A mis manos ha llegado un paquete de todos los números de una revista publicados hasta la fecha: Tren Rojo. Cinco en total, tres editados en 2009 y dos en 2010. Veo que su director es mi buen amigo Ricardo de la Vega , uno de esos tantos poetas paraguayos merecedores de una buena lectura y un gran reconocimiento y que, ahora, junto a otras personas emprendedoras a las que animo ha iniciado una vía promotora. Toco sus portadas acartonadas, con esos trenes rojos de diferentes modelos, ilustradores de una concepción de la poesía como entidad en movimiento continuo hacia un destino lejano y posiblemente desconocido; como proyección hacia el futuro. Con un papel muy aceptable y de agradable de lectura, y un formato muy cómodo, como debe poseer una revista que aspira a ser leída.
Tren rojo incluye críticas y poemas. Lo que debe poseer una revista: creaciones y comentarios esclarecedores sobre el universo poético. Comentarios y poetas paraguayos, sí, pero mi sorpresa es mayúscula cuando veo que en el sumario del primer número aparece encabezado con un artículo de Walt Whitman de Catalo Bogado Bordón. Esto me retrotrae a viejos números de revistas capaces de salirse del marco paraguayo para dar a conocer la poesía universal a los lectores del país, divulgación realmente necesaria. Viejos números como los de Alcor, aquella magnífica revista dirigida por Julio César Troche y Rubén Bareiro Saguier que llevó al plano universal el ambiente literario paraguayo. Pues veo que por ese espíritu universal camina el Tren Rojo.
A lo largo de los cinco números encontramos la poesía paraguaya más viva de este final de la primera década del siglo XXI. Amplios homenajes a grandes autores como Esteban Cabañas, Rubén Bareiro Saguier, Luis María Martínez, Joaquín Morales y Jacobo Rauskin, donde se incluye una pequeña muestra representativa de su quehacer lírico junto a una introducción crítica (Monserrat Álvarez, Ricardo de la Vega y Mario Sampaolesi), lo cual hemos de agradecer porque Paraguay necesita reconocer a su crítica como el germen de un futuro salto cualitativo de la creación. Es satisfactorio el rescate de autores fallecidos como Vicente Lamas, Carmen Soler, Heriberto Fernández, Arístides Díaz Peña o Natalicio Talavera , pero también vivos como Carlos Villagra Marsal, María Eugenia Garay, Aurelio González Canale, Miguel Ángel Andrade, el propio director Ricardo de la Vega , Heddy Benítez, Eulo García, Félix de Guarania, Santiago Dimas Aranda, o Jorge Campero, entre otros. Incluso se incluye poesía de países vecinos, como la del boliviano Ángel Zuaznabar o el venezolano Alejandro Hernández. Ello supone que Tren Rojo sea un compendio representativo de las problemáticas y figuraciones de la poesía paraguaya actual, y un referente para los amantes de la lírica y los investigadores. Con afán de universalidad y expansión hacia las líneas de desconcierto humano en esta sociedad y de interioridad predominantes, sin abandonar las problemáticas sociales o los discursos abiertos a la subjetividad.
En el apartado crítico, se publica en el número 2 un artículo de Jorge Kanese dedicado a Augusto Roa Bastos. El valor del trabajo es inmenso porque une a él la imagen mecanografiada original de una carta original de Roa al autor, así como el texto íntegro de la presentación del poemario Paloma blanca, paloma negra, cuya lectura fue impedida por prohibición expresa de la dictadura de Stroessner cuyo desenlace fue el envío de Roa Bastos a zona de nadie entre Argentina y Asunción, y su exilio político definitivo. Es muy grato recordar un pasado a enterrar. Kanese ejerce como crítico en otras ocasiones, casi siempre rememorando episodios o vidas de autores fallecidos, como Rodrigo Díaz-Pérez.
De interés son los estudios publicados, como el de María Eugenia Garay sobre la poesía de Hugo Rodríguez Alcalá, el de Miguel Ángel Fernández sobre los huecos historiográficos, de Catalo Bogado sobre Ortiz Guerrero y Natalicio de María Talavera, Luis María Martínez sobre Arístides Díaz Peña, un estupendo repaso al erotismo en la poesía femenina paraguaya de Augusto Casola, donde afina con gran precisión las voces que abordan con valentía el tema, sobre José Antonio Bilbao por Heddy Benítez, y un avance del próximo libro de Tory Lubeca, La fábula mediática y sus enseñanzas, ilustrativo de la línea amplia de la revista, abierta a otros géneros. La crítica incluida es divulgativa: ilustra acerca de un autor, reúne materiales para clasificarlos y analizarlos con criterios estéticos actualizados, y se abre a posibles interpretaciones del lector. Un gran avance para solventar una asignatura pendiente como es la reseña.
Pero una revista es una muestra de su tiempo. De la crítica y de la creación. De nada nos serviría Tren Rojo si no fuera capaz de enseñarnos los caminos adonde se dirige la poesía paraguaya. Difícil ruta emprendida, no exenta del gran obstáculo: el maltrato que la sociedad actual otorga a la poesía, por la desvalorización de la palabra frente a la imagen. Esta revista nos congracia con el verso y nos enseña que la buena poesía siempre vivirá, además de que Paraguay posee unos autores clásicos ya, vivos o fallecidos, pero despiertos y a disposición de la avidez de los lectores. Sólo un reproche cariñoso, pero esto excede el objetivo de la revista y es un problema general de la crítica paraguaya: el mantenimiento de la inclusión de los autores en generaciones. Es un método exhausto y que no concreta la pertenencia y pertinencia de un autor a una corriente con características concretas. Ahí está el profesor español José Carlos Mainer proponiendo en su reciente historia literaria española, un replanteamiento de conceptos como el de Generación del 27 para darles un enfoque más acorde a las condiciones estéticas de los autores y no a cuestiones grupales, en ocasiones tribales, no ajustadas a los conjuntos de las producciones literarias de los autores encajadas en estos conceptos. Pero ayudaremos a superar el método orteguiano, porque un lector extranjero no entiende qué significa “Generación del 70” en su medida adecuada.
Las revistas sirven para medir el termómetro literario de un espacio concreto, sea nacional, regional o internacional. De hecho, Paraguay ha tenido sus mejores momentos cuando más revistas se han publicado. Sus primeras manifestaciones aparecieron en una publicación periódica, La Aurora , allá por 1860. Posiblemente sin Crónica y Juventud el Modernismo no hubiera alcanzado tanta riqueza creativa. Sin Alcor el arte de las letras no habría avanzado y permanecería anquilosado en el tiempo, además de no haberse abierto a corrientes internacionales. Sin Cabichu’í 2 no tendríamos fuentes de primera mano para adivinar su progreso durante los primeros momentos de la transición democrática. Y las actuales Takuapú y Arte y Cultura nos muestran los rumbos del presente. Sin olvidar los suplementos periodísticos, fundamentales para analizar la actualidad y la recuperación del pasado.
Tren Rojo es un gran proyecto y es muy satisfactorio que el Fondec, ese organismo necesario y loable encargado de aupar la cultura paraguaya y extenderla hasta donde pueda llegar, apueste también por la revista poética. Porque donde hay poesía, hay vida. La revista, al fin y al cabo, es una antología del presente, pero de un presente latente, despierto y con ánimo de avance.
Largo trayecto para este Tren Rojo al que deseamos su evolución hacia una conversión en ferrocarril de alta velocidad. Al tiempo.
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