Estoy escuchando dislates lingüísticos en un programa de radio hoy sábado por la mañana. Ironizan sobre el empleo exacerbado de infijos y sufijos hasta el punto de escucharse palabras como "alojacional" o "sentimentalizar", cuando se puede decir "habitable" o "sentir" o "hacer sentir" (en cuanto a principio de economía del lenguaje, la perífrasis contiene cuatro sílabas mientras el verbo derivado seis). Pero me ha sorprendido el mensaje de un lector y me he puesto a reflexionar.
Hace tiempo que vengo escuchando aseveraciones sobre la incorrección de la expresión "tiempo de descuento" en referencia a esos minutos que un árbitro de fútbol añade a los cuarenta y cinco de cada una de las partes de un encuentro. Lo he escuchado también en este programa digno de encomio.
Pues, miren, no es tan incorrecto como expresión futbolística, como correcta es "tiempo añadido", aunque "descuento" y "añadido" tengan una base semántica antitética, hasta el punto de que en poética su colisión provocaría un oxímoron. Descontar posee un matiz de sustracción y añadir de adición. No es lo mismo una suma que una resta. De acuerdo.
Que tiempo añadido es correcto no tiene posibilidad de réplica. En fútbol son cuarenta y cinco minutos más lo que el trencilla añada. Pero que me digan que "tiempo de descuento" es incorrecto... Ja, ja, ja... Cuidado.
Es correcto no sólo porque lo diga la Real Academia en la segunda acepción de "descuento": período de tiempo que, por interrupción de un partido u otra competición deportiva, añade el árbitro al final reglamentario para compensar el tiempo perdido. Resulta que es correcto desde que llegara el reglamento del fútbol a España y se organizaran las primeras competiciones.
Al instaurarse las normas, el señor árbitro, más respetado entonces que ahora, tenía un tiempo de cuarenta y cinco minutos por delante desde el primer sonido de su silbato. A partir de esta cifra descontaba el tiempo que se iba perdiendo porque al final se tenían que jugar cuarenta y cinco minutos efectivos, es decir, con el balón en movimiento. Se habían disputado el balón durante cuarenta y cinco menos dos porque se había parado el juego a causa de un choque donde un jugador se había abierto la cabeza. Si la pelota había caído al río más próximo al campo, a veces se tardaba un cuarto de hora en sacarla del agua y no había otra para seguir jugando. No se añadía el cuarto de hora sin jugar a los cuarenta y cinco minutos, sino que se le descontaba a esta cantidad un total quince minutos porque el tiempo de juego real había sido de treinta. Ahí tienen la explicación de las razones por las que desde la primera década del siglo XX se expresó a este período añadido como "tiempo de descuento". Era lo que se había quitado a los cuarenta y cinco minutos reglamentarios.
El olvido de las historia, así como la afición de algunos periodistas a ejercer de filólogos doctores en Historia de la Lengua, ha provocado que ahora se vindique "tiempo añadido" porque no se descuenta tiempo de los cuarenta y cinco minutos, sino que se añade a ellos. La realidad es que sólo existe un cambio de perspectiva; se descuentan los períodos sin el balón en juego o se añaden al reglamentado, es como cada uno lo entienda. El árbitro de hoy no tiene excesivas interrupciones como el de hace un siglo, lo cual deja a "tiempo de descuento" en una posición de desventaja frente a "tiempo añadido", pero ambas expresiones son válidas en mi opinión.
Ruego, por favor, a los periodistas que se dedican a programas lingüísticos que tamicen mejor estos mensajes. El lenguaje es un ente vivo, en evolución, y necesita cuidado pero tampoco excesos que puedan provocar un aumento de fiebre en un paciente hasta convertirlo en difunto. Hay ocasiones donde los valores lexicológicos, los llamados "semas" de un lexema, no sólo vienen definidos por su significado literal, sino también por otros perfilados por la historia y la propia concepción social. La lengua no es una ciencia exacta donde sólo caben los componentes intrínsecos del léxico, sino también las razones contextuales o situacionales. No estamos hablando de matemáticas.
Eso sí: me encantan esos programas. Son necesarios porque todos deberíamos hablar mejor, y que nuestros hijos entiendan que las palabras sirven para comunicarse, y que si no se emplean bien, nadie entenderá el mensaje que han escritor en su móvil. Antes del chat había algo llamado gramática.
Pero también habrá de ayudarles para que se pronuncien contra la expresión realmente incorrecta. En el caso de "tiempo de descuento" o "tiempo añadido", me gustaría que se arremetiera contra tiempo extra. Los británicos llaman a este concepto extra time, así lo pone en la tele de la Premier League. Y como es muy chic innovar traduciendo desde el inglés, como si nosotros no conociéramos la lengua de Shakespeare, pues ahora llaman "tiempo extra" al "tiempo añadido" o "tiempo de descuento" y se quedan tan panchos, demostrando más carencias profesionales que otra cosa, porque si un mecánico de coches no sabe utilizar un destornillador nunca será buen mecánico. La herramienta del periodista es la palabra. ¿Por qué utilizar un prefijo como sustantivo cuando ya hay sustantivos añejos con el valor semántico que pretende ocuparles? ¿Por simple esnobismo? ¿Anglofilia? ¿Desconocimiento? ¿O simplemente estulticia?
Se puede modificar un significado por la acción de un sufijo, por un desplazamiento semántico necesario o por el contexto social. Se admiten nuevos conceptos heredados del inglés porque enriquecen una lengua. Pero lo que no se puede es utilizar una expresión de otra lengua cuando ya existen dos en castellano. Y más cuando en castellano, extra no tiene el mismo valor gramatical que en Gran Bretaña.
Y no les cuento nada más porque entraría en el tiempo añadido, a no ser que descuente algún párrafo. O yo tenga que hacer horas extras, abreviatura de extraordinarias.
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