El trueno cae y se queda entre las hojas

lunes, 10 de enero de 2022

 

En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada

Nosotras ya no estaremos

Lola Mascarell
Barcelona, Tusquets, 2021, 265 págs.



Desde la lectura de su poemario Mientras la luz, premio internacional Emilio Prados, allá por 2013, se preveía que Lola Mascarell (Valencia, 1979) era una autora que podría depararnos excelentes sorpresas en el futuro. Y así lo ha confirmado con su primera novela Nosotras ya no estaremos, la historia de una niña rememorada desde la actualidad por ella misma a partir de un hecho traumático para su conciencia: la venta de la casa familiar donde transcurrieron su infancia y su adolescencia. Esta posibilidad abre la ventana al recuerdo del pasado mientras intenta evitar la operación para no perderla incluso pidiendo un préstamo bancario.

Su primer gran mérito destacable es la voz del relato. Sin alharacas ni superfluas retóricas, fluye y fluye la palabra con un aliento narrativo donde resalta el suceso imbuido en el sentimiento y las sensaciones. Para ello, Mascarell utiliza magistralmente con una habilidad pocas veces vista la técnica del desdoblamiento de la voz de la narradora-protagonista, viajando de la primera a la tercera persona. Está narrando desde el presente pero actualiza el recuerdo pasando del suceso narrado de forma íntima al pasado de la niñez, con un manejo de distintos monólogos interiores, el psicorrelato, el referido y el narrativizado, siguiendo la terminología de Dorrit Cohn sobre la transparencia interior.

En este sentido, cautivan las sutiles transiciones en el mismo párrafo desarrolladas de forma natural o con una frase iniciada con un “la niña”, marcando el paso al recuerdo, o cambiando de persona verbal narrativa sin golpes abruptos. Ese desdoblamiento del personaje entre el pasado y el presente nos descubre la pervivencia de los sucesos de la infancia y su determinación en el futuro, cuando esa pequeña tan encantadora se ha convertido en una mujer adulta que, sin embargo, no ha perdido su capacidad de soñar y luchar por un imposible como es la conservación del estuche que guarda el recuerdo familiar.

Otro aspecto importante es el manejo de la intriga. En ocasiones con suspense. Sentimos interés en todo momento por los avatares narrados. En realidad, el lector adivina que la casa se venderá tarde o temprano pero siente el calor de la lucha de “la niña” hecha mujer y desea con avidez saber lo que ocurrirá. También el porqué de las motivaciones de Moriarty, que así llama la narradora-protagonista al comprador, y la lucha tenaz y terca para quedarse la propiedad, razones que conoceremos en los últimos capítulos. Tan obcecada que ella piensa incluso en ofrecerle su cuerpo a relaciones sexuales con tal de que renuncie a la compra, lo cual también sirve para rememorar sus primeros escarceos catorceañeros entre el erotismo y el humor negro. En el fondo la épica de la lucha entre el bien y el mal está en la cabeza de la protagonista pero es fruto más de la pervivencia de la mentalidad de la infancia que del maniqueísmo como idea.

Otra relevancia es genérica. La autobiografía y la autoficción borran sus fronteras. No estamos ante una novela donde la realidad queda sometida al imperio de la ficción ni viceversa. La escritura juega con el pasado y el presente, oscilando de uno a otro hasta formar un cóctel y dar una sensación compacta sin que sea necesario indagar en la biografía de la autora y su familia para descubrir lo que es ficción pura. Porque muchas situaciones de las narradas las hemos vivido en la infancia, aunque seamos de otras épocas. La manera de observar la vida de los mayores y cómo afecta a la pequeña es universal e intergeneracional. Las incertidumbres, los miedos, las certezas e incertezas, los males, los primeros encuentros con la muerte, las bondades, la visión de los mayores, la mirada hacia la familia, la escuela y la sociedad… Todo lo que leemos en la prosa de Lola Mascarell nos suena en nuestra mente pero se presenta como una sorpresa. Quizá sobre todo los temores, esos que nos provocan taparnos con la sábana como forma de falsa protección física pero verdadera mentalmente.

El siguiente es el manejo del tiempo. El pasado y el presente se unen en el discurso. La experiencia es una suma de momentos y no se pueden disociar porque se entremezclan y se implican. No se solapan: se diluyen en el mismo magma. Por eso el discurso transita y a la vez es transitorio. Aunque formalmente domina la escritura retrospectiva, se están examinando desde el presente las razones por la que “la niña” adulta trata de impedir la venta de la casa familiar y el discurrir de los acontecimientos con una linealidad retorcida por el pasado.

Otro aspecto destacable es el humor. Negro a veces, sutil a veces. No ya solo por acciones de personajes como las súbitas reacciones del padre y sus cambios lingüísticos, sino por el fino toque con el que la autora rubrica algunos capítulos. No es el humor fácil derivado de la inocencia de la niña y desde nuestra madurez la contemplamos como manías y travesuras de chiquillas. Es sencillo provocar la sonrisa del adulto poniendo los sentimientos y los actos de la infancia en su punto de vista distanciado. Pero Lola Mascarell evita esta estrategia por simpatía y candor por medio de la frase hilarante, irónica, fina y aguda (“todas las mujeres de la casa han dado manzanilla a sus hijos cuando se encontraban mal de la tripa. Lo han hecho con tanto mimo que casi curaba más la certeza de saber que alguien te cuida que la infusión con sus beneficios herbáceos”). Cuando no procede de las situaciones, como las aventuras en la playa o las famosas dos horas de digestión antes de bañarse. Son las sensaciones y el pensamiento sigiloso las que provocan esa sonrisa más que los actos.

Pero no olvidemos que la autora es también poeta. Eso se percibe en el rostro de muchas expresiones, en el carácter metafórico de algunas frases, pero también en la tonalidad y en la disposición del discurso con frases intensas que bien podrían expresarse como verso (“tan solo una luz radiante de primavera y una calma que duele”. La propia autora reconoce que el libro nació a partir de un conjunto de prosas poéticas sobre la infancia. Muchas de estas metáforas toman carácter aforístico, como “pero un hilo demasiado largo se enreda muchas veces, igual que las mentiras”, frase pronunciada por la abuela en el capítulo veinte. Su conocimiento literario se aprecia en los detalles y referencias, entre las que destaca la quevedesca “serás polvo, mas polvo enamorado” del poema “Amor constante más allá de la muerte”, o a la gongorina de “Mientras por competir con tu cabello”, “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. También de lecturas juveniles como Sherlock Holmes de donde extrae los nombres de sus enemigos Moriarty e Irene Adler, la esposa del comprador que le confiesa las motivaciones del pasado y del presente. Cita a Bécquer, Antonio Machado y Vicente Aleixandre. Poetas, aunque la niña empezó a leer novelas antes que poesía, lo cual redondea un círculo relacionado con el referente real: Lola Mascarell empezó publicando poesía para entrar en el mundo literario ahora con una novela, justo al contrario que la protagonista.

Pero la gran metáfora es la casa. Es el lugar de custodia del consciente y del inconsciente: une los individuales, los familiares y los sociales, y actualiza el pasado. De ahí la negativa de “la niña” para su venta y su batalla por conseguir el préstamo, curiosamente con un plazo hasta el 14 de abril, día señalado en la historia. Por la narración alrededor suyo discurre un mundo global sustentado en la familia y los amigos, la madre, los hermanos, el padre, los tíos o la abuela, que cuando desaparece de la realidad se transforma en mito.

Son las vivencias que se resisten a desaparecer, el deseo de mantener viva la infancia y la adolescencia por lo que la protagonista se instala en el chalet e inicia la escritura de la novela en un cuaderno recolector de recuerdos que brotan de ese espacio. Incluso con advertencias de su madre. Sensaciones sobre los veranos, la playa, el colegio, la enfermedad, las amigas, las enemigas con esa cabecilla odiada al frente, las actividades de los padres y sus preocupaciones entendidas cuando ya es mayor, las preguntas que quedan sin respuesta en la infancia, la vergüenza de sentirse humillada o el tedio. Episodios tiernos que alternan con la resistencia ante la venta, lo cual la empuja a inventar pretextos o imaginar incluso una posible aventura sexual para que Moriarty desista de su empeño de comprar la casa.

La magdalena de Proust es historia. No hace falta que una mirada abra la espoleta de la memoria. La desaparición de todo un mundo vivido puede tener una causa nada metafísica como es la inquietud. Lola Mascarell esparce todo un mundo de pequeñas cosas, de objetos en apariencia insignificantes o temporales que sin embargo perviven en el recuerdo junto a aquellos momentos felices e infelices vividos.

Ya  hablaremos de lecciones sobre la autoficción. Esto es una reseña de uno de las mejores novelas que un servidor ha leído en 2021 y lo que llevamos de 2022. Es de las que se devoran y leerías de un tirón. Y, además, su rúbrica, con una última frase genial, es más que sobresaliente y vale toda una novela. Es su defecto: el deseo de no acabar de leerla.

J. V. Peiró


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