El trueno cae y se queda entre las hojas

domingo, 24 de octubre de 2010

EL APOCALIPSIS SEGÚN BENEDICTO DE ESTEBAN BEDOYA


En la narrativa paraguaya del siglo XXI se van añadiendo nuevos nombres que la están nutriendo de un esplendor aún desconocido en el exterior, pero muy apreciable cuando penetramos en su mundo. Ya no descubrimos a nombres dispersos como venía ocurriendo hasta bien entrados los años ochenta, y a unas cuantas figuras dominadoras de esa cualidad llamada “fama”. Ahora los autores se multiplican por doquier y resulta realmente complejo realizar aquellas nóminas, cronologías y entradas de diccionario que a mediados de los noventa nos resultaban, si no sencillas de realizar, sí menos laboriosas que en la actualidad. Esto es muy bueno para una literatura que, sigue en su isla, pero más por problemas mercadotécnicos, empresariales o diplomáticos, que por los estrictamente literarios.
            Entre estos narradores paraguayos del siglo XXI encontramos a Esteban Bedoya. Asunceno que ha vivido en Buenos Aires y en Suiza, nacido en 1958, se nos reveló con un prosista en crecimiento con aquel libro titulado La fosa de los osos, una obra formada por diez cuentos, caracterizada por su economía expresiva, su versatilidad del discurso y la intensidad emotiva, rasgos que no ha abandonado en sus siguientes creaciones. Relatos de la obra como “Adán, el exterminador de serpientes y su pacto con la muerte” o “La importancia de llamarse Jean Baptiste Pororó” están entre las mejores narraciones paraguayas de los últimos años. A ella siguió Los malqueridos, obra que reunía tres historias con relación entre ellas y sus personajes.
            Bedoya siguió publicando hasta que nos ha dado recientemente una obra redonda: El Apocalipsis según Benedicto. Está constituida por cuatro novelas cortas o cuentos largos, según se quiera mirar, entre los que destaca evidentemente el que da título a la obra. A él se le suman tres relatos titulados “Los González Espino”, “El camino interior” y “Villa Eloísa” donde se enfrentan dualidades como la fantasía y la realidad, la hipocresía y la sinceridad, mentira y verdad. Así, un cuento como “Villa Elisa” ofrece un análisis crítico de la realidad sociopolítica del Paraguay, con una historia sobre la corrupción, el arribismo y el amiguismo existentes, mezclado con una trama fantástica, en la que se suceden acontecimientos sobrenaturales en la casa del título. Y es que, como escribiera Borges, la condición metafísica del relato se caracteriza por la disolución o la asociación entre ficción y realidad: por la debilidad de la línea que las separa.
            “Villa Elisa” es un gran relato de la voracidad especulativa del neocapitalismo alejado de toda ética. Aunque estemos asistiendo a sus últimos coletazos, la avaricia ha existido siempre y existirá, parece decirnos Bedoya. El problema es el grado. De que los fantasmas de “Villa Elisa” protagonicen la rebeldía contra un mundo de negocios que invade hasta los espacios de lo sobrenatural. Esa dureza se subraya también en relatos como “Los González Espino”, ubicado en la represión argentina de finales de los setenta, también incide en lo sobrenatural, con el enfrentamiento del ángel con don Agustín González, hombre de la dictadura, o en “El camino interior”, un relato con un suspense graduado a la perfección.
            Centrándonos ya en el relato que da título a la obra, estamos ante una narración con una carga crítica anticlerical muy sólida. Estamos ante el monólogo de Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI, referido a Sor Pascualina, una monja mexicana que permite justificar la estructura del discurso. De esa forma, repasa la biografía del pontífice desde su pasado filohitleriano, el cual no niega pero alega como defensa el que no era fácil escapar del fanatismo de ese terrible personaje de la historia universal, hasta su integrismo con la aceptación del cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucesora de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición fundada en 1542. Recuerda su pasado y su amor hacia una muniquesa, Gerda, por la que se obsesionó durante su adolescencia hasta el punto de pasar el día “con las manos metidas en los bolsillos del pantalón”. Y es que, por mucho que trate de impedirse, la humanidad de los prebostes de la iglesia contrasta con la doctrina del celibato impuesta. Por ello, Benedicto conoce bien la necesidad de un giro radical en la iglesia católica para poder sobrevivir: simplemente poder sobrevivir.
            Por ello, necesita recuperar fieles y para eso revela el Tercer Secreto de Fátima: el advenimiento del fin del mundo, lo que renovaría el archiconocido “temor de Dios”, lo cual impulsaría a los infieles a la conversión y a recuperar adeptos. Sin embargo, Benedicto va más allá y decreta que los sacerdotes pueden dejar de ser célibes, pueden acogerse al sacramento del matrimonio, aunque no las altas jerarquías. Ello provoca todo un enorme revuelo y un episodio que permite hacer crecer el interés del lector hacia el desenlace.
            Si a ello añadimos detalles interesantes como de la alusión al “obispo presidente” cuando el embajador paraguayo acude a la Santa Sede, o los movimientos de Sor Pascualina a los que se muestra atento con lascivia el narrador-protagonista. Bedoya sabe imprimir alusiones a aspectos del presente para cautivar la atención del lector. A lo mejor este pequeño detalle permite la mirada positiva del lector latinoamericano hacia un discurso que de por sí ya es demoledor.
            Estamos ante un gran relato en el que se pone encima de la mesa de debate un tema crucial en nuestros tiempos: la crisis del cristianismo y, sobre todo, de la iglesia católica. A lo largo de los diez capítulos de la obra se va revelando cómo a lo largo del siglo XX la espiritualidad decreció hasta irse apagando. Como se va apagando Ratzinger hasta descansar en paz en la tierra de sus ancestros y no quedar ni rastro de Sor Pascualina, la persona gracias a la cual el papa, en su retiro, nos alumbra sobre los destinos inciertos de una iglesia cuyo lugar en el mundo del hedonismo ha quedado relegado a la postergación como tantas otras ideologías y espiritualidades.
            Esteban Bedoya se nos ha revelado como un gran autor importante para las letras paraguayas. Personalmente, tenía esperanzas de que así lo fuera después de haber leído La fosa de los osos hace años, y me ha confirmado que, además de tener un gran conocimiento de la constitución del relato, es valiente, atrevido y capaz de suscitar la reflexión e incluso la polémica. Por otro lado, el libro está muy bien editado, con una portada y unas láminas interiores realmente espléndidas, lo cual es de agradecer igualmente. Ahora queda esperar a que Bedoya nos ofrezca nuevas obras en el futuro. Pero su obra ya ha quedado marcado por este gran trabajo que es El Apocalipsis según Benedicto.

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