FRÍO DEL BIERZO Y
CALOR MEDITERRÁNEO
José Vicente Peiró
César Gavela: El obispo de Cuando. Del Taller de Mario Muchnik, 2002.
César Gavela es uno de los autores
que se han consolidado en el panorama de la literatura en Valencia durante los
últimos años. A diferencia de otros escritores, su trabajo en los medios de
comunicación le permite ser relativamente conocido, aunque su obra, por esos
extraños motivos de la desigual y arbitraria distribución editorial, no haya
llegado al gran público lector como merece. Por contra, sus tres novelas
editadas gozan del aval concedido por la consecución de los importantes premios
“Ciudad de Irún” (1996), “José María de Pereda” (1998) y “Torrente Ballester”
(2001), y de las buenas críticas que han recibido.
Existe un César Gavela cuyo pensamiento conecta con la “gente”: el
periodista que analiza las palpitaciones del día -retomando el término azoriniano-. Él nunca se ha dejado arrastrar por la vanidad de su condición
intelectual, por lo que ofrece opiniones periodísticas amenas que lo convierten
en un escritor escuchado y leído. Así, junto a ese Gavela popular, “conocido”,
que deleita al lector y al oyente, existe otro Gavela: el literato exquisito y
de palabra elegante. Sus novelas atrapan al lector hasta hacerlo transitar por
el mundo del pasado español reciente sin advertirlo. Sin embargo, uno no
existiría sin el otro, porque en ambos se une el buen gusto por el trabajo con
la herramienta de la palabra. Sus posibilidades como narrador son infinitas
porque sabe contar historias con naturalidad, como si de cualquiera de nuestros
abuelos del pueblo se tratara.
Nacido en la berciana Ponferrada en
1953, pero residente en Valencia desde 1976, su obra narrativa publicada se
inició con el libro de cuentos Pobres del
Sil, editado en 1989, en la colección “Breviarios de la Calle del Pez”. Se
trata de un conjunto de ocho cuentos de pequeñas historias, entre lo mágico y
real, donde lo importante son los personajes, sus inquietudes y los aspectos
extraordinarios que suceden en sus vidas. En 1992, su original e inédito Tierra de Bandar fue finalista del
Premio Nacional de Novela “Azorín”. Después de un libro miscelánea sobre el
escritor leonés Ramón Carnicer (1993), uno de los padres del llamado “Grupo
Leonés” en los años cuarenta con cuya última generación de Julio Llamazares y
Aurelio Loureiro se emparenta César Gavela, apareció su novela corta La raya seca (1996); un excelente relato
sobre el mundo fronterizo del borroso oriente de Galicia en la época de los
maquis, con diversos espacios entre los que destacan las sinuosas carreteras
del norte de Portugal, el puente que divide la frontera entre los dos países
ibéricos, hoteles de Salamanca o el despacho del dictador Salazar. La raya seca, nombre con el que se
conoce la frontera de León y Galicia con Portugal, obtuvo el Premio “Ciudad de
Irún” en 1995. Su siguiente trabajo, El
puente de hierro (premio de novela corta “José María de Pereda” en 1998),
se localiza también en el mundo del brumoso Bierzo y la época del maquis. En
esa zona aislada aparecen personajes ensamblados por el espacio agónico donde
viven, que constituyen un universo: el del ser humano con sus virtudes y
defectos.
En septiembre de 2002 ha publicado de nuevo la novela que fue el
decimotercero Premio de Narrativa “Torrente Ballester”, titulada El obispo de Cuando. La novela nos
presenta la historia de Jesús Tierra, cómodamente instalado en su escritorio
del palacio episcopal de Las Palmas, a partir de su nombramiento como obispo de
la extraña localidad de Cuando, situada en el noroeste español, casi en el
límite con Portugal. Allí el autor se encuentra con extraños personajes, a los
que busca e incluso idealiza, no sin que el lector adquiera conciencia de que
el protagonista, y casi siempre narrador, es tan extraño como los que observa
el obispo. Su itinerario desde la ciudad canaria, su paso por Vigo, su llegada
casi clandestina a Cuando, su estancia en la fantasmal localidad, sus viajes a
Lisboa y a Roma y finalmente su destitución en el cargo, son, en realidad, el
viaje orfeico a los infiernos de un ser que en todo momento se nos ofrece como
un testigo evanescente del destino de varios seres con los que se cruza y trata
de hallar su identidad. En este sentido, esta búsqueda de personajes nos remite
a aquel archivero, don José, que protagonizaba la novela de José Saramago, Todos los nombres, aunque el fin del
obispo de Gavela y del personaje del autor de Azinhaga sean completamente
dispares. De hecho, el estilo de Gavela cuando muestra a Jesús Tierra
persiguiendo la identidad y el itinerario de personajes de difusa corporeidad y
oscuros pasado y presente, como Antonio Seabra, Marta Mindelo, Almada o
Almeida, y Amalia Gondomar / Rosa Letrado, nos recuerda al del maestro
portugués. Conocemos la devoción del autor por la literatura portuguesa, como
se demuestra en la cita de Miguel Torga con que se abre la novela, y que
explicita perfectamente su sentido, pero nunca en sus trabajos había llegado a
mostrar tantas influencias de Saramago, Torga y Cardoso Pires. Y de hecho, el
viaje a Lisboa en busca de María Mindelo es un homenaje a la capital portuguesa
y a la cultura lusa, hecho que se permite reivindicar Gavela con la referencia
a Fernando Pessoa y a Bernardo de Campos (¿el Bernardo Soares – Pessoa?), y con
alguna referencia directa al “olvido” y escasa atención que España presta a su
país vecino, que se traduce en la incomunicación entre ambas naciones.
De nuevo nos enfrentamos en la novela al universo gaveliano del
noroeste de la Península Ibérica. A pesar de la apariencia de localismo que
puede prejuiciarse en sus trabajos, por estar ubicados en el mundo provinciano
de la frontera hispano-portuguesa, hay una realidad universal que transita
sobre el espíritu de sus personajes y lugares. En la presentación de El puente de hierro en Valencia, Juan
Manuel Bonet afirmó que era una novela universal justificando sus palabras con
esa ingeniosa frase del escritor portugués Miguel Torga, comúnmente aplicada a
las obras del grupo leonés: “lo universal es lo local sin muros”. El Bierzo y
sus regiones colindantes son el escenario de las obras de Gavela, pero los
argumentos bien podrían localizarse en la Alboraya valenciana o el Torreperogil
jienense de los cincuenta, porque sólo se modificaría el escenario y aspectos
pictóricos y regionalistas como el clima
o el tipo de vivienda. En realidad, los párrafos de Gavela no suelen ubicarse
en espacios concretos, sino en fronteras donde lo humano oculta el paisaje. En El obispo de Cuando el autor va más
allá: el espacio es etéreo, no es real o tangible, y si buscamos su referente
nos aparecerá la ciudad de Astorga y su pasado romano, pero también los pueblos
bercianos. Y se debe a que ha enfrentado el espacio referencial al mítico, y ha
resuelto con habilidad la disputa entre localizaciones reales y metafísicas. De
hecho, el comienzo de la novela remite, a pesar de situarse en Las Palmas, a
los primeros párrafos de Pedro Páramo
de Juan Rulfo, cuando Jesús Tierra, a la espera del regalo de la vida, entrevé
la memoria de su padre, de la misma manera que en la novela mexicana, el
protagonista entra en Comala para encontrarse con su ascendiente. De hecho,
Cuando es otro escenario mítico semejante a Comala, a la Santa María de Onetti,
al Macondo de García Márquez, al Manorá de Roa Bastos y a la Región de Benet.
En suma: al Yoknapatawpha faulkneriano. Pero lo mítico remite a un espacio
presente metafísico, a la vez que literario: el de lo etéreo, de lo
aparentemente fantasmagórico, porque, en realidad, no sabemos hasta el
desenlace de la narración si Cuando sólo existe en la mente del personaje; si
es un lugar real o simplemente mítico. De ahí que la novela exija la
participación del lector para poder explicar las diferentes actitudes extrañas,
e incluso “extravagantes” (el hecho de que cada vecino de Cuando actúe como confesor
de otro escribiendo su vida). Este espacio mítico, aunque tenga su referente
real en la Maragatería, se mezcla con los reales, -Las Palmas, Vigo, Lisboa, Roma y Florencia-, sin que descubramos diferencias entre ambos, al menos hasta los
últimos párrafos. Pero sí que existen dos planos: el de la búsqueda de personajes
desconocidos en el mundo real, y el del encuentro con ellos en el espacio de
Cuando o, simplemente, en el desenlace. En realidad, la novela es un descenso a
los infiernos, en todos los sentidos, a la búsqueda de las identidades de los
seres que han marcado la taciturna vida del protagonista Jesús Tierra.
El tesón y la riqueza de los
personajes que se percibía ya en Pobres
del Sil, que alcanzó su mayor expresión en El puente de hierro, se mantiene en esta novela, aunque son más
“extraños” los de este trabajo, cuando no difuminados. El autor prosigue con su
espontaneidad en la creación de caracteres y reivindica el simbolismo de sus
nombres. Además, sorprende, de nuevo, la habilidad para dibujar las tramas
entre ellos. Sin embargo, frente a los personajes redondos, ricos en
experiencias tristes y alegres, de sus narraciones anteriores, los de El obispo de Cuando, aun sin perder
estos caracteres, se rodean de la aureola fantástica, hasta el punto de que
sorprende que algunos hayan muerto cuando Jesús Tierra encuentra su morada o su
paradero. Se debe, sin duda, al talante misterioso de su argumento, frente a la
sucesión de vicisitudes reales de las anteriores creaciones del autor.
En relación con el estilo, Gavela retoma el barroquismo que
caracterizó a Pobres del Sil y a La raya seca, que abandonó por el
lirismo rico en matices y preocupado por la exactitud de la palabra de El puente de hierro. Aun existiendo ese
lirismo, la palabra está sujeta al difuminado de los ambientes, por lo que
predominan los párrafos monologados, dado además que el narrador es el propio
protagonista, salvo cuando se escinde su personalidad o aparece el diálogo, o,
simplemente, alguno de los personajes que gravitan a su alrededor toma la
palabra. Pero vuelve a destacar la pluralidad de situaciones resueltas en
escenas que son pequeños cuentos que se unen en un argumento extenso, en esta
novela unificado por el hilo de la narración de Jesús Tierra. Y de nuevo,
Gavela incide en mostrarnos un mundo de perdedores y la idea expuesta en toda
su producción de que las quimeras del hombre acaban conduciéndole a su
frustración porque son sueños imposibles. El obispo busca la eternidad de lo
cotidiano, diaria, para encontrarla finalmente. Pero su anhelo se materializa
en un universo metafísico, porque sus ambiciones en el mundo real siempre se
habían frustrado, en la mayor parte de ocasiones por la muerte, o, en algunas,
como la que motiva su destitución como obispo, por la ambiciones desmedidas y
envidias de los hombres.
Gavela, pues, nos ha obsequiado con su novela más metafísica,
menos “real”. Pero nos vuelve a hacer gala de su cuidado estilo con un
argumento que no pierde interés. Es, sin duda, un poeta de la novela, un
arquitecto del contar. El obispo de
Cuando mereció el Premio Torrente Ballester, y bien merece que no
olvidemos, desde Valencia, que existe un excelente narrador, cuyas obras
merecen la atención de la crítica, además de una distribución editorial
ecuánime para que puedan llegar a un amplio número de lectores. El obispo de Cuando, por su calidad, su
carácter sugerente y su estilo, obliga a César Gavela a superarse notablemente
en su próximo trabajo.
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