Cuando alguien
ha leído El Apocalipsis según Benedicto,
no puede dejar de sentir interés por su autor, Esteban Bedoya, y sus
posteriores publicaciones. Aquella obra, genuinamente esperpéntica y original,
nos reproducía un mundo en los infiernos de la realidad para construir un
compendio de lo conocemos como crisis del catolicismo, que no es más que una
transformación más de las mentalidades en nuestra sociedad. Pero no se detenía
solamente en esta cuestión: avanzaba la propia crisis moral del neocapitalismo
posindustrial en que ahora tratamos de sobrevivir. Ello sin eludir el examen
sociológico del Paraguay, como en el cuento “Villa Elisa”, un análisis crítico
sobre la corrupción, el arribismo y el amiguismo como sustrato temático de una
trama fantástica, en la que se suceden acontecimientos sobrenaturales en la
casa del título. Heredero de autores capitales del siglo XX, como Borges o
Cortázar, y del humor de raíces cervantinas, sabe convertir la realidad en una
trama fantasiosa, provista de causalidad y dotada de una verosimilitud
literaria cuadrada.
La publicación
de su nueva novela (por cierto, en Australia, dato curioso aunque no increíble
por ser su residencia actual) es una grata noticia. Su título es atractivo: La colección de orejas; mención que
evoca aquella historia de Ascasubi cuando puso a Isidora la Mazorquera a admirar la
colección de orejas de unitarios que poseía Manuelita, o la de Dos falsas novelas de Ramón Gómez de la Serna , y su relación con el
fetichismo macabro. Aquí, la colección de orejas buscada es un leitmotiv del que salta la historia
principal. Como en otras narraciones, Esteban Bedoya parte de una misteriosa
anécdota, el encuentro de un periodista suizo, Leandro Manfrini, con un misterioso
hombre de negro que lleva un colgante con una oreja, para desentrañar una
historia enmarañada en el trasfondo político stronista. Sin embargo, es el
misterio del indio blanco el que ocupa el centro vehicular de la narración, lo
cual la dota de unos cimientos férreos y bien armados.
El
cervantinismo de la historia, texto dentro de texto (en palabras de Eric
Courthès, “la novela es una red de textos imbricados”), metaliterariedad del
narrador al conocer a Manfrini, está sustentado por un argumento repleto de
tramas no tan dispersas como aparentemente podría apreciarse en una lectura
superficial. La historia del indio blanco salta a la relación con la mujer
negra que protege a uno de los protagonistas de la represión del régimen
dictatorial, y a partir de ahí a otros sucesos unidos alrededor de la unión
matrimonial planteada entre la hija de la familia Palavecino, Antonia, y
Fernando, hijo único de doña Serapia, matrona de la familia. La historia se
alambica hasta el punto de rayar en un bizantinismo moderado, bien resuelto en
función de la relación entre los personajes y cierto nihilismo alejado del
escepticismo.
Este indio
albino legendario nos recuerda la forja de nuestras mentalidades en la
mitología. Su entrada en la vida corriente no perturba: más bien, revela las
carencias de la buena familia. Porque en el fondo Esteban Bedoya nos remite al
fracaso como destino humano; sobre todo al fracaso moral convertido en motor de
los actos. El hecho de que el matrimonio no pueda consumirse por la
homosexualidad de Fernando y de que Antonia sea una mujer de carácter
acaparador que ordena más que organiza, es una representación de la frustración
de la pequeña sociedad y de la familia entendida como vehículo de bondad y
unión.
Bedoya firma
una denuncia explícita de la violencia mostrándonos ambientes desagradables sin
ningún pudor, pero con plena justificación. Así, vemos cuadrillas paramilitares
que se dedican a cortar orejas de los indígenas mbyá y guardarlas como trofeos
de conquista. Sin embargo, la enigmática presencia del doctor Mengele, el
famoso médico nazi, abre un interrogante acerca de la naturalidad o
artificialidad del indio albino: ¿mito o realidad? Es esta presencia de
elementos anormales, o al menos diferentes a nuestros cánones vitales, la mejor
fortaleza de la novela. Quizá hubiera estado más conseguida la explicación del
mito del indio albino del primer capítulo si no hubiera sido explicativo y se
hubiera forzado más el discurso con ficción pura.
Hay momentos
en que se recurre a la saga, como la historia de los Palavecino. Pero se rompe
con la trasgresión sexual del desnudo de Cristino. El artista sometido por la
joven Antonia descubre un mundo de depravación que aleja el pensamiento
familiar de cualquier tradición heredada, hasta hacer chocar la moral y las
costumbres. Esteban Bedoya no sujeta sus personajes a cánones establecidos: los
libera del yugo de la influencia social y familiar para individualizarlos según
su propio carácter. Les permite escapar de la protección paternalista de un
narrador omnisciente castrante. El indio albino, nacido en la selva, entra en
el mundo asunceno cuando es contratado de criado de una familia patricia, los
Pavón-Grisini, que van labrando su riqueza por medio de su posición dentro del
partido colorado en el poder, hasta el punto de ser una de las familias
defensoras del régimen dictatorial.
Otro aspecto
positivo de la obra es que el indio albino no se ajuste al modelo del buen
salvaje, nacido fuera de la “civilización” y educado por las elites dominantes,
aunque en realidad el autor huye de los conceptos tradicionales de la
aculturización indígena con acierto narrativo. De hecho, los abusos sexuales
que sufre por parte de los miembros de la familia Pavón-Grisini desmitifican
esta idea: la depravación contrasta con las buenas costumbres exhibidas de cara
al exterior. A pesar de que Cristino violó a Antonia de niña y de que fue
maltratado por Mengele, no hay maniqueísmo ni sentimentalismo en el tratamiento
del personaje, así como tampoco sobrevuela un mensaje moral con respecto a su
comportamiento. En realidad, su universo está rodeado de inmoralidad. El indio
acaba siendo protagonista televisivo y de ahí es “reinsertado” en la selva para
“recuperar sus derechos” gracias a la fundación de la familia, clara ironía
sobre la moral imperante.
Sin embargo,
nos atrae más en la novela la imbricación de las pequeñas historias de cada
personaje con el argumento global. Diríamos que el indio Cristino es un
conductor, pero en realidad el resto de personajes son igual de interesantes.
Los episodios humorísticos de su retorno al contacto con otros indígenas, como
por ejemplo las “galletas coquito” con los acampados en la plaza Uruguaya o el
exterminio de las aves del gallinero, sumados a los de su vuelta con los mbyá y
su borrachera del reencuentro, se
alternan con la crítica irónica a las intrínsecas relaciones con el poder. La
conversación entre Garcilazo y el senador, con las palabras escritas en Suiza
por el periodista Manfrini, revelan todo un mundo subterráneo donde la política
común se sustituye por los intereses personales. Personajes como Cañete están
perfectamente trazados; gozan de autonomía pero sin escapar del discurso. Sin
embargo, muchos de ellos son engullidos por las situaciones de la novela, sobre
todo cuando son violentas. La enigmática llegada a casa de los Pavón del
oficial Estigarribia para cerrar el caso de su marido demuestra el grado de
nepotismo de los privilegiados existente en la sociedad paraguaya y la
impunidad con la que actúan.
El final,
entre la añoranza del olvido de mitos como el Pora o el Luisón aprovechando la
desaparición de Cristino de la memoria colectiva, redondea una novela a tener
en cuenta; una novela donde se hace patente la idea del humor como estrategia
de denuncia de la realidad. La anécdota policíaca del comienzo y la búsqueda
del coleccionista de orejas acaba siendo solapada por los personajes
variopintos de la novela. Violaciones, situaciones macabras, pero también
cómicas, muestran la degeneración del individuo. En el desenlace el periodista
Manfrini y Antonia siguen su camino a pesar de amarse en sueños, y el narrador
hace balance de la procedencia de las historias compiladas.
La escritura
de Bedoya no posee límites. La novela podría ser acusada de disparatada o de
contener secuencias inverosímiles incluso. Nada más lejos de la realidad,
puesto que es en ello donde reside su estilo propio y la potencia de su
discurso. Con esta novela destaca el olvido de una cultura indígena, pero sobre
todo la dislocación de unas mentalidades oblicuas por su disfunción entre
pensamiento y acción, sobre todo en relación con la tradición moral y la
actuación personal en el universo político de los intereses personales. La colección de orejas posiblemente no
sea tan tenida en cuenta en el futuro como la rupturista y llena de imposturas El Apocalipsis según Benedicto, pero sí
la tendrán en cuenta el lector y la crítica como una novela inolvidable.
José Vicente Peiró Barco
jvpeiro@ono.com
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