Amigo Ximo, amigos todos:
Por
desgracia, esas obligaciones paternales que tú bien conoces me han impedido
estar presente con mis amigos en esta cena de homenaje a tu trabajo y a tu
persona. Es lo que tiene ejercer de taxista cuando tu hijo practica ese deporte
que nos une llamado fútbol. Mis manos están en el volante de mi coche yendo
hacia Alicante pero mi espíritu está con vosotros esta noche.
Aunque
a nosotros no nos une el fútbol. Nos une algo que es mucho más que el fútbol:
nuestro Levante Unión Deportiva. No nos unen once jugadores más los suplentes
persiguiendo el ansiado gol que nos haga felices, sino un sentimiento común que
va mucho más lejos de la asistencia a nuestro templo, el Ciutat de València,
que para mí siempre tendrá como nombre el primigenio de Antonio Román.
Allá
a finales de 2006. En una época donde, por desgracia, tenía bastante tiempo
libre a causa de un problema de salud, me aficioné a los foros levantinistas.
He sido un levantinista silencioso, y afortunadamente he vuelto a serlo después
de unos años de participación activa en los acontecimientos de este club. Da la
casualidad que han coincidido durante estos años los mejores momentos deportivos
del club y los peores en el ámbito social y económico. Ahora ya he vuelto a ser
el aficionado silencioso de siempre, uno de los que asiste a todos los partidos
acompañado de alguno de sus familiares, antes mi padre, luego mi hermano y
ahora mi hijo, pero no olvido todo lo que vivido durante estos años.
Entre esos
momentos felices de mi mayor implicación en el levantinismo, uno de los
mejores, si no el mejor, fue descubrir Levantemanía, una web donde podíamos
encontrar toda la expresión del levantinismo libre, el llamado “no oficial”.
Era una web donde leíamos a nuestras grandes firmas del pensamiento de nuestro
sentimiento común. Era una web con un foro donde no se insultaba a quien
discrepaba, donde la educación era su tarjeta de visita y donde había una
camaradería ejemplar.
A partir de
ahí, os conocí en aquella cena de julio de 2007 en “La Alegría de la Huerta ” con “La
Voz Granota ” de Antonio Descalzo por
bandera. A pesar del escalope zapatilla y las patatas duras, fue una noche
entrañable por haber conocido a gente maravillosa que ya fueron amigos para
siempre: Abelardo, Manolo Peris, Paco Villaescusa, Pepe Lacueva, Alfonso, Raúl,
y tantos otros que no voy a citar porque la memoria es frágil y falla más de lo
deseado. Pero tampoco se me olvidan esas llamadas de Antonio Descalzo a la hora
de comer, para comentar aspectos de nuestro Levante.
En esa cena
conocí personalmente al gran jefe: a D. Ximo Lacueva. Ya lo conocía de vista,
como a tantos otros, porque con los poquitos levantinistas que éramos… Pero
nunca había hablado con él. Más alto que yo, grácil y tranquilo, atento y firme
en su expresión. Una persona que me pareció sensata, educada y cordial,
claramente generosa nada más hablar con él. Más tarde, en otra cena
“descalciana” conocí a Mari Ángeles, a quien le di las gracias por tener el
marido que tiene… o a lo mejor no tenía que haberlo hecho y debía haberme
limitado a darle la enhorabuena por su heroísmo al aguantarlo tantos años… a él
y al Levante.
Eran épocas
duras para el club. Levantemanía nos permitía desahogarnos contra las tinieblas
que cubrían nuestro Levante. También nos daba cancha a la discusión en un tono
amable y amistoso. Gracias a Levantemanía podíamos ejercer el noble arte de la
discrepancia y el intercambio de opiniones sin sentirnos ofendidos. Discutiendo,
hacíamos amigos y no enemigos, y eso no tiene precio en una sociedad donde todo
se valora con números, y no con gestos humanos, y es difícil entender la idea
de la tolerancia.
Ahora nos
quedamos sin Levantemanía. Todo evoluciona muy rápido. Las redes sociales se
comieron a los foros. La propia situación estable del club no nos deja tampoco
mucho pie para la denuncia de posibles desastres. La evolución positiva del
Levante en lo deportivo deja poco pie a la crítica, a pesar de que seguimos
vislumbrando ciertos defectos estructurales históricos, entre ellos algo de
oscurantismo en algunos temas y algunos gestos donde falta un mínimo de
sensibilidad. Pero ahora mismo el Levante empieza a ser ese club por el que
luchamos, sobre todo desde Levantemanía, y queremos que siga creciendo para ser
respetado.
Seguimos
sintiendo Levantemanía como nuestra casa. Esté o no esté presente, seguirá
estando viva. Echaré de menos ese mensaje donde Ximo me recordaba que había que
hacer la quiniela todas las semanas, y yo, con mi falta de tiempo habitual y mi
despiste general, ignoraba en más ocasiones de las deseadas… aunque no era el
único, parece ser. Añoraré el poder enviar algún mensaje privado a algún amigo
o las fotos que Paco Villaescusa colgaba en el foro para complacencia de todos,
algunas fotos a veces desenfocadas (perdóname, amigo Paco).
Pero la
historia permite la supervivencia de nuestros actos. Levantemanía vive. No
existirá físicamente, pero vive en todos los que hemos participado gracias al enorme
trabajo de Ximo Lacueva, una persona a la que, si algún día el Levante empieza
a ser agradecido con quienes han trabajado generosamente por el bien del club,
debería concederle la mayor condecoración posible, en forma de insignia o lo
que sea.
Si no debemos olvidar de dónde
venimos para mantener nuestra identidad histórica, no debemos olvidar nunca el
trabajo realizado por Ximo y Levantemanía. La web sería suya pero su contenido
era de todos. Y no hay nada más bonito en este mundo como el que esos “todos”
te reconozcamos la deuda humana que tenemos contigo. Eres historia viva del
Levante gracias a Levantemanía, no lo olvides nunca. Y no olvides conservar
todos los archivos, que siempre serán testimonio del levantinismo el día en que
tengamos nuestro museo de una vez.
Siempre estaremos contigo, Ximo.
Siempre estará Levantemanía con nosotros.
Muchas gracias de corazón, Ximo.
Amigo. Nuestro amigo.
José Vicente Peiró
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