Opera prima feliz
Sara Olivas
Las manos
Granada, Valparaíso Ediciones, 2021, 76 págs.
De la poesía siempre se ha de esperar una voz nueva y distinta. Algo que no hayamos leído o escuchado. Estamos rodeados de versos, de metáforas convertidas en frases hechas por repetición, de estrofas de distintos poetas que suenan al mismo poeta, de manos creadoras que sulfuran sentimientos interiores con palabras huecas. Por este motivo, siempre es alegre leer algo ajeno que deposita sus sedimentos en el lector.
Eso sucede con la opera prima de la joven poeta valenciana Sara Olivas (1993). Aunque hable de su mundo no lo hace para aleccionar con su experiencia, algo que podemos rechazar quienes ya hemos corrido por muchas lecturas durante muchos años. Se limita a confesar partiendo de su mundo familiar con la admiración a sus mujeres. Su abuela fue un refugio. Trabajó durante toda su vida fuera de casa y después en el hogar dando un ejemplo de tesón. Un espejo al que mirarse. Como su madre, en su resignación durante una vida dedicada a su marido y a sus hijos, aunque más distante que la abuela. Y su hermana presente, la que se sienta a la izquierda de la abuela y posteriormente de ella. El padre, dibujado como una figura distante frente a ellas, representando a ese pater familias tradicional al que había que servir y que prefiere no tomar en cuenta. Feminismo reivindicado desde su individualidad, sin tener en cuenta eslóganes o lugares comunes: desde el interior más profundo del ser.
La ausencia de la abuela tras su muerte o la de la madre por su trabajo, siempre esperando su regreso para recibir un beso que nunca llegó, son lamentos de soledad, de talones tatuados por la tristeza. Nuestra “niña” que escribe ya adulta nunca supo pelar patatas. La hablante lírica no trabajó en el campo como la abuela, ni sus uñas se ensuciaron de tierra, ni de lejía, ni de aguarrás, ni de sueros, ni esputos. Su lucha es melancólica. Sus manos solo están manchadas de un lenguaje inventado: su herencia ha sido la escritura creativa, y su preocupación es qué dejará ella a quien le suceda en esa casa sin tejado que empieza a entrar en el olvido. El futuro le preocupa, como expresa en el último poema, “Las líneas de mi mano”. Porque está escrito, aunque no esté dentro de la casa porque es libre.
Formalmente, son poemas con potente ritmo interno. Alternan en extensión, aunque casi siempre los versos son breves e intensos. Destaca la aparición justificada a la derecha de la expresión “soyyoyosoy¿soyyo?”, una repetición que plantea el dilema existencial de la poeta como un contrapunto personal a la tercera persona generalmente. No escatima la autora en los recursos gráficos para dejar su ego en oposición al ello, fundamentalmente al ellas. Incluso reconoce su admiración por Francisca Aguirre, Silvia Plath y Bibiana Collado, de quienes utiliza algunos de sus versos como epígrafe, además de observarse algunas influencias.
Pero sin duda algo de lo más destacable es la sensación de orden. De esa manera, Sara Olivas construye desde la palabra y el pensamiento sencillos en apariencia. En todo momento el poemario se sostiene con un equilibrio máximo, con una continuidad e incidencia en los mismos temas dando una unidad temática y formal de enorme consistencia. Un tema claro, con motivos bien expresados, deja al lector un placer máximo porque encuentra una obra pulcra, pulida y cuidada.
Hemos de tener en cuenta a Sara Olivas. Es una voz cálida que siente y nos hace sentir. Las manos es una obra construida con sentimientos que traducen referentes reales sin esquivar las metáforas y la diversidad de recursos. Es una poesía intimista en su concepción, próxima a la experiencia, pero sin caer en el ego ni en la expresión de haber sentido como si nadie pudiese haberlo hecho: no alecciona, descubre. Su irrupción en el mundo de la poesía es una gran noticia y alimenta la idea de que cada día hay mejores autores. Viva la poesía joven. Pero no de quinceañeros que pasean su ego por Internet o por libros promocionados hasta la saciedad por los grandes almacenes.
J. V. Peiró
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