El trueno cae y se queda entre las hojas

lunes, 29 de noviembre de 2010

Sin fines de lucro

Me encantan noviembre, diciembre y enero. Permiten disfrutar de fines de semana largos, eternos, para refugiarse en la lectura. No hay ninguna época del año más productiva para la reflexión que estos meses fríos en los que podemos huir de las masificaciones navideñas frente al calor del hogar con un buen libro en la mano.
Mientras los políticos celebran sus "fiestas de la democracia" y los ricachones le demuestran a un gobierno errático que la guerra la ganó el capitalismo, aunque sea funeral, como expresó Vicente Verdú, uno se esconde en las letras para entender la realidad, ya desde la ficción, ya desde el ensayo. E intenta captar las razones del ambiente de hastío que observa en sus conciudadanos. No estamos ante un momento de desencanto: estamos ante una depresión generalizada porque durante años valía todo tuviera el precio que tuviera; había que despilfarrar por decreto y parecía  que esta locura consumista iba a durar hasta la eternidad. Ser hormiga estaba -y está- mal visto y castigado: hay que ser cigarra porque así toca. Y si no lo eres, estás fuera de juego porque a los mercados sólo les interesa que compres, no que pienses en ahorrar para tener un mañana mejor tú o tus descendientes. Ahora ocurre lo contrario: si has sido hormiga corres el peligro, como los argentinos, de que un día te quedes sin tus ahorros del banco porque ellos han jugado con tus depósitos a empobrecer a la gente.
La crisis no empezó en 2008 cuando los bancos yanquis dijeron que no podían devolver el dinero de las hipotecas "subprime". Empezó cuando la política se convirtió en esclava de la economía. Yo creo que habría que eliminar todos los ministerios de un país salvo el de Finanzas y el de Seguridad. Hay que ver desde entonces cuánto inglés hemos aprendido. ¡Y cuánta ciencia económica! Casi nos podríamos doctorar en Harvard sin haber estudiado la licenciatura de Económicas, sólo con la lectura de los periódicos. Yo diría que incluso hasta sabemos más de macroeconomía que de fútbol, y de microeconomía no hace falta dado que ya tenemos bastante con ajustar nuestros ingresos para llegar a fin de mes. Estamos invadidos de términos monetaristas, la mayor parte en inglés, de predicciones de economistas sabios que acaban por no cumplirse porque en el último momento un especulador hizo tambalear la bolsa o las exportaciones disminuyeron inesperadamente. Recuerdo junio de 2008: el barril de petróleo estaba por las nubes y se preveía que a final de año superaría ampliamente los doscientos veinte dólares. Pues resulta que a final de año bajó a setenta. Gran predicción de los sabios a los que seguramente nombrarán doctores honoris causa. Es el peligro que tiene el haber convertido una ciencia en una religión: el sacerdote suele equivocarse.
Y como los sacerdotes, históricamente, han servido para gestionar el miedo al futuro de la población, a los castigos divinos, me rebelo negándome a entender lo que vaticinen. Ya sabemos que no hay nada mejor para el poder como el tener a la gente aterrorizada (y si no que le pregunten al neoterrorismo). Una vez me dijo una persona de ese inframundo económico dominante: "la crisis tiene razones que no entenderías". Bueno, pues como no me las explican más que de forma superficial y frívola, no quiero saber nada. El día menos pensado, saco mis ahorrillos del banco y me los gasto para vivir igual que el resto de la humanidad: endeudada y sólo en el presente, ya que pensar en el mañana está mal visto por los economistas y los ministros.
Bueno, pero a lo que íbamos. He leído un texto de apenas doscientas páginas (dos tardes de lectura) titulado Sin fines de lucro de la profesora de Chicago, Martha G. Nussbaum. Ella pertenece al mundo del Derecho, al respetable mundo de las leyes. No de ese de los abogados que sirven para eximir de responsabilidades a los altos delincuentes con dólares, sino del que piensa y dedica sus esfuerzos a analizar la sociedad. Y Sin fines de lucro me parece un libro muy recomendable por su reivindicación de un concepto: el bildung (ya que hay que hablar en inglés para definir conceptos, hagámoslo así para denominar a la "formación cultural").
La profesora Nussbaum nos advierte de que la crisis de las ideas democráticas no es nueva. Estoy totalmente de acuerdo con esta percepción. Ha existido desde hace décadas. El poder del dinero ha estado por encima de los actos beneficiosos para la población o el bienestar exigido por ella. Ante esto, hay que invertir en educación, pero en educación real y no sólo profesional. Desde hace bastantes años asistimos a su deterioro de tal forma que la crisis actual tiene sus raíces en ello. Se fomenta la rentabilidad a corto plazo, lo cual redunda en el cultivo prestigioso de aquellas capacidades utilitaristas productoras de beneficios inmediatos. No se atiende a políticas reivindicativas de una valoración positiva de las actividades humanísticas: las facultades de Filología se han convertido en institutos de idiomas y las de Geografía e Historia en institutos de gestión de patrimonio y turismo cultural. La Filosofía se ha difuminado en ejercicios de autoayuda y consejos gnómicos para el bienestar. La Pedagogía pasa a ser una ciencia para aplicaciones curriculares complejas, no la investigación de la evolución de la docencia. Incluso las tesis doctorales realizadas durante más de cuatro años parecen ridículas: hay que acabarlas cuanto antes, con el descrédito para esa investigación duradera porque así lo exige su planteamiento. Rápido, rápido, que si no perdemos la oportunidad de ganar más dinero y mejorar profesionalmente.
¿Dónde ha quedado el pensamiento no utilitarista? En la nada. Cualquier actividad que se haga por amor y sin ánimo de lucro, ya está infravalorada de por sí; no vale nada porque no tiene estipendio, aunque si se le pusieran cifras, seguramente, aunque sólo fuera por tiempo dedicado, haría multimillonario a su ejecutor. Un fontanero cobra por sus servicios; un asesoramiento cultural es gratuito, porque la sociedad no provee de utilidad inmediata a su parcela, lo cual es discutible cuando observa la utilidad de los programas de televisión o el deporte. La creatividad no se valora en términos absolutos, con lo cual vamos encaminados hacia un concepto de la ciudadanía desprovista de capacidad crítica por culpa de la relativización de la cultura humanística hasta hacerla gratuita. Sin embargo, el texto de la profesora Nussbaum es, como ella reconoce, "un manifiesto más que un estudio empírico". Por ello, nos hacen falta estudios científicos sobre el tema. ¿Para qué sirve tanta inversión en educación si realmente un alumno no muestra a lo largo de toda su vida interés por la sabiduría o los razonamientos reflexivos?
Las sociedades de masas desprecian la cultura real, no la de escaparate, y el sistema capitalista, el único que por desgracia tenemos desde prácticamente el nacimiento el trueque; no valora la enseñanza más que como instrumento válido para el mercado laboral. El pueblo ya ni crea folclore: se lo dan. ¿Para qué sirve el latín?, aunque luego se censure al periodista por el mal uso del lenguaje. El alejamiento de estas masas de los sentimientos democráticos, manifestado en su desconfianza hacia los poderes públicos, hacia las administraciones reguladoras de su convivencia, y en la alienación permanente provocada por el triunfo de la imagen superficial, es sólo un síntoma de la muerte de la democracia y la supeditación de las constituciones nacionales al mercado. Ya no quedan utopías igualitaristas, quizá sólo la de los nacionalismos independentistas que fracasan cuando han de ejercer tareas de gobierno, como ha ocurrido en Cataluña en los últimos años. Ha muerto el buen gusto por la sabiduría. No es rentable a corto plazo. Sin embargo, la experiencia, y esto lo dice la profesora Nussbaum, nos demuestra que las sociedades más cultas son las más democráticas. Por ello, diríamos que las Humanidades son la verdadera resistencia individual frente a la arbitrariedad del universo económico imperante, casi siempre en manos de pícaros y no de sabios.
Un libro muy recomendable. Un libro para pensar. Por ello, nos olvidaremos pronto de él porque la reflexión se ha devaluado en libros de autoayuda. Sin fines de lucro aboga por el placer de las actividades humanisticas sin rendimiento económico y eso no tiene salida en los parámetros por los que caminamos. No veo a esta sociedad capacitada para plantarle cara a los envites económicos de nuestro tiempo, y ávida de valorar aquellas actividades alejadas del rendimiento material.
Salvo que en un momento dado, el poder político las considere nitrato para su subsistencia. Pero dada la mediocridad de las personas que lo ostentan, dudo que entiendan la necesidad de valorar también una perspectiva antiutilitarista necesaria para salir de la avaricia economicista. No están preparados para ello porque han enfocado su inteligencia para hablar con cifras financieras y no con ideas democráticas.
Al fin y al cabo, ¿quién desea una sociedad Sin fines de lucro?

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