EN RECUERDO DE RAQUEL SAGUIER.
El 21 de noviembre de 2007 fallecía una de las grandes escritoras paraguayas del siglo XX: Raquel Saguier. En aquellos días le dedicamos artículos y reseñas de su obra. Sin embargo, no había podido conseguir hasta hace unos días su última novela, publicada sólo unos meses antes de su desaparición: El amor de mis amores, su sexta novela escrita, quinta publicada.
He de reconocer mi debilidad por su escritura; por su gracia para atenuar la tragedia y la gravedad por medio del humor en toda su obra, hasta el punto de conseguir que la ironía y la comedia distancien pero también aumente el carácter dramático de un acontecimiento. Pocos autores paraguayos como ella supieron organizar distintas versiones de un acontecimiento alrededor de un personaje, un objeto o una situación, hasta darles una globalidad narrativa sostenida en un discurso coherente, aunque en apariencia sea el flujo de la conciencia o el monólogo interior, como Esta zanja está ocupada o La posta del placer, dominando en la alternancia distintos registros del discurso o varias tramas convergentes, como la policial o la amorosa. También supo desnudar su infancia en la inolvidable La niña que perdí en el circo, y rememorar una época perdida pero muy viva en su memoria. O reivindicar la sinceridad del amor y la sensualidad femenina con La vera historia de Purificación, una novela que conviene recordar por su intensidad y su osadía temática por aquel 1989.
Por fin me llegó a las manos El amor de mis amores, editada en julio de 2007. Tenía mucho afán de lectura de esta obra para completar su bibliografía. Y realmente hace tiempo que no había leído una obra escrita con tanta hondura en el tratamiento de un tema biográfico tan personal. Con tanta sinceridad interior. En su lectura, más que leer una obra de Raquel Saguier, es Raquel Saguier la que está contándonosla con su voz. Quienes hemos tenido la fortuna de gozar de su gran capacidad de conversación, sabemos que nos está hablando ella en primera persona hasta desnudar su alma y su biografía. Por esta razón, se destruye el argumento de la narratología moderna que distingue entre autor y narrador. Aquí ambos confluyen en una misma función.
El amor de mis amores es una crónica memorialística de un pasado personal visto desde el presente. La enfermedad del “amor de sus amores” genera la chispa por donde discurre el fluir de la conciencia de la autora y el recuerdo fragmentario de su pasado. Como expresa el prologuista de la edición, el maestro Rubén Bareiro Saguier, “los episodios no se suceden cronológicamente, sino de acuerdo con un código ‘caprichoso’, que anticipa hechos que luego, al final, ocupan su sitio en el tiempo de su acontecer, como en un crucigrama”. Es el orden de la memoria el que marca la estructura del discurso; nos cautivan las pausas, los silencios, muy alabados por la autora, y los pensamientos expresados con un lenguaje que alterna varios registros entre la oralidad y la escritura. La expresión coloquial, el refrán, las canciones infantiles, la metáfora culta, la hipérbole, la cita intertextual, incluso de versos lorquianos… escrituras entre la gravedad o el juego vanguardista, de pura escritura automática, como en la página veinticuatro (“ojos mis ojos agrandados de tanto comer noche”); todos en conjunto dan poder a la narración, dentro de un discurso abierto que lleva volando al lector hacia el gozo de la palabra. Nos cautiva el amplio poder de su lenguaje.
Estamos ante una obra desgarradora. El desnudo interior le infiere un dramatismo profundo. Sorprende la entereza con que el personaje, la propia Raquel, soporta con estoicismo la desgracia de la enfermedad de su esposo, del amor de sus amores. Incluso la ironía y el buen sentido del humor, precisamente por provocar empatía entre el narrador y el lector, aumentan ese dramatismo, aunque eliminen el patetismo y el sentimentalismo del melodrama. Sonreímos a la desdicha porque así lo desea la autora.
La novela, que lo es por su propia estructura interna a pesar de presentarse bajo forma de ensayo confesional, repasa la propia trayectoria de la autora. Sobre todo con el recuerdo presente de su primera novela, La niña que perdí en el circo, la más próxima por estilo y registros a ésta. Con ello, curiosamente Raquel Saguier abrió y cerró su ciclo novelístico con sus dos creaciones autobiográficas. Con su estilo fiel, desarrolla el recuerdo con fina sensibilidad, sin caer en lo sórdido de la enfermedad. Incluso se atreve a ironizar sobre la sociedad actual y sus absurdos, su disparatado consumismo, las apariencias o la dependencia de la tecnología. Es parte del discurso, de ninguna manera forzado por la capacidad reflexiva interior y exterior de la autora.
Con estrategias discursivas anticipatorias, como el advertir de las consecuencias de la enfermedad que se avecina al principio de un fragmento, mantiene el pulso latente de acciones sin necesidad de tratarlas con descripciones o diálogos, evitando la interrupción del flujo narrativo. El sufrimiento se aviene con el estoicismo; la cruda realidad pelea con el deseo. Es la lucha de Raquel por la supervivencia diaria. Incluso se aísla del mundo para cuidar a su esposo, y refugiarse en la escritura. Por esta razón, resulta imprescindible la lectura biográfica de la novela cuando se desea conocer o estudiar a la autora. Pero los mejores momentos, como los apartados del tango, sobreviven a ese recuerdo también. El erotismo, tratado con humor en ocasiones, también está presente, porque es parte de la pasión humana y del gozo de la vida.
Me quedo con una frase de la novela: “Por suerte, entre la bruma de tanto sufrimiento, no se perdió mi risa fácil”. No se ha perdido: sigue viva en nuestra memoria. La frase resume a la perfección los buenos ratos que pasé con ella y su situación personal cuando la conocí allá por 1995. Esta obra nos permite revivir a Raquel Saguier y sentarla junto a nosotros para siempre. Nos activa el recuerdo personal de sus conversaciones, sus charlas, sus inquietudes, su fuerte carácter, su deseo irrefrenable por trascender, por tener una obra literaria con peso y difundida. Nos dibuja a la perfección a una autora que nos resultará imposible olvidar y siempre ocupará un lugar preferente en la literatura paraguaya contemporánea. Y a una amiga.
Vaya mi recuerdo ahora que se van a cumplir tres años de su fallecimiento y mi deseo de que su obra perdure en la eternidad literaria.
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