El trueno cae y se queda entre las hojas

jueves, 13 de junio de 2024

 


(Fotos @Alba Valle)


Core o el estado actual de una generación

 

En estos momentos, la mal llamada “Generación Z” (porque denota una dependencia que viene de la X), que bien podría llamarse “de entresiglos” por su fecha natal a caballo entre el último lustro del siglo pasado y el primero del actual, atraviesa unos problemas que vienen del choque entre con la realidad desde el mundo infantil, la crisis de 2008 que les hizo ver que el mundo no era tan copioso y abundante, y el remate de la pandemia que les impidió tener lo mismo que sus hermanos mayores y se quedaron fuera de la nueva realidad que viven sus hermanos menores, si es que tienen hermanos y no viven en la soledad absoluta de un mundo individualista, por no llamarlo egoísta. Si añadimos la falta de perspectivas de futuro a las inseguridades provocadas por la situación social tenemos el cóctel perfecto para la depresión en distintos grados desde la caída en un pozo profundo. Además, son los últimos que vivieron lo analógico y han chocado con la dictadura digital que nos invade. Tocaron el cielo pero sus alas no se movían lo suficiente como para volar por sí mismos.

Este ambiente social ha derivado en problemas de salud mental y traumas que están arrastrando a partir de los veinte años de edad. Y de esto nos habla Arantxa Cortés, una joven actriz y autora de Chella. Ha puesto voz a un problema generacional (aunque no sea exclusivo de ella) y le ha dado visibilidad en Core. La autora tiene 26 años en estos momentos y se nota que conoce a fondo los problemas de sus coetáneos. Estamos tirando a la basura el potencial de la mejor generación de nuestra historia porque el estado de supervivencia y “buscarse la vida sin saber cómo” impide darles la oportunidad que merecen. Nunca hemos tenido tantos jóvenes atendidos por psicólogos por sus problemas de salud mental.

Arantxa Cortés (1997) ganó el premio Ciutat de Castelló en 2022 con Els diumenges són dies de descans sobre la despoblación y la transición ecológica. Participó en el último laboratorio Insula Dramataria con La Fe, donde causó sensación por su frescura y su oficio a pesar de su juventud (o gracias a su juventud). Como actriz, la hemos visto prodigarse en un buen número de montajes, el último La odisea de aquellas vidas, producción de Inestable. Creo que la primera obra en que la vi fue con La Subterránea en Como las cosas amables en 2019. La hemos podido disfrutar con Visitants y A Tiro Hecho y más recientemente en Perquè t’estime, que si no... de Carles Alberola, donde hacía una pareja inolvidable junto a Ramon Rodenas.

Aunque Core iba a ser su segunda escritura, se coló La Fe. En principio se iba a titular De cómo toqué el cielo y me tragué un ángel al caer. Este largo título es un resumen perfecto del contenido de la obra. A partir de la lucha gimnástica contra la dismorfia corporal entra en el universo de su generación con problemas derivados de la infancia y la disociación entre los consejos familiares, maternos, y el deseo de libertad. La anorexia y la bulimia, el bullying, la pervivencia de los monstruos interiores y la depresión están en ese mundo donde se presenta a una joven cuando tiene cuatro años, ocho, dieciséis y veinticuatro fusionando estas etapas exponencialmente de múltiplos de dos a partir de los cuatro. Los fantasmas interiores se apoderan del cuerpo pero también de la mente y solo podrá salir a partir de ella misma. Incluso la ayuda de la psicóloga será infructuosa porque su salida depende de una misma después de tantas sesiones. El camino recto no es forma de salir de la crisis personal sino la consideración de su mundo como un ajedrez donde el rey está protegido por numerosas piezas, la mejor la reina porque se mueve por donde quiere, claro simbolismo entre tantos que posee la obra.

La representatividad del mundo mental del personaje protagonista es fabuloso. En todo momento se percibe qué siente y qué nebulosa se apodera de su mundo. Arantxa Cortés realiza una interpretación tan verosímil –como extenuante en lo físico, que deslumbra. Está todo en su cuerpo y en su palabra, en sus gestos de contrariedad. Los devaneos de sus dudas pueden comprobarse en los de tantos jóvenes de su edad y ella los ha recogido, hasta en la dedicación obsesiva a la gimnasia, que no es la solución sino también parte del problema, la soledad y su apartamiento hasta de ir a cenar con las amigas, y una mirada a partir de la individualidad a los cánones sociales opresores. Ha creado un universo de traslación de la realidad al espacio onírico con bastante opacidad con una escenografía de Carla Cea donde las cortinas resultan fundamentales para distinguir dos universos mentales, muy apoyadas en la precisión e la iluminación de Carla Chillida, que posee el punto exacto para difuminar el espacio como figuración de la mente de la protagonista. Como el espacio sonoro de Carla Cea, apabullante, también autora de la escenografía, más compleja de la apariencia.

Acompaña a Cortés, también directora llevando el texto a su gusto, Resu Belmonte. Qué podemos decir de una de las mejores actrices valencianas: que sorprende interpretando a varios personajes, la madre y la psicóloga, pero también cuando cambia de registro a un conocido protagonista televisivo infantil. Hacen una gran pareja y se compenetran de maravilla sobre todo señalando las diferencias generacionales y personales.

Una obra imprescindible, puesta en escena por un equipo integrado solo por mujeres, sobre todo para quienes se preguntan qué está pasando a esos jóvenes que vivieron su graduación de estudios superiores con el confinamiento y durante los años siguientes se perdieron con el cierre de posibles alternativas de crecimiento personal y laborales. Un trabajo sensacional. Arantxa Cortés ya es uno de los valores de nuestro teatro más joven y su futuro tiene unas perspectivas como pocas en nuestras artes escénicas. Larga vida a su compañía recién creada: La Vulgar. Puede ser un ejemplo para la autoestima y la autoconsideración de su valía de su generación. Menos "barbies" y más presente y futuro.

Sin duda, la obra revelación de la temporada 2023-24 que ya termina.

J.V. Peiró

 

FICHA ARTÍSTICA

Autoría y dirección escénica: Arantxa Cortés. Dirección de actores y visión externa: Paula Martínez. Interpretación: Resu Belmonte y Arantxa Cortés. Espacio sonoro: Lucía Gea. Escenografía: Carla Cea. Diseño de iluminación: Carla Chillida. Audiovisuales: Iván Moreno. Vestuario: Arantxa Cortés. Foto: María Bustos. Voces en off: Ana Díaz Martínez y Tomàs Verdú.











sábado, 25 de mayo de 2024

 



Un ladrón particular

Diamantes negros

De Jimmy Entraigües

Valencia, Editorial Contrabando, 2024, 209 págs.

 

Tuve mi época de fanático de la novela negra. Cuando me enviaron obligatoriamente al oscuro Servicio Militar, el clima invernal ilerdense daba para pocas salidas a la ciudad y en mi oficina había un sillón mágico para la lectura. Era el año 1981 y la colección Club del Misterio me acompañó muchas tardes húmedas. Poco después seguí con esa afición, alimentada por el redescubrimiento del cine negro en blanco y negro, y pasé de Hammet y Chandler a Chester Himes, Jim Thompson y a esos atisbos del subgénero españoles de Andreu Martín y Juan Madrid. Benditos años de juventud.

Cito esto para advertir que cuando van pasando los años se olvida aquella etapa de sueños e ilusiones. Pero la literatura que te ha fascinado queda para siempre en la memoria. Aunque esté maltratada por modas de novelas publicadas en grandes editoriales que en aquellos tiempos no pasarían de novelas de quiosco de Bruguera. Siento una gran decepción con las que he leído en las últimas décadas, a veces cargadas de “yoísmo” o de opiniones que pretenden ser sociales y no son más que propias del pensamiento vacío o infantil en que nos toca vivir. Un asesinato puede ramificarse hacia muchas tramas pero cuando es un pretexto para contar otras historias me surgen preguntas: ¿debe servir la novela negra como capa literaria para esconder lo que se es incapaz de contar por no saber hilvanar un argumento si no existe un leit motiv? ¿O para evadirse? ¿O para no tener responsabilidades legales cuando se denuncia la corrupción política y empresarial?

Cabría reflexionar en tantas semanas negras organizadas en tantas ciudades si realmente estamos ante un auge del subgénero o simplemente ante un fenómeno comercial donde la cantidad tapa la falta de calidad literaria por la simpleza de la escritura. Y no entremos en las sagas de detectives: porque si existen tantos en el mundo podemos sufrir un empacho de concomitancias. Parece que muchos autores quieran ser George Simenon y algunos no llegan ni a Ellery Queen. Quizá el mundo quedaría despoblado con tanto asesinato en las novelas y series de hoy en día.

Por ello, es necesaria la renovación de la novela negra. Suena extraño decirlo cuando estamos ante su furibundo auge comercial sin el riesgo de sufrir una juicio inquisitorial que te condene a las cavernas de los críticos literarios a extinguir o al menos a ser marginados. Pero como uno trata de ser ex-céntrico, debe decirlo aunque sea “culturalmente incorrecto”.

Sin embargo, dentro de esta decadencia literaria del subgénero, siempre hay islas ricas en vergeles. A veces porque uno adquiere habilidades para elegir siguiendo su intuición o la trayectoria de un autor. Y a veces por pura casualidad o porque recibe el libro. Es lo que me ha ocurrido con Diamantes negros de Jimmy Entraigües. Él es todo un personaje periodístico valenciano. Aunque naciese en Buenos Aires en 1962, ha dado y da testimonio de la vida cultural de la tierra donde reside desde hace décadas con una buena pluma y un buen tino en sus elecciones. No es un periodista: es un cronista por medio del artículo. Por esta razón me interesó su novela desde el primer momento.

Diamantes negros es una historia policíaca, negra. De un peculiar ladrón de guante blanco experimentado que prepara el gran golpe que le permitirá vivir de rentas y a lo grande el resto de su vida. Y lo hace desde la sospecha de que en una joyería hay una sustanciosa colección de diamantes y joyas procedentes del mercado negro. Un delincuente que se plantea como un Robin Hood pero no como esos discutibles brutos chillones de la serie La casa de papel sino desde el sigilo discreto de quien esta fichado internacionalmente pero sale siempre airoso de las circunstancias. Sus atracos parten de su inteligencia en la planificación y en la capacidad de mostrar maleabilidad en sus planes. Por tanto, estamos ante un personaje, Rene Clemont, hábil y diferente, argentino plurinacional con una simpatía especial por ser un delincuente que pretende robar a otros delincuentes, pero sobre todo con una personalidad bien trazada en la novela: inteligente, práctico, cuidadoso medidor de cada paso, con sentido del humor y con peculiaridades muy singulares que el lector irá descubriendo a medida que lea la novela.

Al lado suyo respira un amplio coro de personajes que representan la idea y la derivación argumental escapando de que esta idea se convierta en tópico. La inspectora Castell es una profesional excelente, también con vida privada trazada en algunos párrafos solamente, y se sale del arquetipo de investigadora especializada en robos de patrimonio histórico para singularizar a quien debe utilizar estrategias con René entre una diversidad de alternativas. El inspector Bermúdez el típico empleado público a punto de jubilarse. Puchades es el político corrupto del “usted no sabe con quién está hablando” de toda la vida, pero ha de aguantar el sistema de libertades públicas de una democracia. Y así podríamos seguir enumerando: Montse, la pareja de René en esos años, el joyero Beltrán con todo su papel de distanciado intermediario, los abogados, entre ellos Sandra Lezama, un personaje maravilloso, con cobra una fortuna por su trabajo y que es una mujer libre sin prejuicios y con una suculenta actividad sexual, y sobre todo Daniel, el cómplice de René cuya torpeza provoca que el atraco se convierta en algo parecido a la película Tarde de perros de Sidney Lumet. Aunque hay más personajes secundarios que sirven de apoyo a la acción para lograr su verosimilitud.

Este coro de personajes está perfectamente ensamblado. La estructura de la novela va situando historias en paralelo, como un montaje cinematográfico, algo que domina Entraigües. Los tiempos se sitúan en paralelo pero da la impresión de seguir avanzando. Los cambios de espacio están muy logrados, sobre todo en la oposición entre el cerrado derivado del atraco y el abierto de la calle cortada durante el mismo. De esta forma, cada personaje en sí es una historia que confluye en un mar conjunto. Porque la inspectora Castell tiene su vida privada, contada magistralmente en apenas un apartado. En la narración destaca el encadenamiento deductivo con precisión, sobre todo en René para hallar una solución inmediata a cada detalle o suceso. ¿Y cómo no acabar una historia negra sin una resolución del crimen? Pues Entraigües le da una solución lógica pero siempre dentro de la construcción natural del relato.

Estamos ante una novela que permite recuperar la fe en el subgénero negro a quienes la hemos perdido hace años. Porque la acción es trepidante pero sin caer en la necesidad de que la novela “enganche”. Sin entrar en complejidades y haciendo fácil lo difícil para que el suspense tenga brillantez. Además, los personajes son tan humanos que nos enamoramos de ellos. Yo, en concreto, de Sandra Lezama, a quien me gustaría conocer y divertirme una tarde con ella contándome secretos de la vida. Aunque René sea muy atractivo y Castells muy hábil; gracias a qie ambos son tan inteligentes que abruman.

Pero sobre todo lo más destacable es la limpieza de la prosa y de estilo. Entraigües ha escrito con pulcritud y con precisión. Si, además, no deja un cabo suelto de los sucesos, el lector hallará también la diversión necesaria sin que le hagan caer en las trampas de la inconcreción. Es una novela muy bien escrita y con un uso del lenguaje muy medido de forma natural para que nada parezca inverosímil.

Gran novela esta Diamantes negros. Subgénero negro de verdad, no de mentiras. Quien roba a un ladrón, ¿tiene mil años de perdón?

viernes, 26 de abril de 2024



Los raros no son iguales: cada uno es raro a su manera

Los guapos

Había abandonado este blog por imposiblidad de encontrar un tiempo. Pero de vez en cuando vuelvo a él para reencontrarme con la crítica literaria. En ella comencé y nunca hay que olvidar el pasado.

He leído Los guapos (2024) de Esther García Llovet. Mi dedicación a las artes escénicas me ha impedido abordar sus anteriores relatos. He de decir que Sánchez me atrae y algún dia la leeré. Su prosa ágil, endiablada y plácidamente grácil me invita a seguir a esta autora.

La mayor virtud de la novela, además de su buena escritura con un estilo personal, es saber poner el punto final cuando la narración no da más de sí. De ahi que ese "La respuesta es SÍ" de la rubrica sea un momento de distensión abierto entre los sucesos misteriosos que vive Adrián Sureda, el falso periodista que aparece por los arrozales frente al cámping valenciano de El Saler para enfrentarse a un coro de aficionados a lo oculto y a los extraterrestres después de la aparición de unos misteriosos círculos de formas geométricas en un campo sembrado.

Adrián es un antihéroe. El fracaso se le asoma por su déficit de atención. Ahora es organizador de eventos y festivales musicales. Viaja a Valencia a comprar fuegos artificiales para la inauguración de un parque de atracciones. Un tipo aparentemente normal envuelto en unas situaciones de personajes estrambóticos que muerden al lector. Estrambóticos pero sobre todo marginales. García Llovet nos pone frente a Ocho, el gato montés con una corona del Burger King, fantasmas, un director del cámping extraño, Vicente, la fornida guardia de seguridad Willy que come pipas continuamente y que es el desencadenante del desenlace con su plan, también dedicada a un programa de radio esotético en sus ratos libres, el Carabinero, Mornell la abandonada en un río cercano, el anciano paseador de perro detenido por la Guardia Civil por pirómano, y otros que construyen un microcosmos de lo irracional. Se multiplican los episodios disparatados y divertidos como el intento de secuestro del niño japonés, el enfrentamiento con los tres pijos quinceañeros, con otros inverosimiles como los tres dromedarios pastando en los arrozales de la Albufera, junto a momentos terroríficos como el de la gasolinera o esa elevación de Willy. Pero la rareza no está excenta de puntos bellos o reflexiones metaliterarias como "un buen argumento tiene que ser breve y tiene que ser conciso, firme, tenso, como la cuerda por la que camina el funambulista sobre el abismo". Así es esta narración.

Reconozco que la extrañeza de la novela tan bien contada me entusiasmó. Sobre todo por lo anecdótico, el toque concreto de las situaciones de cada personaje. Sin embargo, no sé si es una novela de misterio, humorística, una sátira social o un ejercicio estilístico para mezclar distintas cualidades. El toque ocultista y esotérico preside el enigma pero es demasiado confuso. El final deja un poco indiferente. ¿García Llovet nos está diciendo que estamos en una sociedad llena de personajes desequilibrados? Pero no lo acaba de rematar con claridad.

Lo mejor es el conjunto de seres que no lograrán salir de su precariedad y su fracaso personal. Ni siquiera el protagonista. Y, por supuesto, la prosa, casi siempre coloquial, con un preciso manejo de los diálogos, y una capacidad para el pequeño episodio asombrosa. Cada episodio debe ser leído como si fuera autónomo para poderlo disfrutar. Por eso, falta quizá una mayor concreción de un argumento que valide esta calidad narrativa.

Novela que se deja querer y se disfruta. Aunque no pase a la historia de los grandes relatos sí que consigue que el lector disfrute de buenos momentos y entre en una historia que es una suma de anécdotas sin más trascendencia que la de ser literatura placentera por la extrañeza de sus personajes y sus actos.


viernes, 21 de octubre de 2022

 

  

        El pasado está en mi presente

            Mientras estemos muertos

                José Ovejero

                Madrid, Páginas de Espuma, 2022, 153 páginas.



        José Ovejero ejemplifica en su nueva novela Mientras estemos muertos bastantes ideas expresadas en La ética de la crueldad, premio Anagrama de ensayo en 2012. Diez años después nos ha obsequiado con esta narración que muestra una de las premisas de ese ensayo: la crueldad es omnipresente y también en la vida cotidiana. Formula una representación de la misma intentando golpear al lector con la imaginación haciendo sentir los golpes para romper su pasividad y provocarle una reacción con escenas donde la violencia psicológica está presente.

Ovejero (1958) siempre trató de impactar al lector, como en sus novelas Las vidas ajenas (2005) y La invención del amor (2015). Con realismo tremendista cuenta la historia de una familia de clase obrera, inmigrante, que va progresando en los años del tardofranquismo.  El hijo narra la vida familiar con sus tensiones, la violencia doméstica silenciosa, a veces algo sádica, sus amores y el péndulo de su clase social. De todos ellos desea escapar, como los animales entre los que crece.

En quince capítulos nos narra su crianza con un padre autoritario y una madre silenciada, entre unos hermanos nacidos en la época del baby boom. Cada uno puede leerse como un relato autónomo, como un cuento separado del resto. La crueldad está presente al ser innata al ser humano y llega a crear situaciones psicológicas complejas. Casi de terror en la etapa infantil. Ya en el primer capítulo, “Matar a un perro”, vivimos esa proyección de dominio paterno con educación en la violencia con una metáfora como es la caza. Enerva observar cómo el padre presiona al narrador-protagonista para matar al animal. Prosigue con la historia de sus abuelos y la fuga de Perro, que será semejante a la continua del personaje de los espacios habitados en el pasado. Le siguen las crueles historias de colegio, donde también vive la violencia, el servicio militar, el impacto de los primeros contactos con el sexo, el suicidio, la muerte de familiares, el ascenso social, la creación literaria y el amor en los capítulos “Do you love me” y “Él, ella”, hasta que llega la muerte del padre, con dos versiones en realidad complementarias, un recurso hábil para dar una visión completa en perspectiva desde lo personal.

Sin duda, uno de los aspectos destacables es el metaliterario. Ovejero nos habla de los procesos de escritura, de la inspiración y hasta del estilo. Incluso cita al escritor Manuel Vilas en su relato sobre las botas de trescientos cincuenta euros, otra forma de plantear el arrepentimiento y el progreso socioeconómico personal. Lo contrapone al de esos escritores criados entre bibliotecas “del salón de papá y mamá”. Unos acercamientos que existen en la realidad. Curiosas alusiones a las invitaciones a la Zarzuela con unos párrafos sin desperdicio.

Una autoficción en toda regla, con lo biográfico salpicado por la invención continua donde incluso el autor aparece (“Las orejas de Ovejero en movimiento”, “Ovejero el transgresor”). Memoria e invención se unen hasta su fusión. Una novela donde lo pulcro queda diluido en los golpes de su prosa que provocan incomodidad pero al mismo tiempo avidez lectora. Solo por la lectura del capítulo “Agfa Synchro Box” ya merecen la pena su páginas. O por “Él y ella” escrito en párrafo único al que se añade otro de remate en seis líneas. “Ahora floto, cabrones”; una frase de la novela que es un buen resumen de la intencionalidad del protagonista: pasar factura a los orígenes.

©José Vicente Peiró


miércoles, 28 de septiembre de 2022

     



GUARDIANES DE LA MORAL

Ficciones, las justas (La nueva moral en el cine, la música y la pornografía)

Jesús García Cívico – Eva Peydró – Carlos Pérez de Zirira – Ana Valero.

Editorial Contrabando, Valencia, 2022, 177 páginas. Ensayo.

 

Estamos conociendo la existencia de manifestaciones en Irán en protesta por el asesinato de una joven de origen kurdo en una comisaría porque llevaba el velo, el hijab, mal colocado. Un acto reprobable y desproporcionado que, en realidad, ha provocado una reacción contra los dictados patriarcales derivados de una inadaptación de preceptos morales o religiosos. Un acto de unos llamados “Guardianes de la moral”.

Pero qué antiguos son los dirigentes religiosos iraníes. Esta manera de guardar la moral vigente hoy es vetusta y está obsoleta. Hoy en día tenemos otros métodos, sobre todo en el mundo capitalista de raíz cristiana, más sofisticados y derivados de la concepción excesiva de los medios de comunicación como cuarto poder, a lo que habría que añadir al servicio de los poderosos. Una nueva moral derivada del fracaso de la educación, que nos enseñó a leer y a escribir para ser objetos laborales y consumistas en lugar de fomentar el pensamiento crítico  y así tener en estado de ataraxia a la población, que deja de tener valor y se sumerge en un pensamiento único que protege el sistema capitalista egoísta e individualizado, alejado del concepto globalización porque solo sirvió para lo económico. Nada más hay que asistir al actual debate de los impuestos en España para darnos cuenta de la sarta de mentiras lanzadas a lo emotivo, porque da lo mismo el conocimiento de la materia: vivan las sensaciones. Esto lo digo yo, no el libro Ficciones, las justas (La nueva moral en el cine, la música y la pornografía), pero después de haberlo leído.

Jesús García Cívico, Eva Peydró, Carlos Pérez de Zirira y Ana Valero, sus autores, examinan esta nueva censura de moral férrea que nos invade a partir de ejemplos de objetos artísticos y su impacto como cambios culturales en un ámbito general y en el cine y el audiovisual, la pornografía y la música respectivamente. García Cívico resume las ideas que tienden a la práctica popular de retirar el apoyo a personajes públicos y empresas cuando existe algo políticamente incorrecto que determinados sectores consideran discriminatorio u ofensivo. Esto ha generado una nueva sensibilidad con un moralismo artificial instaurador de un cambio cultural hasta llegar a la nueva expresión llamada “cultura de la cancelación”, esbozando ejemplos que serán más detallados en cada estudio.

García Cívico titula el suyo “La nueva sensibilidad: tentativas de comprensión desde el cambio cultural”. Son textos estructurados como píldoras que ejemplifican esta nueva moral que incluso acude al pasado para censurar conductas que en otros tiempos estaban normalizadas. Por sus líneas pasan los casos del futbolista Maradona y los calificativos recordados después de su fallecimiento, el uso de la palabra “negrito” en referencia a Edinson Cavani, también futbolista, que en Uruguay no tiene el valor despectivo que se le atribuyó por estos censores de la moral, falsedades como el “Tour de la Manada” que nunca existió, la elevación de Dora Maar para acusar a Picasso de ser su sombra y un maltratador, los casos del #MeToo, la degradación de Woody Allen y Roman Polanski a la categoría de monstruos, la situación de Kevin Spacey y otros muchos ejemplos. La sumisión de la mujer, la homofobia y el desprecio étnico son ideas a combatir pero han dejado muchos cadáveres sociales. Bajo la moralización explícita se ha sojuzgado a la ficción, confundiendo a la persona con su producto artístico, lo cual está provocando que muchas obras clásicas estén condenadas al ostracismo. Y las redes sociales han sido el medio más potente para expandir una idea censora que lleva como consecuencia la cancelación.

La orientación de conductas es el objetivo de esta moral social que actúa lentamente como una serpiente a la caza de un roedor. Sin embargo, el crítico no debe obviar el trasfondo ideológico de una expresión cultural para lo cual adoptará los criterios de exigencia y rigor. García Cívico, con este sentido, no plantea soluciones sino que establece preguntas acerca de la licitud de esta nueva moral que, de forma hipócrita, acepta las orgías de Berlusconi y las aplaude. No hay cancelación para los políticos populistas pero sí para la cultura.

El ejemplo de Bernard Pivot y su programa de televisión Apostrophes con respecto  al escritor Gabriel Matzneff en los años noventa del siglo XX ilustra muy bien los cambios. Cuando expresó sus artes de seducción con niños y niñas de diez a quince años, solo reaccionó contra la idea de que la literatura sirva de coartada contra la pedofilia Denise Bombardier. Todo ha cambiado: lo que antes era y hasta naif  o una boutade exhibicionista asumida, hoy escandaliza. El problema está en el ejercicio del “judo moral”. Hoy en día la batalla diferencial se gana con likes y parece el objetivo de esa izquierda wake que ha sustituido a la preocupada por la distribución de la riqueza, la igualdad social por la defensa de identidades de las minorías. Ello ha creado una nueva sensibilidad identitarista de pertenencia a clases, para caer en un relativismo cultural peligroso, examinado con lupa por García Cívico para hacernos reflexionar si en ese magma absurdo en que nos estamos moviendo no acabaremos en manos de quienes precisamente son más censurables que los censurados.

Eva Peydró camina por la censura en la ficción audiovisual. Recuerda que se sistematizó corporativamente en Europa a partir del Concilio de Trento, con las listas de libros prohibidos, suprimida hace relativamente poco, en 1966 con el Concilio Vaticano II. En él se incluían autores como Balzac y Sartre y obras cumbres como Madame Bovary de Flaubert y Los miserables de Hugo. Da un repaso por el puritanismo, estudiando a fondo la cinematografía en los Estados Unidos y el conocido código Hays. Y también en España, con toda la historia de nuestra censura desde su asentamiento en la dictadura de Primo de Rivera  y su institucionalización durante el Franquismo. Prosigue para ejemplificar la cultura de la cancelación con casos de #MeToo  y actrices como Whoopi Goldberg, Kevin Spacey, Woody Allen y Polanski, planteando si debemos ocultar la filmografía de James Fox porque tuvo relaciones con Angelica Huston cuando ella contaba con diecisiete años, o Lars von Trier, porque declaró en su día que simpatizaba un poco con Hitler y fue acusado de acoso por la cantante Björk, para rematar con una detallada narración acerca del caso de Bertolucci y El último tango en París, antes idolatrado precisamente por padecer la censura y hoy vilipendiado a causa de unas palabras de la actriz María Schneider por un rodaje de hace cincuenta años. ¿Y qué hacemos con desapercibido cine de John Waters? Muy interesante es la consideración de la interpretación de personajes de una raza por actores de otra raza. Y un excelente remate con el macartismo.

Ana Valero comienza indicando que acercarse a la historia del sexo es acercarse a la historia de la censura. La sexual es la obra transgresora por antonomasia. Plantea un recorrido desde la Grecia clásica para llegar al concepto moderno de pornografía que pervive y que deriva de la era victoriana del siglo XIX. Pero el artista pone su mirada en lo que la sociedad califica de obsceno, siguiendo la frase de Strindberg sobre la definición del artista como aquel que pone la mirada donde los demás la retiran. Valero va desgranando ejemplos muy representativos de prohibiciones, algunas curiosas como la de Ulises de James Joyce o la censura de parte del argumento tan poco erótico de El proceso Paradine de Hitchcock por el código Hays. La conclusión es que el sexo sigue siendo incómodo en el siglo XXI y esboza varios ejemplos acaecidos en la pasada década para demostrar la existencia de una censura sobre las obras de arte en varios museos, hasta llegar a la extensión de la pornografía en los años setenta pasados, hoy en día denostada por el feminismo antipornográfico que lo acusa de ser un potente mecanismo perpetuador del sexismo y la violencia contra las mujeres con la estereotipación de los cuerpos y la cosificación de la mujer. ¿Qué hacemos con los desnudos pintados hace cinco siglos? Si las redes sociales censura de forma automática un pezón femenino alegando provocación sexual, ¿no se estará fomentando la reafirmación del descontrol de los instintos masculinos? Esto me lo planteo después de la lectura de las últimas páginas sensacionales para quienes amamos el erotismo en todas las ramas culturales.

Pérez de Ziriza nos hablará de la música. Aunque discuto su afirmación inicial de que vivimos tiempos de transición: no, la transición hasta esta nueva moral de la cancelación ya la padecimos y ahora estamos en plena moral que en algunos países ya está llevando a la ultraderecha al poder por el efecto acción-reacción. Lo afirmado por Gramsci de épocas de claroscuros no me queda diáfano en estos momentos de variopinta censura moral de masas gregarias segmentadas. Pero lo acertadísimo del ensayo es su tratamiento de la cultura de la cancelación en los conciertos musicales, desmitificando las acusaciones de machismo a algunos estilos y revisando las prohibiciones en ámbitos públicos, algunas de ayuntamientos socialistas por la creación de un fango donde la ultraderecha se desenvuelve de maravilla, como en el caso de Zahara. ¿Y qué pasaría hoy con algún tema de Loquillo o Los Planetas? ¿Entenderán que “Me gusta ser una zorra” costó el puesto de director de televisión a José María Calviño? Pero no es solo el supuesto machismo sino conceptos como la supresión de cualquier canción que contenga la palabra alcohol. Excelente el repaso a la historia de Ryan Adams, que pasó del éxito al linchamiento público, acusado por siete mujeres de abuso sexual, y de Calamaro y C. Tangana, para rubricar con el oportunismo, seguramente crematístico, de aquel niño que fue portada del legendario disco Nevermind de Nirvana. La ridiculización judicial dejó en entredicho al adulto que fue niño.

Un libro excelente, necesario, escrito con una prosa divulgativa capaz de llegar a cualquier lector (salvo a quienes olvidaron que leer es algo mal que juntar letras) a unir a otros editados en estos últimos años, como Lo que la posverdad esconde de Enrique Herreras. Estamos en una nueva época; un momento donde hemos sustituido el pito y la gorra del policía por una campaña en redes sociales. No sabemos cuál será el resultado final de esta época con esta censura y conductas de cancelación pero sí que la corrección política es un pantano fangoso que va menoscabando la libertad de expresión hasta producir un cambio cultural de consecuencias imprevisibles. Libro imprescindible para quienes queremos entender la historia sociocultural del presente.

José Vicente Peiró

28 de septiembre de 2022