El trueno cae y se queda entre las hojas

jueves, 9 de diciembre de 2010

ANGELINA O EL HONOR DE UN BRIGADIER




            El viernes día 3 de diciembre estuve presenciando el montaje dramático de Angelina o el honor de un brigadier realizado por el prolífico director Juan Carlos Pérez de la Fuente, y el Centro Dramático Nacional. La obra de Enrique Jardiel Poncela merecía una revisión escénica adecuada y su rescate de ese cajón del olvido de los grandes autores españoles para el gran público actual. Jardiel había quedado como una curiosidad, una obra para estudios académicos, semienterrada por el tiempo y por las nuevas formas de humor más fundamentadas en la imagen que en la palabra. Afortunadamente, lo hemos redescubierto gracias a este magnífico montaje de Pérez de la Fuente, que seguramente aplaudiría el propio Jardiel Poncela. Teatres de la Generalitat se fija en los grandes rescates teatrales y nos trae a Valencia un montaje de obligada visión para todo amante de la escena, sobre todo la de los protagonistas del teatro de humor, precedentes del absurdo, entre los que se sitúa Jardiel.
            Jardiel Poncela (1901-1952) estrenó esta obra el 2 de marzo de 1934 y obtuvo un notable éxito de público, hasta el punto de convertirse en una de sus creaciones más valoradas y conocidas junto a Eloísa está debajo de un almendro. La acción transcurre en el Madrid de 1880 y se inscribe en la línea argumental clásica de amoríos forzados y mancillas al honor y a la moral, pero con una visión desmitificadora. Angelina es la hija de un brigadier, don Marcial, que se fuga con Germán, arquetipo del galán en decadencia, razón por la que el militar y su novio poeta humillado, Rodolfo, les persiguen. La situación dramática desemboca en un juego cómico, con un lenguaje ingenioso y purificante, donde se pone en entredicho el concepto del honor tradicional.
            El montaje de Pérez de la Fuente actualiza la obra hasta darle un nuevo sentido: es necesario renovar el teatro clásico adecuando el texto a los nuevos tiempos. Al humor satírico de Jardiel se le añade la disposición escénica provista de candilejas en primer plano, decorados integrados en la secuencia (llamativo es el muro móvil del cementerio), y elementos propios de la estética surrealista como el velocípedo gigante, la acción danzarina de los gatos (incorporación al libreto original) o la presentación de los personajes a linterna en mano, junto a la amplitud del espacio escénico hacia el resto de la sala. El ingenioso texto lleno de humor no pierde su fuerza por ello: queda intensificado por unos decorados, iluminaciones y traspuntes adecuados. Si las intenciones del director consistían en subrayar la exploración de todas las posibilidades de la obra, lo consigue. Valga como ejemplo la satirización del donjuanismo representada en los versos escritos en la tapicería del sofá y la imagen de la pareja del Tenorio en la silla donde Angelina y Germán se disponen a hacer revivir la famosa escena de la obra de Zorrilla, sin conseguirlo por los alardes textuales que lo frustran. El verso de Jardiel está acompañado por una interpretación perfecta, donde destaca Chete Lera en el papel del brigadier y Jacobo Dicenta como Germán, sin olvidar unos secundarios magníficos.
            El montaje cumple sobradamente. Dentro de la frialdad del humor de Jardiel Poncela, necesario para la desmitificación del concepto del honor, encontraremos secuencias memorables como la del duelo en el cementerio donde el director acentúa la ruptura del espacio escénico para reproducir el color del absurdo humorístico. Es así porque Pérez de la Fuente ha sabido leer y traducir la obra para mostrar la imagen de una España donde chocan lo tradicional y lo moderno. Pero, en el fondo, este montaje reivindica la necesidad del ingenio en el texto teatral, ejemplificado por un autor olvidado a pesar del éxito de sus montajes  como es Jardiel.
            Triste es otra cuestión: la cantidad de público asistente. Mientras las simpatías de los espectadores llenan otro “teatre de la Generalitat”, al Principal de Valencia no asistimos ni doscientas personas. Habrá que estudiar que hoy en día ni la calidad de un montaje, ni su acertada promoción, ni el aval del éxito de las representaciones en otras ciudades, ni el autor tienen importancia: quizás sea el morbo de la polémica o las cuestiones referentes a la imagen pública de los participantes lo único que importa. Nos alegramos muchísimo de todos los éxitos teatrales de nuestros paisanos, pero no deberíamos descuidar a las grandes compañías españolas, como es el Centro Dramático Nacional, para evitar caer en reduccionismos o provincianismos. Si queremos que el teatro siga siendo un lenguaje universal.

J. Vicente Peiró

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