Dice nuestro estatuto de autonomía de la Comunidad Valenciana que se considera valenciana a toda persona que haya nacido o resida en cualquier lugar del territorio. Dice bien, puesto que siempre hemos considerado esta tierra como un lugar de encuentro de razas, costumbres y lugares, por tradición e historia.
Pues también tenemos escritores nacidos fuera de la Comunidad que han residido casi toda su vida, a los que hemos acogido dentro de nuestra literatura. Entre los casos más célebres está el de Max Aub, a quien se le han dedicado congresos, ediciones de sus obras completas y una casa con centro de investigación en Segorbe, la tierra donde disfrutaba de sus estíos y épocas de sosiego.
Pero tenemos más. Y los valencianos, con nuestra memoria cargada de mitos, nos olvidamos fácilmente de ellos. O simplemente no los conocemos porque aquí son más importantes los presidentes de la falla de tu barrio que un pensador o un activo escritor. A lo mejor es que son más importantes realmente.
Un olvido que deja perplejo es el de Enrique Nácher. Es uno de los grandes novelistas de la Valencia de los años cincuenta y sesenta. Recuerdo que visité su casa en 1994 porque pocos como él podían hablarme de los ambientes literarios de la ciudad desde los años treinta. Me enseñó ejemplares de una revista de humor que tendría que rescatarse, El loro azul, sus libros, su archivo, donde dominaba un amplio conjunto de fotografías de la vida canaria de los cincuenta, y compartí su preocupación por los enfermos de Alzheimer. Una buena persona, como se dice normalmente. Sin embargo, en Valencia no existe su literatura.
Quizá porque naciera en Gran Canaria en 1912. Pero a los seis años salió de allí hacia Valencia. Estudió medicina en su universidad y se implicó en distintas actividades culturales, hasta acabar dedicándose con mayor profusión a la novela, y algo menos al teatro. No olvidemos que también trabajó la pintura y la fotografía.
Su primer momento de gloria le llegó cuando obtuvo el premio Nadal por La Buhardilla en 1950. Cuando el Nadal era un premio impulsor y de prestigio. Y así siguió conquistando otros galardones importantes como el Pérez Galdós (1956) por la novela Guanche, Valencia (1953) por Volvió la paz, Ondas (1954), Ciudad de Sevilla (1958) por Los ninguno, Sinergia (1960) por Cerco de Arena, y Blasco Ibánez (1969) por Esa especie de hombres. Otras novelas suyas son Sobre la tierra ardiente, Tongo, Cama 36, La evolución de los débiles y El mono vestido. De esta trayectoria, Valencia no se acuerda.
Sin embargo, sí se acuerdan sus paisanos canarios, adonde viajó continuamente a lo largo de su vida. Ellos sí que supieron reivindicarlo con homenajes, artículos y trabajos sobre su obra, sobre todo acerca de Guanche, quizá porque sea la más próxima a sus habitantes, y su defensa de la identidad canaria para ellos. La narración, situada en el norte de Gran Canaria, nos muestra cómo el canario actual es descendiente de los canarios precoloniales y presenta sus peculiaridades diferentes a las españolas.
Sus novelas poseen un profundo tinte realista. De hecho, él me dijo, y así suscribo después de su lectura, que su preocupación era el reflejo costumbrista mezclado con la problemática social e interior de las gentes. Era un indagador de la intrahistoria y de la condición humana, desplegando su carácter solidario. Novela social pero con más riqueza de la prevista. Sus temas se localizan en la guerra civil española, en la emigración latinoamericana, sobre todo a Venezuela, país que también conoció, y la realidad del momento en que vivió desde la posguerra.
En Volvió la paz demuestra la impregnación autobiográfica de su obra cuando presenta a tres médicos jóvenes en su arranque profesional y sus ambiciones con uno ávido de triunfo en Madrid y ampliación de estudios en Alemania, otro feliz en su aldea y otro radicado en Valencia que se enriquece a costa de su falta de ética. Tres historias distintas que se entrecruzan para ofrecer un fresco de su sociedad. En Esa especie de hombres asalta los sucesos más importantes de los treinta años anteriores a la fecha de edición de la novela, con lo cual, si queremos conocer a las gentes de la época, bien podemos acudir a ella. Ese es el mejor Enrique Nácher; el que ofrece una realidad colectiva interceptada por las pequeñas historias individuales.
No sé si para los valencianos será un escritor suyo. Sí para sus amigos valencianos que han ido falleciendo año tras años. Pero sí sé que los mejores estudiosos y críticos valoran su obra. Ignacio Soldevila no dudó en incluirlo con letras grandes en su trabajo incompleto sobre la novela española del siglo XX. Así hace también Santos Sanz Villanueva en su reciente estudio sobre el tema, hasta el punto de que Ricardo Senabre afirma que tiene “en mayor estima las novelas de Luis Berenguer, que aquí no figura más que en una mención de pasada, que las de autores como Enrique Nácher, Dolores Medio o Mercedes Fórmica -entre otros-, que sí aparecen atendidos”. En efecto: durante cuatro páginas Sanz Villanueva estudia la obra de un autor de peso escondido entre flores marchitas y nos lo sitúa entre los escritores imprescindibles del realismo español durante el Franquismo.
Espero que algún día a alguien se le ocurra reivindicar como valenciano a un escritor universal que compuso su obra en nuestra ciudad. Al fin y al cabo, cuando uno acude a la historia de la literatura paraguaya, la canaria Josefina Pla figura entre sus exponentes fundamentales. ¿Por qué esta apasionante mujer canaria está entre las letras paraguayas y este gran escritor residente tantas décadas en Valencia no figura en las nuestras?
Se lo preguntaremos a los prebostes del canon valenciano.
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ResponderEliminarQuerido José Vicente,
ResponderEliminarVeo por aquí a Nácher y me acuerdo de mi Fuerteventura. Cerco de arena me sirvió en 2001 como ilustración de un artículo de crítica política. No me pareció una buena novela, aunque sí un documento imprescindible.
Un abrazo,
Juan
Querido José Vicente,
ResponderEliminartengo una duda enrique Nácher vive o esta muerto porfa si lo sabes dime si ok :)
naciera en Gran Canaria en 1912
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