El trueno cae y se queda entre las hojas

viernes, 21 de octubre de 2022

 

  

        El pasado está en mi presente

            Mientras estemos muertos

                José Ovejero

                Madrid, Páginas de Espuma, 2022, 153 páginas.



        José Ovejero ejemplifica en su nueva novela Mientras estemos muertos bastantes ideas expresadas en La ética de la crueldad, premio Anagrama de ensayo en 2012. Diez años después nos ha obsequiado con esta narración que muestra una de las premisas de ese ensayo: la crueldad es omnipresente y también en la vida cotidiana. Formula una representación de la misma intentando golpear al lector con la imaginación haciendo sentir los golpes para romper su pasividad y provocarle una reacción con escenas donde la violencia psicológica está presente.

Ovejero (1958) siempre trató de impactar al lector, como en sus novelas Las vidas ajenas (2005) y La invención del amor (2015). Con realismo tremendista cuenta la historia de una familia de clase obrera, inmigrante, que va progresando en los años del tardofranquismo.  El hijo narra la vida familiar con sus tensiones, la violencia doméstica silenciosa, a veces algo sádica, sus amores y el péndulo de su clase social. De todos ellos desea escapar, como los animales entre los que crece.

En quince capítulos nos narra su crianza con un padre autoritario y una madre silenciada, entre unos hermanos nacidos en la época del baby boom. Cada uno puede leerse como un relato autónomo, como un cuento separado del resto. La crueldad está presente al ser innata al ser humano y llega a crear situaciones psicológicas complejas. Casi de terror en la etapa infantil. Ya en el primer capítulo, “Matar a un perro”, vivimos esa proyección de dominio paterno con educación en la violencia con una metáfora como es la caza. Enerva observar cómo el padre presiona al narrador-protagonista para matar al animal. Prosigue con la historia de sus abuelos y la fuga de Perro, que será semejante a la continua del personaje de los espacios habitados en el pasado. Le siguen las crueles historias de colegio, donde también vive la violencia, el servicio militar, el impacto de los primeros contactos con el sexo, el suicidio, la muerte de familiares, el ascenso social, la creación literaria y el amor en los capítulos “Do you love me” y “Él, ella”, hasta que llega la muerte del padre, con dos versiones en realidad complementarias, un recurso hábil para dar una visión completa en perspectiva desde lo personal.

Sin duda, uno de los aspectos destacables es el metaliterario. Ovejero nos habla de los procesos de escritura, de la inspiración y hasta del estilo. Incluso cita al escritor Manuel Vilas en su relato sobre las botas de trescientos cincuenta euros, otra forma de plantear el arrepentimiento y el progreso socioeconómico personal. Lo contrapone al de esos escritores criados entre bibliotecas “del salón de papá y mamá”. Unos acercamientos que existen en la realidad. Curiosas alusiones a las invitaciones a la Zarzuela con unos párrafos sin desperdicio.

Una autoficción en toda regla, con lo biográfico salpicado por la invención continua donde incluso el autor aparece (“Las orejas de Ovejero en movimiento”, “Ovejero el transgresor”). Memoria e invención se unen hasta su fusión. Una novela donde lo pulcro queda diluido en los golpes de su prosa que provocan incomodidad pero al mismo tiempo avidez lectora. Solo por la lectura del capítulo “Agfa Synchro Box” ya merecen la pena su páginas. O por “Él y ella” escrito en párrafo único al que se añade otro de remate en seis líneas. “Ahora floto, cabrones”; una frase de la novela que es un buen resumen de la intencionalidad del protagonista: pasar factura a los orígenes.

©José Vicente Peiró