Los intereses creados es una de las obras donde Jacinto Benavente mejor demostró su dominio del arte dramático y, sin soslayar su vena crítica conservadora contra los códigos de conducta vigentes, se apartó de su drama contemporáneo de reacción contra autores moralizantes como Tamayo y Baus, que más tarde se iría suavizando hacia el sentimentalismo y un tenue cuestionamiento de la sociedad. Escrita en 1907, aprovechó los elementos de la Commedia dell’arte italiana para satirizar el materialismo positivista por medio de sus personajes arquetípicos: Polichinela, Arlequín o Colombina. Siguiendo la tradición clásica inspirada en El caballero de Illescas de Lope de Vega, Benavente demostraba con esta obra su dominio de la escena clásica y su capacidad para manejar el texto teatral.
El argumento muestra a dos pícaros, Leandro y Crispín, a una ciudad italiana. Crispín, con su persuasión verbal, hace pasar a su compañero, el galán, como un rico señor. Deberá conquistar a la hija del potentado Polichinela para conseguir riquezas que les saquen de sus problemas. Bajo el lema de “mejor que crear afectos es crear intereses”, pronunciado por Crispín, se resuelve una situación aparentemente irresoluble para los pícaros.
Teatres de la Generalitat Valenciana rescata este clásico del siglo XX, una obra considerada la mejor del autor en votación popular celebrada en 1930. Para mí, una elección acertada ahora que Benavente está ausente de los repertorios. No es bueno olvidar a nuestros clásicos. Bajo la dirección de Pepe Sancho, con un elenco estupendo y un buen trabajo paratextual en una obra donde el lenguaje literario predomina sobre otros elementos, el montaje resulta grato y el resultado muy loable. Respetando el texto benaventino pero ajustando algunas modificaciones para permitir cierta actualización (como la referencia a los políticos pronunciada por Crispín), la dirección consigue mantener el interés incluso a quienes conocen profundamente la obra.
Un vestuario diseñado por Francis Montesinos, muy adecuado y participativo, y la omnipresencia de Pepe Sancho, convierten la representación en un atractivo para el gran público. Sin embargo, además del texto, la sutilidad de la dirección de actores, el manejo de un decorado versátil y una iluminación ajustada a las necesidades de cada escena, nos obliga a recomendar la obra. Aun así, reconociendo el gran trabajo de Sancho, nos hubiera gustado un Crispín menos monocorde en ocasiones, con alteraciones tonales y un poco más de matización del doble juego expresivo del pícaro, capaz de modificarse a sí mismo según las circunstancias. Los gestos reiterativos de la interpretación le dan personalidad original a Crispín, pero pueden resultar cansinos en ocasiones. Pero es cuestión de pareceres porque Sancho consigue ganarse al público y qué mejor decir a favor de la representación que se hace corta para el espectador, lo cual es signo de que la dirección ha sabido mantener el interés de un texto y de unas situaciones más complejas de lo que aparentan.
Un montaje recomendable y que gustará a todos, incluyendo a los jóvenes. Sin olvidar destacar la magnífica interpretación de la joven Nuria Herrero. Aunque en realidad los actores destacan tanto que se quedan a un paso de engullirse a Crispín. Quizá se crea demasiada distancia entre la interpretación de Sancho y el resto. Pero el resultado merece la pena: de todos los montajes de Los intereses creados a los que he asistido, me quedo con éste. Hay que ir al teatro a comprobarlo.
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