Querida mamá:
Quiero contarte algo de mi vida que no sabes. Todo comenzó durante unas vacaciones; en ese tiempo donde se goza de la vagancia y del propósito de enmienda de que a partir de septiembre ni me enfadaré con el jefe, ni con la familia, ni con el vecino impertinente que, con la connivencia del simpático pleno municipal y el alcalde o alcaldesa, se pasa el día con el equipo de música altisonante, ni con los vehículos-discoteca que delinquen por contaminación acústica, ni con los coches maleducados que se saltan los semáforos en rojo con el permiso policial tácito (votos son votos), ni con el árbitro del próximo partido de fútbol. Ese tiempo de recarga de pilas porque si no la productividad disminuye, las cuentas de resultados se resienten y el turismo se muere.
Y qué mejor ayuda para el descanso playero que un libro. En uno de mis días vacacionales de hace cuatro años, salí a pasear por la orilla del mar mientras disfrutaba del ocio en un lugar cuyo nombre prefiero no recordar, cuando tropecé con una señorita en top-less eliminador de la blancura pectoral. Estaba leyendo: ¡maravilloso! Me acerqué mucho más para cotillear el título de la obra, porque la portada no me lo revelaba a distancia: Las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes. Pensé que se trataba de un libro erótico, una suerte de 120 días de Sodoma, ya que imaginaba qué podía hacer una chica mala en oposición a una buena y más con los significados metafóricos de “a todas partes”. Nada de eso: le pregunté a los dos pectorales sueltos, donde va la mirada, de qué iba la obra y me dijo que eran consejos para no tener miedo a consumar la voluntad personal. Tanto título y, ya ves, sólo un volumen para combatir los miedos bíblicos de nuestra educación judeo-cristiana. Evidentemente, aquel encuentro no iba a culminar en aventura, para mala suerte mía habitual.
Seguí caminando paseo arriba cuando encontré en una de esas llamadas “Bibliotecas del Mar” la magnífica obra completa del sabio académico brasileño Paulo Coelho. Fue el primer clásico de la autoayuda, ahora secundado por el seductor de intelectuales Jorge Bucay. El camino de la autodependencia. Con la lectura de Coelho se iluminó mi existencia y emprendí el camino de la perfección postmoderna gracias al neoespiritualismo libresco.
Decidí dejar de fumar como rasgo primigenio de mi iniciación. Estaba a punto de tener un hijo y era el momento. Qué mejor que seguir los consejos de un libro titulado Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo. Y lo conseguí: ¿ven ustedes como todo es fuerza de voluntad? Al dejar el vicio, supe que mi camino debía proseguir con la pérdida de barriga y un poco de ejercicio y dieta: ¡anda, si el mismo autor tiene un libro que se llama Es fácil perder peso. Bueno, pues allá que fui, y perdí mi prominente barriguita, esa montañita que era mi signo personal antes de cambiar de vida. Sin embargo, mi existencia se rodeó de un ambiente degradado: para ello, qué mejor que Inteligencia emocional. Con este libro aprendí a dominar mis aspectos más salvajes, pero no era suficiente: había que complementarlo con Cómo fortalecer la inteligencia emocional. Después, ya fui un ser equilibrado, sobre todo cuando practicaba el Tai-chi en el balcón de mi casa, para susto de mi esposa y malediciente envidia de mis vecinos.
También había que aprender bricolaje, cultivo del bonsái, cocina real o de monasterio, conocer los poderes de los hierbajos de la Sierra de Mariola, el poder del silencio, la práctica del Tai-chi, el fitness, y la sombra del Tao o cómo alcanzar el nirvana en un par de noches. Y esos manuales de mejorar tu potencia... Ejem, ya me entiendes, mami, aunque no me enseñaras nada del tema. Aquellos cursos de aprenda alemán en siete días no eran nada comparado con este anhelo de perfeccionamiento. Ah, y me ascendieron en la empresa gracias a haber leído Los 100 secretos para triunfar. Además, me convertí en un gran conocedor del sufismo, lo que me valió para convencer a mi jefe de que el equilibrio de la empresa consistía en combinar deseos y hechos.
Mi vida familiar era perfecta. Nació mi hijo. Muy guapo pero ni comía ni dormía. Cuando ya conseguimos que comiera, seguía sin dormir. La muerte me acechaba cuando me ponía al volante después de pasar media noche en vela. En la librería estaba la solución: Duérmete, niño, quince mil ejemplares vendidos. Y seguí sus consejos: el niño solito, en su habitación, y aunque llore, ni caso... A los dos meses seguía llorando y en vela a las cinco de la mañana. El martirio de San Lorenzo era una comedia al lado de mi existencia. Menos mal que el libro nos daba la confianza en un mañana mejor.
Ello supuso que la relación con mi pareja se deteriorara. Pero no era un problema porque para eso leí Tus zonas erróneas y me curé de los males de mi espíritu. Aunque mi pareja, claro, con eso de que era feminista no podía acabar bien, y me mandó al cuerno... a mí y a mis principios. Menos mal que leí, Mejor vivir solo que mal acompañado, porque si no hubiese acabado majara. El niño... mejor con ella, según el juez. No entendía que pudiera educarlo con responsabilidad, fíjate, con mis conocimientos filosóficos y con mi capacidad intuitiva educada por el señor Osho. ¡Con esta burocracia cómo va a avanzar España!
Desde entonces padecí “mobbing” en mi trabajo, me robaron el coche y se incendió mi casa. Me salvó un libro magnífico que enseña a soportarlo... El estoicismo veloz. Se me rebelaban hasta las flores, de no haber sido porque conocía el poder de las plantas, pero lo cierto es que desde que mi mujer me dejó, se me han muerto hasta las macetas y el periquito. Y para colmo, a pesar de los consejos sufíes a mi jefe, mi empresa quebró. Me encontré en el paro con veinte años de experiencia en zarandear papeles y con un título de economista inservible ante la llegada de los más jóvenes con másters y capacidad de asimilar salarios basura por todo tipo de trabajo. Y del sexo... nada, sin mi esposa... pagando, porque lo que se dice libro bueno para ligar no hay, a pesar de algunos intentos célebres. Todos dicen lo mismo, pero en la práctica parece como si las tías conociesen los trucos del conquistador. Eso sí: la autoayuda me ayuda a ayudarme.
Con este panorama, he vuelto a fumar.
Iré a comer a casa entre semana a partir de ahora. Tu hijo que te quiere y no es Don Quijote...
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