es un lujo. Es una de las autoras valencianas actualmente más fecundas y con mejor mano en la escritura dramática. Aunque sean obras primerizas, como Cardiovascular, Lluvia e Inquilinos, las tres obras que conforman este volumen editado por El Petit Editor, o sea, David Vidal, un trabajador cultural infatigable que ha tenido la valentía de dedicar publicaciones al teatro, lo cual puede suponer más pérdidas que beneficios económicos, pero algo necesario porque el teatro también se lee. Y no sé por qué no se lee más con lo cómodo que sería en estos tiempos de vida veloz.

Las tres piezas anuncian la gran escritora que es Paula Llorens y que hemos comprobado en su versión de Tirant o en Una guerra invisible, ganadora del premio Rafael de Cózar y candidata al Premio de la Crítica Literaria Valenciana este año, así como el trabajo nacido del taller Josep Lluís Sirera Insula Dramataria dirigido por Paco Zarzoso que organiza cada año el Institut Valencià de Cultura, Yana o la malaltia del temps. Porque son tres piezas primerizas en su trayectoria pero anuncian su capacidad para construir personajes con unos diálogos enfrentados.

Cardiovascular ofrece una excelente habilidad en el encadenamiento de personajes en las escenas lineales. Son diálogos entre dos, uno de los cuales quedará para el de la escena siguiente, con un procedimiento sucesorio muy atractivo. De esta forma, el discurso queda fragmentado y todo transcurre en paralelo. La novedosa estructura conforma distintas versiones sobre el amor, con encuentros fortuitos y pactados en la calle, en el bar, en el coche, en el instituto, en una consulta, en la parada del autobús, en el parque, en la cama o en el rellano de un edificio. Parejas enfrentadas, con frases breves para crear una tensión al hablarse sin tapujos.

Lluvia muestra más madurez, como expresa Gabi Ochoa en el prólogo, aunque no tanta avidez por lo original. Una reunión para cenar en la casa de Reme y Pedro. Han invitado a una pareja más joven Sergio y Lucía, consumada desde una cita de Internet. Pero hay un pasado oculto que al final saldrá a la luz. “Nunca llueve a gusto de todos”, como expresa Sergio, pero la lluvia alimenta los sueños y las esperanzas pero tiene augurios. Parece una comedia de parejas cuyo pasado no desea salir a la luz pero finalmente sale, como The real thing de Tom Stoppard. Ahí queda Reme como un personaje fuerte muy bien construido que abre lo cotidiano a lo extraordinario. Y al final, lo que ha de pasar pero manteniendo una tensión e incertidumbre.

Inquilinos, que obtuvo el Premio Dramaturgia Hispana de Chicago en 2018, penetra en el tema social de los desahucios. La familia de nuevo como víctima de la gestión gubernamental y bancaria. Perdió su casa y vive en el vestuario abandonado de un campo de fútbol.  Padre y  madre sin trabajo e hijas entre la ensoñación y la realidad. Antonia, la madre, deposita todas las esperanzas en un concurso televisivo adonde acuden con la esperanza de mostrarse como la familia ganadora. Pero algo sale mal y la cosa se complica. No siempre la voluntad permite el acceso a los deseos. Aunque al final alumbra una leve esperanza que desconocemos si se cumplirá.

Con toques de humor, Paula Llorens despliega en estos tres textos distintos su capacidad para crear argumentos. Diferentes en el tema, desarrollo y estructura. Parejas, pasados ocultos y asuntos sociales donde existe el denominador común del diálogo como eje dramático. Pero dentro de su estilo peculiar, se diferencian en la estructura de encadenamiento del primero, el estatismo escénico del segundo, el espacio del comedor, y el movimiento con saltos espaciotemporales y elipsis en el tercero. Más cotidianidad en uno, más tensión en otro y más alocamiento en el último. Tres desarrollos distintos bajo una misma línea. Ahí queda el enorme mérito unitario del libro.

JV Peiró


lunes, 31 de enero de 2022

 

No es solo un homenaje de recuerdo

Pasqualet de Vila-real. Ànima de dolçainer

Xarxa Teatre. Texts de Manuel V. Vilanova et alii.

Vila-real. Fiestacultura – Xarxa Teatre. 2021. 240 págs.



Algo que uno que es del cap i casal de esta ciudad estrábica siente es la admiración que en tantas tierras tienen por las tareas de conservación de su patrimonio, material o inmaterial, y su capacidad para recordar y rendir homenaje a quienes aportaron su trabajo y esfuerzo en su cultura. Y más cuando se trata de cultura popular, tantas veces menospreciada desde nuestros ámbitos académicos y por la propia ciudadanía que considera como algo menor y / o festivo sus aportaciones. Mientras en otros lares se crean cátedras de elementos de la cultura popular, en Valencia capital lo consideramos superfluo. No imagino un congreso donde se invite a especialistas en fiestas donde el fuego es protagonista mientras se están celebrando las Fallas, como ocurre en otras partes. Como ver a nuestro ayuntamiento editando un libro de canciones populares que no haya escrito un especialista universitario sino un vecino con cierta cultura y sentido de la investigación con ánimo de fijar la cultura oral, a la vez que editando otro sobre un ilustre paisano con una labor intelectual o artística encomiable. O sí: depende de tus afinidades personales y políticas. Algún día esto cambiará y yo no lo veré.

Escribo esto a propósito de una de tantas tareas pendientes por nuestras gentes, porque la sociedad “civil” tiene su culpa, y nuestros munícipes capitalinos: el mundo de la dolçaina valenciana. Ahí queda el ejemplo de Joan Blasco, con homenajes continuos de los dolçainers de la ciudad hasta el punto de resultar cansinos por ser del mismo formato repetitivo, pero sin un libro de especialistas o con participación de quienes convivieron con él en ese mundillo cuando había veinte dolçainers, o una recopilación de sus grabaciones y discos, que los hay. ¿Pero nos dirigimos a la concejalía de Cultura Festiva, a la de Patrimonio Cultural o a la de Acción Cultural? Yo personalmente me dirigiría a la de Patrimonio Cultural.

En cambio, en Vila-real sí se ha hecho esta tarea con su gran dolçainer: Pasqualet, Pasqual Juan Rochera según el Documento Nacional de Identidad. O el Grenya, para sus amigos. Xarxa Teatre, con Manel  V. Vilanova al frente y a cargo de la edición, lo ha querido recordar después de su fallecimiento el 15 de abril de 2020 con una publicación en estuche que contiene un libro fenomenalmente distribuido y ordenado, con un aparato gráfico soberbio y completo. Un recorrido por su mundo musical con artículos testimoniales del significado de la aportación de Pasqualet a la revitalización de la dolçaina, su trayectoria y la parte que le corresponde por su tarea dentro de la música en Vila-real. El estuche contiene también CD recopilatorios de su música, tanto como dolçainer como de su faceta de intérprete de swing con el clarinete y la propia dolçaina: El dolçainer de Tales, Pasqualet de Vila-real El Dolçainer, La Pasqualet Swing Band, Pasqualet a Xarxa Teatre, Pasqualet a les festes populars y Pasqualet a les festes folklòriques i rituals. Diríamos que su discografía completa, porque reúne todas las caras y estilos que desarrolló a lo largo de su vida.

El gran mérito de la obra es haber reunido las vertientes memorialística y estudiosa más el aspecto práctico, la música grabada. Pasqualet era el dolçainer popular participante en todas las fiestas populares de su pueblo pero también en otras iniciativas junto a Xarxa Teatre o como integrante de escuelas de dolçaina. Pero también su importancia radica en haber incorporado ritmos de moda, pop, latinos, swing, jazz o afroamericanos, incluso rock, a este instrumento valenciano de tesitura que no llega a dos escalas. Para quienes empezábamos interpretando piezas tradicionales Pasqualet era diferente por esta vertiente, no solo por lo bien que tocaba y eso que su formación era autodidacta.

Reconoce el libro en su introducción la escasez de estudios divulgativos sobre historia de dolçaina valenciana. Hay aproximaciones y artículos pero añoramos la creación de un gran trabajo como sí tienen otros instrumentos como la gralla en Catalunya. Cada uno habla de lo conocido pero no ha investigado lo suficiente. Como tantas veces en nuestra tierra, es la iniciativa individual, casi solitaria, la que llena los huecos que debería exigir rellenos una sociedad que realmente valorara lo suyo. De esta forma, este libro es un modelo perfectamente imitable en el futuro, cuyo homenaje no son himnos de excelencia o fotografías a veces insulsas sino una profundización en el significado del artista popular partiendo de su  hecho biográfico artístico. De hecho, pone la vida de Pasqualet en un contexto histórico en breves pinceladas, recordando el padecimiento de los poetas y artistas por la represión política tras la guerra civil de 1936 o que el protagonista siguió los pasos de aquellos dolçainers de Tales. Muy interesantes los párrafos de la transición donde siguieron existiendo prohibiciones.

La obra no se queda solamente en lo local. Hay un recuerdo a los músicos de otras poblaciones que se esforzaron en su día por mantener vivo el instrumento. Pero las citas no son de nombres sino de hechos de relieve, como el mérito de Joan Blasco de conseguir afinar las dolçaines en sol, además de escribir el primer método de enseñanza, porque cada una estaba afinada antes en un tono distinto según el artesano fabricante. Ello fue fundamental para la creación de la colla, el grupo de dolçainers i así se abandonó en cierta medida el concepto de individualidad del instrumento, solo acompañado de un tabalet o caja para dar ritmo a la melodía. Comparemos aquello con los grupos actuales que incorporan instrumentación de percusión, de viento o teclados, en principio ajena a la dolçaina pero que potencia la calidad musical. Vilanova ahonda en la marginación del franquismo a la cultura popular, a pesar de aprovecharla, y añado yo como en el caso de las fallas. La crítica podía existir y claro… Sin embargo, valora la fortaleza para mantenerla y su desarrollo por distintas poblaciones.

El tercer capítulo está dedicado al proceso de revitalización de la dolçaina, donde Pasqualet tuvo un lugar destacado. Es un buen estudio de esta evolución para a continuación adentrarse en los dolçainers de Vila-real a lo largo de la historia. Se aprecia el enorme trabajo de recopilación de conocimientos y datos puestos en orden con rigor investigador, de forma ordenada y precisa. Y es el quinto capítulo cuando Vilanova llega a Pasqualet, nacido en 1937, y a toda su evolución, con una estrategia acertada de retratar su apego a los distintos estilos. Un repaso cargado de citas y nombres que, sin embargo, no cae en ese modelo de libro anecdotario.

Personalmente, mi alegría creció con el capítulo sexto, dedicado a los tabaleters, siempre tan olvidados o relegados al acompañamiento inevitable o por imperativo del canon tradicional. Evidentemente, no falta ninguno de los que acompañaron a Pasqualet pero me he detenido sobre todo en el que he conocido, Pepe Vilanova. Él siempre valoró a su pareja musical como un apéndice suyo. Siempre me pareció que dignificaba la figura del percusionista como imprescindible para el desarrollo de sus melodías.

El séptimo lo escribe Óscar Luna, de Xarxa Teatre: “De Vila-real al món”. No hace falta añadir mucho porque el título lo expresa todo. Lo más destacable es la reproducción de diálogos recreados, la introducción de la memoria que nos conduce a la dimensión humana de Pasqualet. Los viajes, las anécdotas y la presencia internacional quedan fijadas para siempre. Le sigue el capítulo de Juanjo Pérez Vilanova en su faceta como músico de banda, para proseguir con la mirada hacia el futuro escrita por la dolçainera Paloma Mora, con una visión acertada sobre la enseñanza del instrumento como garantía de supervivencia.

El remate crítico sobre la música grabada por Pasqualet, excelente repaso que antecede a un epílogo que camina sobre el papel del dolçainer tradicional. Buen viaje, le desea el autor para poner el colofón a este trabajo envidiable, que debe marcar un antes y un después en los estudios de las artes populares que no debería ser potenciado con un verdadero centro de estudios. Como tampoco dejar de reivindicar la peculiaridad del instrumento con su funcionalidad dentro de la música popular pero también su maleabilidad con determinados estilos. Aunque no con todos.

Un gran libro que entusiasmará a los muchos dolçainers y tabaleters que ya tenemos afortunadamente, pero también al estudioso de la cultura popular. Un gran estuche para disfrutar del recuerdo de quien tanto hemos admirado: Pasqualet de Vila-real. Un grande de la música. Como también su autor Manuel V. Vilanova.

José Vicente Peiró

miércoles, 26 de enero de 2022

 

Opera prima feliz

Sara Olivas

Las manos

Granada, Valparaíso Ediciones, 2021, 76 págs.

 



De la poesía siempre se ha de esperar una voz nueva y distinta. Algo que no hayamos leído o escuchado. Estamos rodeados de versos, de metáforas convertidas en frases hechas por repetición, de estrofas de distintos poetas que suenan al mismo poeta, de manos creadoras que sulfuran sentimientos interiores con palabras huecas. Por este motivo, siempre es alegre leer algo ajeno que deposita sus sedimentos en el lector.

Eso sucede con la opera prima de la joven poeta valenciana Sara Olivas (1993). Aunque hable de su mundo no lo hace para aleccionar con su experiencia, algo que podemos rechazar quienes ya hemos corrido por muchas lecturas durante muchos años. Se limita a confesar partiendo de su mundo familiar con la admiración a sus mujeres. Su abuela fue un refugio. Trabajó durante toda su vida fuera de casa y después en el hogar dando un ejemplo de tesón. Un espejo al que mirarse. Como su madre, en su resignación durante una vida dedicada a su marido y a sus hijos, aunque más distante que la abuela. Y su hermana presente, la que se sienta a la izquierda de la abuela y posteriormente de ella. El padre, dibujado como una figura distante frente a ellas, representando a ese pater familias tradicional al que había que servir y que prefiere no tomar en cuenta. Feminismo reivindicado desde su individualidad, sin tener en cuenta eslóganes o lugares comunes: desde el interior más profundo del ser.

La ausencia de la abuela tras su muerte o la de la madre por su trabajo, siempre esperando su regreso para recibir un beso que nunca llegó, son lamentos de soledad, de talones tatuados por la tristeza. Nuestra “niña” que escribe ya adulta nunca supo pelar patatas. La hablante lírica no trabajó en el campo como la abuela, ni sus uñas se ensuciaron de tierra, ni de lejía, ni de aguarrás, ni de sueros, ni esputos. Su lucha es melancólica. Sus manos solo están manchadas de un lenguaje inventado: su herencia ha sido la escritura creativa, y su preocupación es qué dejará ella a quien le suceda en esa casa sin tejado que empieza a entrar en el olvido. El futuro le preocupa, como expresa en el último poema, “Las líneas de mi mano”. Porque está escrito, aunque no esté dentro de la casa porque es libre.

Formalmente, son poemas con potente ritmo interno. Alternan en extensión, aunque casi siempre los versos son breves e intensos. Destaca la aparición justificada a la derecha de la expresión “soyyoyosoy¿soyyo?”,  una repetición que plantea el dilema existencial de la poeta como un contrapunto personal a la tercera persona generalmente. No escatima la autora en los recursos gráficos para dejar su ego en oposición al ello, fundamentalmente al ellas. Incluso reconoce su admiración por Francisca Aguirre, Silvia Plath y Bibiana Collado, de quienes utiliza algunos de sus versos como epígrafe, además de observarse algunas influencias.

Pero sin duda algo de lo más destacable es la sensación de orden. De esa manera, Sara Olivas construye desde la palabra y el pensamiento sencillos en apariencia. En todo momento el poemario se sostiene con un equilibrio máximo, con una continuidad e incidencia en los mismos temas dando una unidad temática y formal de enorme consistencia. Un tema claro, con motivos bien expresados, deja al lector un placer máximo porque encuentra una obra pulcra, pulida y cuidada.

Hemos de tener en cuenta a Sara Olivas. Es una voz cálida que siente y nos hace sentir. Las manos es una obra construida con sentimientos que traducen referentes reales sin esquivar las metáforas y la diversidad de recursos. Es una poesía intimista en su concepción, próxima a la experiencia, pero sin caer en el ego ni en la expresión de haber sentido como si  nadie pudiese haberlo hecho: no alecciona, descubre. Su irrupción en el mundo de la poesía es una gran noticia y alimenta la idea de que cada día hay mejores autores. Viva la poesía joven. Pero no de quinceañeros que pasean su ego por Internet o por libros promocionados hasta la saciedad por los grandes almacenes.

J. V. Peiró