El trueno cae y se queda entre las hojas

jueves, 27 de enero de 2011

La poesía de Pedro José Moreno Rubio

PEDRO JOSÉ MORENO RUBIO: CON EL VIENTO SOLANO. Cuenca, Diputación Provincial, 2007.
De la misma forma que el poder impregna de indiferencia todo lo que no es poder, como dijo Enrique Tierno Galván, la poesía reviste de insignificancia todo lo que no tenga poesía. En esta sociedad, donde Alessandro Barico explicita que las alusiones informativas hasta formar una red han sustituido la profundidad de los contenidos culturales, hay demasiada poesía de ensimismados que no nos dice nada, por lo que hacen falta autores capaces de conectar con las sensaciones, problemas y sentimientos del lector. Poco nos interesa el sufrimiento de un poeta cuando nuestros asuntos personales nos tienen más preocupados o entretenidos.
La antología poética Con el viento solano, tomando el título de aquella maravillosa novela de Ignacio Aldecoa, resume a la perfección el carácter de la obra su autor, el valenciano nacido en Cuenca, Pedro José Moreno Rubio. En ella se respira ese aire cálido de quien tiene sentimientos; de quien es un poeta puro, sensible y dotado de alma, y busca en la literatura un diálogo con una dimensión de novedad sugerente.
Para mí, la obra contiene las mejores composiciones de los catorce libros poéticos del autor publicados hasta la fecha. Ya los primeros poemas de su obra inicial, Sed de presencia (1983), revelan algunos elementos que pervivirán en el resto de la producción de Pedro Moreno: la importancia de la Naturaleza como fuerza creadora e impulsora de la vida. Para ello, recurre a formas líricas tradicionales como la cancioncilla popular (p. 21) o el soneto, en ese gran homenaje que realiza a Gerardo Diego en la composición “El Estío”, en concreto a “El ciprés de Silos”, con esa glosa del verso “enhiesto surtidor de sombra y sueño”, aquí transformado en “Enhiesta redondez de fuego y brillo”. En ello se aprecia que para Pedro el mundo es luz, belleza, pulcritud y nitidez, frente a la sombra y el sueño de Gerardo Diego, frente a la oscuridad del pesimismo que él no ha encontrado en ningún momento. Juega con la intertextualidad para poner en contradicción la luz y la oscuridad como dos modos de entender la vida. En eso es como Jorge Guillén, y su obra maestra Cántico, defensora de la perfección y armonía de un mundo sostenido en la Naturaleza, en el personaje de la radiante luz divina, y para mí, es el poeta al que más me recuerdo Pedro. Como en “Salmo para la creación”, donde el cielo y la tierra “se hermanan y se besan para sentirse cerca”, porque la proximidad de lo deseado permite disfrutar mejor de la armonía vital. Pero además, muestra su preocupación por la figura de Dios (“Cada día a las nueve, yo soy Dios”, nos dice en ese poema que así empieza”), por esa riqueza que Dios ha creado, esa riqueza del “Amor reunido de los hombres todos”. Es el optimismo del hombre que observa que la vida está bien hecha y de que quien vive en perfecta conjunción con el universo.
Y estas mismas preocupaciones permanecen en el resto de la obra, como he dicho. En su siguiente libro, Apenas voz, tal vez viento, 1983, el vitalismo se desplaza hacia el tema amoroso, reforzado por la presencia de la Naturaleza para dar optimismo a las ideas. Esa repetición de la palabra “voz” en el poema que da nombre al libro, nos revela su dominio del paralelismo como forma poética y de la lira, como estrofa que matiza correctamente las sensaciones. Esa voz que contrasta con el silencio de “Con mi silencio te hablo”, porque con esa voz de su silencio le habla a la amada y sabe que ella le entiende. Silencios elocuentes, como los que generalmente habitan en la postura del bueno de Pedro. Y un amor que no es destrucción, a pesar de que Pedro Moreno intente muchas veces decantarse por el lado aleixandrino del tratamiento del tema: imposible porque la vitalidad no formaba parte de la idiosincrasia del autor del 27.
Del amor como tema fundamental de este libro pasa a la preocupación por los hombres y su destino, sin abandonar este tema, en su siguiente libro, Albriciador de auroras (1984). El hombre de “¿Por qué no nos miramos?” ha perdido su rumbo porque ya “no le importan las flores del jardín”. La metáfora del viaje iniciático se tiñe de horror porque en ese viaje pierde su contacto con la Naturaleza y busca el espacio de otros hombres para ignorarlos. Éste es uno de los pocos poemas donde Moreno abandona su optimismo habitual, pero también es cierto que él no pierde la esperanza de que el hombre retome de nuevo su sentido natural y abandone esa velocidad sin sentido de “El reloj” o se pierda el “viento cargado de electrizantes alas” que “muerde en los ojos”. Como se observa, Pedro Moreno aumenta y da un giro a sus metáforas para dar mayor énfasis purista a su sentimiento. Todo se resume en esos olivares que quieren con su vuelo rasgar la noche, desenterrar la aurora, “para que venga la luz sobre estos montes desvanecidos”. Porque, según él, y así lo escribe “Aún debe ser posible el paraíso”, siempre que se le deje “al sol que siga su camino”. Añadir brevemente que este magnífico poemario, posiblemente el que le iza varios peldaños en el escalafón lírico, contiene varios poemas en prosa, titulados, ¡cómo no!: “El Viento”, donde expresa bien lo que significa para él esta prosopopeya: “La vida es un soplo de viento que alguien supo insuflar en esta arcilla”. Quien sopló fue Dios.
El tema religioso se subraya aún más en Ven, Raquel  (1986), donde raya la preocupación por el mundo de la infancia. Su siguiente libro, Agua dulce (1987) nos muestra a un poeta más maduro. Esa agua dulce placentera que acaba siendo enterrada por el agua amarga del mar, una excelente metáfora para señalar la destrucción o el amor. Es una poesía amorosa llena de registros semejantes, aun cuando los poemas y versos empleados tengan variedad métrica y estrófica. Nido de crisálidas (1988) presenta de nuevo al viento que pone campanillas en los pechos, que es lágrima que quema, que fija la memoria, que desmorona búcaros y helechos. Viento, por ello, es sinónimo de vida.
En De pie sobre la noche (1997) el silencio se mezcla con la palabra, “espuma que rebosa los lindes del asombro y van dejando un brillo de verdades en el aire”. La muerte en silencio, cuando la vida ha sido en silencio, gran enigma, mientras se es náufrago de la noche en que tú habitas su cuerpo.
Hijo de la tierra (2000), título de referencia cristiana, posee una ofrenda a la vida como un grato presente de múltiples manjares. Moreno Rubio abandona el verso corto y se ensancha para cubrir los pequeños objetos que encontramos en este mundo. Mujer de luna (2000), libro de sonetos, resume los elementos recurrentes de su poética: El amor, la vida, la felicidad, el gozo, la Naturaleza que acompaña a ese gozo, el amor con esa sonrisa pronunciada al escuchar el nombre del ser querido… Sus mismos temas, quizá con una anchura amorosa mayor que en otros libros. Un coherencia temática que no abandonará en sus siguientes poemarios, Ebrio de luz (2001), característico en su producción por su versolibrismo y el dialogismo con el hombre y la Naturaleza; Sólo la piedra dura (2003), libro dedicado a Valencia y sus edificios y costumbres, y No detengáis el alba, con los motivos temáticos recurrentes en toda su poesía, la vida como camino manriqueño por el que se transita sin haber llegado aún a ningún sitio, en un poemario con una mayor preocupación metafísica que concede a su obra un toque de mayor profundidad.
Una poesía densa como un águila de fuego la de Con el viento solano que anima a seguir disfrutando del optimismo proporcionado por la buena poesía; la poesía del trabajo consistente y medido de Pedro Moreno.
José Vicente Peiró
           


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