LA SEGUNDA NOVELA DE
RULFO: EL GALLO DE ORO
La
relación de Juan Rulfo con el mundo de la imagen, con el cine y la fotografía,
fue amplia. Diez adaptaciones de sus cuentos y su novela Pedro Páramo, y seis colaboraciones como guionista o argumentista
original en libretos, más una aparición incidental en En este pueblo no hay ladrones (1964) de Alberto Isaac, revelan que
el cine fue uno de sus medios tanto de expresión artística como de subsistencia
alimenticia que marcaron la biografía del autor mexicano. Sin embargo, como
revela Ayala Blanco, su filmografía, en términos generales, no ha dejado sino
“obras mediocres y serviles adaptaciones, cuando no grotescas o muy alejadas de
los textos de inspiración”[1]. El
mismo Rulfo opinaba sobre la versión de Pedro
Páramo de José Bolaños realizada en 1976 lo siguiente: “Es muy mala. Creo
que el director no logró ni el tono ni el clima adecuados”[2].
Dos
únicas excepciones de calidad quedan anotadas en ese prolongado “despiste
artístico”. La primera se titula El
despojo, un cortometraje de doce minutos, dirigido en 1960 por Antonio
Reynoso y fotografiado en blanco y negro por Rafael Corkidi, que inauguraba una
ficción rural de tema indígena asombrosamente despojada de cualquier
paternalismo, y sin mácula de folclorismo espurio. La segunda salida de la
norma general fue La fórmula secreta,
mediometraje de 42 minutos, dirigido y fotografiado por Rubén Gámez, dentro del
cine político antiimperialista visto con la perspectiva de una vertiente
imaginativa, surrealista y lírica». El resto, desde Talpa (1955) hasta Los
confines (1988), no han sido más que historietas narradas con torpeza y ametrallando
las estupendas ideas argumentales para acabar fusilando sin reparos la maestría
de las narraciones donde se inspiraron.
Lo
cierto es que Juan Rulfo se había convertido en una marca de interés comercial
para los tiburones del negocio cultural a raíz del éxito de la novela Pedro
Páramo. A finales de los años cincuenta, como expresa Alberto Vidal[3], su
creciente prestigio creó el mito del zorro que se negaba a escribir un tercer
libro literario para evitar los ataques de la crítica que pudieran destruir su
obra. La verdad es que mientras se le preguntaba continuamente por su siguiente
obra, la industria cultural mexicana aprovechó el nombre de Rulfo como reclamo
en el mundo del cine. La cordillera, esa tercera novela que nunca
existió a pesar de incluso ofrecerse recensiones y resúmenes argumentales, creó
una mitología a su alrededor, mientras que la realidad nos dejaba a un Rulfo
implicado con la cinematografía y alejado de la creación estrictamente
literaria.
(1ª
edición de la obra)
Esa
dedicación rulfiana al Séptimo Arte nos ha dejado una obra
extraordinaria que el tiempo ha convertido en la tercera obra narrativa del
autor: El gallo de oro, escrita en 1963. Nouvelle pero novela al fin y al cabo. Cuando apareció editada en
1980[4], la
crítica descubrió una excelente narración digna de la grandeza adquirida por
Rulfo con Pedro Páramo, sólo que desprovista de las innovaciones y el
riesgo experimental estructural de su obra maestra, sustituidos por una
linealidad necesaria para la diégesis cinematográfica. Sin embargo, la obra
tuvo que luchar contra la carencia de adscripción a un género, dado que se
observaba como historia cinematográfica y a la vez se leía como manifestación
narrativa, lo cual demuestra el apego de la crítica a los clichés y prejuicios
establecidos y a unos cánones de los géneros literarios que son corsés para la
literatura. También tuvo otro problema añadido: la constante comparación, o al
menos referencia rememorativa sobre todo en sus aspectos cualitativos, a El
llano en llamas y Pedro Páramo,
siendo como era una historia diferente en su concepción. El gallo de
oro está pensada para el cine, adquiere una mayor presencia la visualidad
de las situaciones y ello la sujeta a una linealidad argumental de la que
carecen las obras anteriores. Si recordamos también el que el guión ha tenido
dos adaptaciones bastante dispares, por no llamarlas desiguales, por parte de
Roberto Gavaldón (1964) y de Arturo Ripstein (1987), ésta titulada El
imperio de la fortuna, ya que la primera se ajusta a los parámetros del
cine de oro mexicano y la segunda, en cambio, desplaza la acción a los
suburbios del Distrito Federal para mostrar su decrepitud social,
comprenderemos que El gallo de oro esté escasamente valorada por los
estudios rulfianos, salvo excepciones. La ambientación de la adaptación de
Ripstein difiere mucho de la original y, además, se realizó después de la
muerte de Rulfo, por lo que en el fondo pasó inadvertida y poco público la
recuerda. Años más tarde, en 2000, Carlos Duplat dirigió una telenovela
titulada La Caponera, basada en la
obra, con interpretación de Margarita Rosa de Francisco, Miguel Varoni y Juan
Ángel, muy centrada en los aspectos folletinescos de la narración, en el
sensacionalismo y morbo habituales en la televisión contemporánea y con un
descuido notable de la calidad argumental.
El
texto sufrió sus avatares previos a la publicación en 1980 en México[5]. La
carencia de publicaciones del autor posteriores a Pedro Páramo,
dimensiones insospechadas, o la necesidad de proyectar una nueva luz sobre la
escritura rulfiana provocaron una urgencia en el rescate y difusión de
sus sepultados escritos para el cine. De esa forma se editaron en el mismo
volumen El gallo de oro, El despojo, un guión jamás escrito, y un
texto lírico que fusionaba una serie descriptiva de imágenes, La fórmula
secreta. Un apéndice con una serie de fotografías de las adaptaciones y la
filmografía rulfiana completaban el volumen. El texto finalmente
publicado no es un guión cinematográfico, ni siquiera un esbozo narrativo
argumental, ni tampoco apuntes para un futuro guión, como en el caso de La
fórmula secreta. Se trata de una narración literaria en todos los sentidos,
aunque ésta no fuera la intención inicial ni su destino definitivo, rescatada
por Vicente Rojo en 1979 no se sabe si de la papelera o de la voluntad de Rulfo[6].
En el guión para "El gallo de oro" se
describe el vértigo de la dialéctica lúdica del amor y la suerte a partir de la
historia de un gallero salido de la nada y una cantante de ferias, “La
Caponera”. Rulfo nos presenta a un humilde pregonero, Dionisio Pinzón, que
recibe un gallo de pelea dorado moribundo al que milagrosamente hace revivir
gracias a sus cuidados y un efecto mágico (¿realismo mágico?). En la feria de
San Juan del Río, el gallo vence con suficiencia a uno de los del gallero
profesional Lorenzo Benavides, también amante de Bernarda Cutiño, “La
Caponera”. Cuando está logrando un sustancioso volumen de ganancias, el gallo
dorado muere en una pelea, pero al haber adquirido una experiencia en el
palenque, incrementa su dedicación profesional a los combates y al juego.
Impresionado por “La Caponera”, Dionisio le atribuye su influencia mágica en
sus victorias y se siente atraído hacia ella sin poderlo remediar. Más tarde
Lorenzo intenta comprarle el gallo y el protagonista se niega, porque va
obteniendo triunfos, lo que aumenta su prestigio y sus ganancias económicas.
Sólo el poder de seducción de “La
Caponera” le hace modificar sus opiniones. Finalmente, empiezan a vivir
juntos y se dedican a viajar de pueblo en pueblo, tienen una hija y mantiene un
holgado nivel de existencia aunando una riqueza enorme. Sin embargo, esta hija
es una verdadera ninfómana, y al final en un único día, Bernarda muere, Dionisio
pierde todo en el juego frente a unos abogados, acaba suicidándose tras
descubrir a su esposa fallecida, y la hija queda para exclamar “seguiré el
destino de mi madre” y acabar cantando en el tablado de la plaza de gallos de
Cocotlán, “un pueblo arrumbado en los rincones más aislados de México” (p.
101). El final, con el grito de quien da comienzo a la pelea de gallos, rubrica
una obra sobre la ambición y el carácter efímero de la gloria.
Lo más sorprendente es la linealidad del texto y el
que sea el único texto narrativo de Rulfo donde la tercera persona domina por
completo. Ese carácter distanciado con la narración, esa voz externa,
heterodiegética, da más credibilidad al relato y le concede una credibilidad
sin igual. Su ambientación, que tanto recuerda al cuento “En la madrugada”,
como expresa Alberto Vital[7],
reproduce una atmósfera etérea, a veces fantasmagórica, heredera de sus mejores
narraciones ambientadas en el México profundo. Da la impresión de que el humo
de los cigarros en los palenques está presente en la lectura. Aparecen
enclavados unos personajes fuertes, de carácter: Bernarda es puro fuego y
representa esa mujer posesiva que absorbe a todo su alrededor, y se da a la
bebida por puro afán vividor, mientras que Dionisio escupe la ambición del
humilde frente a la obsesión por la riqueza. En el relato ambos sucumben al
juego del amor y la suerte, como he anticipado, quedando al margen o en un
segundo plano la riqueza alcanzada. Sólo la caja fuerte de los últimos ahorros
que se juega Dionisio en la partida final alcanza una función argumental
determinante, porque lo importante son las reacciones de los personajes y su
humanidad.
Por ello, el registro popular lingüístico utilizado
adquiere una importancia fundamental. De la misma manera, las letras
folclóricas de las canciones de Bernarda reproducen sentimientos y aderezan la
ambientación de las secuencias. Son una rúbrica perfecta, además de que si se
piensa en una versión cinematográfica aporta esa dosis musical tan vigente en
muchas películas de la época en que el relato fue escrito. Esos ornamentos son
los que contribuyen, como en Pedro Páramo, a una atmósfera fantasmal y
repleta de violencia, sobre todo sensorial, no exenta de un aliento romántico
incrementado por la condición antimítica de los personajes –personajes
marginales, como suele ser habitual en el autor- e incluso de los mismos gallos
que les enriquecen, porque esos gallos acaban siendo derrotados. Y es que el
mundo de Rulfo siempre nos ofrece perdedores a pesar de las circunstancias
favorables: en el amor, en el juego y en los negocios. El destino conduce a
todos al mismo terreno: la muerte.
Cada una de las diecisiete secuencias en que se
divide la narración constituye una unidad textual que rompe temporalmente con
la anterior. Siempre hay un salto elíptico entre una secuencia y otra por la
necesidad de concretar y culminar en síntesis la historia de Dionisio Pinzón. Fragmentos
como el siguiente ejemplifican el descriptivismo sintético hasta un buen punto feísta
que caracteriza a la obra:
La sangre de
la cresta comenzó a bajarle a las narices al Dorado y le produjo hoguío.
Dionisio Pinzón le limpió la cabeza. Sopló el pico para desahogarlo. Tomó
tierra del suelo y la restregó en la cresta de su animal para contener la
hemorragia y, lo que no había hecho nunca, comenzó a desentrañarlo arrancándole
plumas de la cola para encorajinarlo. Así, cuando sonó el grito de: ¡Suelten
sus gallos, señores!, el Dorado, enfurecido, no cayó suavemente en la
raya, sino que pareció huir de las manos de Dionisio Pinzón y fue a darse
fuerte encontronazo con el Giro, que lo paró en seco con un brinco de
medio vuelo, metiéndole las patas por delante. Luego lo trabó del pico. Lo
zarandeó; para después, tras unas cuantas fintas y aletazo , trepársele encima,
destrozándole la cabeza a picotazos mientras le hundia el puñal de su espolón
en la pechuga. El Dorado quedó patas arriba, lanzando navajazos, pero ya
en los últimos estertores (pp. 43-44).
Frases
breves que dan un dinamismo al relato inusual en esa prosa sosegada que
caracteriza a El llano en llamas y Pedro Páramo. No sabemos si el
maestro de Jalisco, al concebir y poner el relato en el papel, pensaba en la
posterior versión para un guión cinematográfico o no. Eso se lo llevó a la
tumba. Sin embargo, sí que observamos ese mayor dinamismo de la acción y una
condensación en las frases realmente impactante, pero sin renunciar a su estilo
plástico y funcional que también caracterizó a la fotografía del autor. Y es
que Rulfo es autor de imágenes; de esas imágenes que captaron las versiones
cinematográficas sólo de forma superficial. Y como retratista, también supo
plasmar en los diálogos de El gallo de
oro el habla coloquial jalisceña, con sus variantes y registras, y así
reproducir el México real con mayor plasticidad. Al fin y al cabo, a pesar de
sus ambientes etéreos y oníricos, a Rulfo también le interesó siempre dibujar
el mundo real de su país.
(Fotograma de la
película El gallo de oro de Roberto Gavaldón)
El
gallo de oro es una película que sobrepasa la dimensión folletinesca del
cine mexicano de los años sesenta. Rulfo podría haber terminado mostrando la
ruina de la familia cuando el primer gallo dorado muere. Sin embargo, desde ese
momento se inicia la historia más interesante y, a su vez, más sombría. La
relación entre La Caponera y Dionisio está siempre marcada por el azar; por la
casualidad del juego. En el fondo, el mensaje de Rulfo está adscrito al tema
mítico de la literatura: la veleidad de la fortuna. No es que Rulfo pretenda
filosofar, como hacen clásicos como Juan de Mena, sino describir que el mundo
está sujeto a los cambios inesperados. El México profundo tampoco se libra de
esta veleidad: la suerte cambia en todo momento, sobre todo para los “pobres
circunstanciales”. Entra dentro de un sistema de pensamiento plenamente
contemporáneo.
Concluyendo,
no han sido las narraciones de Rulfo muy bien tratadas al convertirse en
cinematografía. Comprendemos la dificultad de transformar Pedro Páramo,
pero en el caso de El gallo de oro no se acaba de comprender la falta de
habilidad en su traslación a la imagen cuando es una narración pensada para reproducir
en el cine o la televisión. Sin duda, Rulfo es un autor complejo pero tampoco
los adaptadores han tenido la diligencia y la habilidad necesarias para ofrecer
una historia que atrape al espectador o, al menos, aun siendo lenguajes
diferentes, que reúna el espíritu rulfiano. Sin embargo, y afortunadamente, esa
pequeña novela, esa narración tan pensada para la pantalla, ha quedado como una
obra literaria de pleno derecho y con una personalidad propia y de envergadura
en la obra rulfiana. El cine no ha
hecho justicia con esta narración, pero ese argumento novelado ha quedado en la
historia literaria de Rulfo como su segunda novela: La cordillera que nunca vio la luz.
ANEXO
Ficha técnica de El Gallo de Oro
Producción (1964): CLASA Films Mundiales y Manuel Barbachano
Ponce
Dirección: Roberto Gavaldón
Argumento: Juan Rulfo
Guión: Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Roberto Gavaldón
Fotografía (colores): Gabriel Figueroa
Música: Chucho Zarzosa
Edición: Gloria Schoemann
Intérpretes: Ignacio López Tarso, Lucha Villa, Narciso Busquets, Carlos Jordán, Agustín Isunza, Enrique Lucero
Duración: 1h. 45 min.
Dirección: Roberto Gavaldón
Argumento: Juan Rulfo
Guión: Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Roberto Gavaldón
Fotografía (colores): Gabriel Figueroa
Música: Chucho Zarzosa
Edición: Gloria Schoemann
Intérpretes: Ignacio López Tarso, Lucha Villa, Narciso Busquets, Carlos Jordán, Agustín Isunza, Enrique Lucero
Duración: 1h. 45 min.
[1] Juan Rulfo: El gallo de
oro. Madrid, Alianza – Era, 1982, p. 9.
[2] Citado por Reina Roffé: Juan Rulfo. Las mañas del zorro. Madrid,
Espasa, 2003, p. 188.
[3] Alberto Vital: El arriero en el Danubio. Universidad
Nacional Autónoma de México, 1994.
[4] Juan Rulfo: El gallo de
oro y otros textos para el cine. México, Era, 1980.
[5] La primera edición se
publica en México, Era, 1980. Un año más tarde se editó en Montevideo,
Ediciones de la Banda Oriental, y al año siguiente en Madrid, en la edición que
manejamos en este artículo.
[6] Para ver concomitancias
entre La cordillera y El gallo de oro, ver Lecturas rulfianas de Milagros Ezquerro, Guadalajara, Universidad
de Guadalajara, 2006.
[7] Víctor Jiménez – Alberto
Vital y Jorge Cepeda: Tríptico para Juan
Rulfo. México, RM, 2007.
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