Jorge Valdano expresó hace tiempo que tanto la literatura como el fútbol eran un juego, por lo que era muy difícil recrear un juego dentro de otro juego. Realmente, no debe ser así a juzgar por la enorme profusión de autores célebres de su Argentina natal que han dedicado alguna atención literaria a ese deporte globalizador por universal que en España bautizamos alguna vez como balompié. Porque no sólo su paisano Roberto Fontanarrosa demostró cómo se podía escribir historias corrientes y atractivas para el común de los mortales, sino que también lo hicieron otras célebres figuras rioplatenses como Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Osvaldo Soriano o Augusto Roa Bastos, o peruanos como Mario Vargas Llosa o Alfredo Bryce Echenique; autores que el mismo Valdano recogió en su volumen Cuentos de fútbol. Recientemente hemos leído una gran novela con el fútbol como fondo, El Fantasista del autor chileno Hernán Rivera Letelier. Al fin y al cabo, todas las actividades humanas o sobrenaturales son susceptibles de no ser reproducidas, recreadas y reinterpretadas por el bello arte de la palabra.
En España se han dedicado al relato futbolístico autores célebres también, como Camilo José Cela, Manuel Vázquez Montalbán o Javier Marías. Estudiosos como Antonio Gallego Morell o Jesús Castañón dedicaron su tiempo a analizar su relación con la literatura. Sin embargo, ha pesado más esa falsa creencia de que el fútbol era el opio del pueblo que durante el Franquismo cultivó la oposición democrática. En aquellos tiempos, en efecto, el fútbol era uno de los opios del pueblo –no el único-, y en el fondo esa idea ha seguido flotando en el subconsciente de la mayor parte de las clases cultivadas españolas. Mientras nosotros cargábamos en nuestro debe con su complejo despectivo por ser sinceros con nuestra afición al deporte más popular e interclasista (aunque me consta que algunos de esos acomplejados veían partidos de fútbol en la clandestinidad hogareña y con el volumen eliminado), los latinoamericanos, más sensibles y honestos con sus sociedades, escribían maravillas como El fútbol a sol y a sombra de Eduardo Galeano o Dios es redondo de Juan Villoro, incluso se organizaban debates que desembocaron en el protagonizado en Cartagena de Indias en 2007 y en números monográficos como el de 2006 de la revista Iberoamérica. Ahora parece que en España ya no está tan mal visto el que a una persona culta le guste un deporte popular, afortunadamente. Ya no será necesario que algunos se escondan y apaguen el volumen de su televisor para ver un Barcelona-Real Madrid, ni que el aficionado a la ópera entienda que este noble arte era un espectáculo popular en la Italia antigua.
Entre los grandes escritores futbolísticos españoles se encuentra Antonio Hernández. Gaditano de nacimiento y bético de adopción, ha huido de los pronunciamientos y debates apocalípticos sobre la relación entre fútbol y literatura y nunca ha escondido su pasión por el Betis, sobre todo, y por el Cádiz. A los primeros dedicó una colección de relatos titulada La marcha verde, libro reeditado en mayo de 2008, donde explora en las pasiones del alma por medio de un arma: el beticismo. Se trata de un libro de once relatos donde aúnan los sentimientos, la ternura, el belicismo, la ironía, la sensibilidad y la pasión hacia un Betis que representa unos valores humanos cuya moral está muy por encima de la imagen que proyectan del club sus dirigentes. Sólo el relato “El hombre que creía ser Lopera” merece ser incluido en los anales de la mejor literatura deportiva internacional.
No contento con recuperar esa joya, ampliarla y otorgarle un sentido más actualizado a aquellos relatos de hace veinticinco años, Antonio Hernández ha culminado una nueva obra, esta vez dedicada al Cádiz, equipo de su provincia natal. A este equipo mítico español dedica su nueva obra Gol Sur, creación cuya primer gran mérito lo encontramos en su estructura genérica: dividida en relatos independientes, el fragmentarismo de su discurso nos descubre un conjunto de cuentos relatados por dos narradores distribuidos en paralelo. Sin embargo, su estructura de libro de cuentos y novelas breves es compacta y descubre una novela de aventuras de un grupo de personajes del mundo futbolístico gaditano. Las más de trescientas cincuenta páginas del libro nos recuerdan con ironía y con un toque grotesco las aventuras y desventuras de la gente, jugadores y aficionados, de un equipo modesto, de los mal llamados “de provincias”, que desemboca en ocasiones en tragedias cotidianas de las personas con nombres y apellidos no de primer plano en sus ámbitos profesionales, en este caso los deportivos. Así, Hernández parte de la anécdota para construir un relato cuyo discurso hereda los mejores recursos de la oralidad, en algunos casos la influencia de la magia en la realidad heredada de los relatos de Cunqueiro o García Márquez. El narrador nos está contando lo percibido como si estuviera presente delante del lector, dotando de mayor credibilidad a su discurso en ocasiones aparentemente inverosímil. De esta fragmentación y del discurso oral del relato se fabrica la estrategia de unas anécdotas supeditadas a los caprichos de la memoria, por lo que el autor reitera o recuerda varias de forma permanente en distintos episodios.
Así se recuerda ante todo que esos seres provistos de una aureola impoluta e inalcanzable, como son los futbolistas de un club profesional, tienen virtudes y defectos como cualquier ser de carne y hueso. El humor grotesco como fórmula de tratamiento de las situaciones de derrota suaviza el dramatismo de las situaciones, y Antonio Hernández gradúa muy bien su empleo para evitar abusos y tropiezos continuos en la profusión de ridiculizaciones inicuas. De esta forma, aunque se reitere el gusto por la jarana nocturna de Mágico González o la anécdota de la pérdida de la dentadura por parte del mayor de los hermanos Mejía en el Bernabéu, o el “choteo” hacia Bañares, al que se le pide insistentemente que se vaya al Milán, hay un respeto máximo hacia la dignidad de los protagonistas de la historia del Cádiz. Añadamos que hay jugadores inventados mezclados con otros reales e históricos, en una estupenda mezcla entre fantasía y realidad cuyos campos sólo pueden ser abarcados por la literatura, para dar consistencia a un discurso que penetra en las entrañas de una ideología, el “cadismo”, cuya mística deambula entre la derrota y la miseria del día a día.
Antonio Hernández hace un extenso repaso por la historia del Cádiz reivindicando para su estética e ideología cuestiones como el que la denominación “el submarino amarillo” fue aplicada en su día al equipo andaluz antes que al Villarreal, el malditismo diabólico acompañante permanente del destino del equipo, los continuos descensos y ascensos que se producen por circunstancias diversas, la épica de la derrota, la anécdota que desvirtúa el hecho glorioso, o el canto hacia las bondades de don Manuel como el gran presidente de la historia del club, en referencia a Manuel Irigoyen, que cumple en la narración el papel del gran señor aristocrático que ha sido benevolente con sus súbditos. Y es que el autor no se conforma con hablar del Cádiz y su historia: desea mostrar un fresco de esos seres humanos que han rodeado el universo de este club. Es su mejor manera de mostrarnos la idiosincrasia de una forma de vida que va más allá del simple hecho deportivo.
Una obra que dio el pistoletazo de salida al centenario del Cádiz, cumplido en 2010, y que, certifica la grandiosidad de Antonio Hernández en la literatura futbolística española, por su habilidad y su capacidad narrativa. Gol Sur es una novela coral, polifónica, que se convierte en el canto de una afición; de un mundo popular asociado a uno de los clubes con mayor simpatía en el panorama futbolístico español. Es un perfecto aperitivo para un conmemorar un siglo de existencia y un suculento manjar para el deleite de quien desee reencontrarse con la épica del perdedor como motivo literario recurrente en la historia universal.
José Vicente Peiró
Gol Sur: Algaida Editores. 2008, 358 páginas.
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