SOBRE ÁCIDO
ALMÍBAR de RAFAEL SOLER
Cuando encuentro un libro de
poemas donde hay un par de versos que hago míos, me siento feliz. Suele
aburrirme tanta poesía insulsa presente por todas partes, desprovista de alma
universal porque lleva en sus palabras el ego personal; el de quien desea que
se le escuche porque tiene poco que contar. Siento decirlo así, pero la poesía
actual me obliga a refugiarme en clásicos del siglo XX como Antonio Machado,
Vicente Aleixandre, Pablo Neruda o Nicanor Parra, entre muchos otros, porque me
resulta difícil encontrar la diferencia atractiva de la plenitud verbal. No es
que quiera hacer loas a los sonetos de Joaquín Sabina, pero casi me interesan
más por su cercanía a la vida que muchos duelos y quebrantos exhibidos sin
pudor ni decoro literario.
Claro que hay grandes poetas en
la actualidad. Pero ocurre como en las visitas a las librerías: entre muchos
tomos y tomos encuentras algunos que merecen la pena. Hay que escarbar para
hallar las grandes obras actuales. No todos los poetas son como los de Ávidas
pretensiones de Fernando Aramburu, genial novela que ha sido premio
Biblioteca Breve en este 2014, pero sí que abundan más de lo deseado. Pero sí
hay versos que merecen la pena. Entre ellos tenemos los de Rafael Soler.
Ya sorprendía su capacidad lírica
en Las cartas que debía, editada en 2012, por su simbiosis entre la
expresión tierna, la búsqueda de la experiencia y el empleo de la ironía. Pero
las andanzas de Rafael Soler empezaron en la narrativa,, cuando allá entre
finales de los setenta y principios de los ochenta publicó seis libros entre
los que destaca El corazón del lobo, novela reeditada en 2012, que,
según Pedro García Cuento en su reseña de La Clave Literario (revista de
la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios – CLAVE), junto a El
grito, es una “novela centrada en la incomunicación de seres a la deriva,
de hombres y mujeres que han desgajado sus vidas, abiertas a la rutina y al
desamor”. Los personajes de Alberto y Fanny son impactantes y bailan alrededor
del amor y el susodicho desamor, del encuentro y del desencuentro, para así
curtir el paso del tiempo y la degradación ocasionada por los años. Sin
embargo, la narratividad no esconde el lirismo dominante en el estilo de Soler.
Ese lirismo engrandecedor de su producción literaria y que le hizo retornar a
la actividad después de más de dos décadas de silencio editorial con el
poemario Maneras de volver en 2009.
2014 nació con un nuevo libro
poético suyo: Ácido almíbar. El oxímoron del título está elegido a la
perfección puesto que la obra camina entre lo amargo y lo dulce. Al fin y al
cabo, la vida es un zigzagueo entre ambos extremos: entre el drama y la
comedia. Es un libro de la experiencia, de motivos autobiográficos dada la
aparición de familiares y conocidos del autor, en perfecta simbiosis con la
imaginación y la ficción, hasta formar un conjunto diagramático de lo vivido.
El libro está dividido en seis
secciones y una posdata. La primera “Quédate a los títulos de crédito” ya
muestra al mejor Soler: ese que maneja la ironía como pocos, sin olvidar lo
trascendente. De la unión entre la acidez, en ocasiones satírica, y la
jovialidad del presente, nace el verso sorpresivo, rompedor de la monotonía. En
esta parte se dirige a un lector, que más bien es un yo desdoblado, un alter ego,
ese “tú” necesario en la poesía dialógica, con el que plantea cuestiones desde
el nacimiento hasta el descubrimiento de la vida, llena de hallazgos y
prohibiciones sociales y naturales (“prohibido mirar en los cajones / morir
antes de tiempo / y montar tu bicicleta”). La segunda parte, “Galería de afines
y cercanos”, es la más autobiográfica de la obra; una suerte de diario poético
donde el hablante lírico “nada contará si no me cuentas”, porque dialoga
consigo mismo. De nuevo juega Soler con los conceptos para recordar el pasado,
actualizarlo, con el recuerdo de seres impactantes como Batiste en “Te queda el
mar en una jaula”.
La tercera parte, “Retrato de dos
para ninguno” está dedicada al amor. La mujer está presente, pero como medio de
diálogo con el mundo. El amor es una epifanía permanente, sin olvidar la
expresión más precisa pero coloquial: “Cosa de dos amor lo nuestro / por
terceros atados a pespunte / yo contigo / tú conmigo a veces / y del brazo
encaramados los terceros”. Realmente la mirada de Soler hacia el mundo deambula
entre la sonrisa y el fastidio de la imposibilidad. La cuarta, “El público
siempre tose en lo mejor” es una parte donde la madurez va reinando. Juega con
las palabras, acudiendo incluso a la ironía de la falta de ortografía (“bibir
es beber con los que viven”) porque es necesario el optimismo, dado que la
muerte está ahí, en la esquina, esperando su momento, aunque se huya de ella
permanentemente. En la quinta, “¿Quién anda por ahí?”, Soler se muestra más
duro con el mundo. El desencanto existe, y las impresiones de los instantes y
los objetos quedan grabadas. En “Caso cerrado”, el sexto fragmento de la obra,
se va cerrando la historia personal: es un punto y seguido a la autobiografía y
a la visión del trascurso de la vida. Acaba con el poema “Pido el desahucio de
una prórroga”, y con la estrofa “pero la muerte muerta / nunca”. Es necesario
trascender, es necesario vivir incluso después de la muerte, en un empeño
vitalista muy tejido a lo largo de la obra. Y la “Posdata” es la esperanza en
que “otra luz exista”. Debe existir algo más, pero habrá que dudar de ello,
para poner la rúbrica con un verso surreal: “esa ventaja nos llevan los
azules”, en referencia al mar.
Si me obligan a elegir una
estrofa del poemario, me quedo con esta por su carácter sentencioso plenamente
acertado:
Nacerás
cuando ames
y
por amado tomarás posesión de cuanto venga
con
esa solvencia del que ignora
que
habla por él un ignorante
Desde luego que el ignorante suele hablar con una solvencia abrumadora en todos los ámbitos. El problema para él es la razón. Razonar no significa tener razón, y por ello el ignorante acaba ignorado. Pero ese ignaro parlanchín se ha adueñado del discurso social actual, con la connivencia de la autoridad competente en la materia al optar por la dejación de funciones ciudadanos. Luego, no nos quejemos de soportar la mediocridad del ignorante como discurso dominante. ¿Pero no es cierto que una estrofa grabada en el lector da carta de existencia a todo un poemario? Ahí radica el mérito de la buena poesía: en esculpir dentro del cráneo del lector la genialidad. Es lo que le queda al lector… y al autor.
Ácido almíbar de Rafael
Soler es un gran poemario. Sorprendente, ingenioso, inductor a la reflexión,
personal, donde lo autobiográfico interesa al lector por su ingenio y un
perfecto manejo dialógico entre un ego y otro que es parte complementaria del
mismo, a veces representado por el pronombre tú y en otras ocasiones por
el propio significado de los versos. No es una poesía de sensaciones, sino de
carácter: vigorosa y nutriente. Como es el propio Rafael Soler.
José Vicente Peiró
No hay comentarios:
Publicar un comentario